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HUGO GUTIÉRREZ VEGA
UNAMUNO E IBEROAMÉRICA (IX DE XI)
Unamuno percibió el latido eurocentrista e imperialista en la afirmación de don Marcelino y, para refutarlo, vapuleó de paso al señor Emilio Reich, autor de un ensayo torpísimo en el que habla del fracaso de los americanos del norte en materias artísticas debido "a la falta de intensas personalidades". Llevado por el frenesí colonialista produce las siguientes atrocidades: "Es muy dudoso el que una nación que carece de lengua nativa propia suya pueda elevarse a un primer lugar en la literatura: así como Austria no ha sobrepasado a Alemania en las letras, ni Escocia a Inglaterra, así América no ha sobrepasado a Europa." Unamuno rebate el sofisma de Reich que se encuentra en la noción de "lengua nativa propia". El inglés, al margen de los matices locales, es el mismo en Boston que en York, como el español, con el agregado enriquecedor (uso el adjetivo con perdón de don Pío Baroja) de las palabras tomadas de las lenguas indígenas, es el mismo en Bogotá, Santiago de Chile o México. En estos aspectos es claro que Colombia o México, Ecuador o Puerto Rico están más cerca de Burgos o Toledo que de Ourense, Bilbo o Girona. Unamuno sacude un educado sopapo al austríaco Reich al reprocharle la ignorancia de los aportes austríacos a la lengua y a la literatura alemanas. Ahora, ya con la distancia necesaria, sabemos que la Viena de principios de siglo era no sólo la capital cultural alemana, sino una de las ciudades clave de la modernidad europea: Mahler, Kokoschka, Shöenberg, Von Hofmannsthal, Musil, Schnitzler, Roth, Kraus, Broch son los nombres que de momento se me ocurren para ilustrar mis afirmaciones. Respecto a Escocia, Unamuno recuerda a Burns y Carlyle y se deja en el tintero a Scott. No menciona a Irlanda, pero todos sabemos el papel decisivo desempeñado por ese país en el desarrollo de la literatura en lengua inglesa. Bastaría con mencionar a Wilde, Yeats, O'Casey, Synge y, más tarde, a Joyce y Beckett para llenar muchas páginas del Diccionario de Oxford. Poe, Lonfellow, Thoreau y Walt Whitman son las "personalidades intensas" citadas por Unamuno al hablar de la aportación de Estados Unidos. Más tarde, la historia le daría toda la razón, pues la nómina de escritores de la América inglesa es larga y llena de nombres excelentes.
Por último, Unamuno espanta de dos certeros manotazos a las moscas eurocentristas y colonialistas. Con el primero rechaza los confusos argumentos sobre la originalidad, diciendo que "las literaturas hispanoamericanas no se distinguen sustancialmente ni forman, en el fondo, nada diferente ni aparte de la literatura española". Con el segundo levanta la presencia de Rubén Darío y de Silva en la Península y la poderosa influencia ("buena o mala, mejor o peor que de esto no nos toca tratar ahora", declara cauteloso don Miguel, que nunca mostró mucho entusiasmo por el Modernismo) del primero sobre la juventud de toda nuestra comunidad lingüística y literaria. El tiempo, nuevamente, vendría a darle la razón al rector de Salamanca, pues queda claro que muchos de los más grandes textos de la literatura en lengua española se han escrito, escriben y escribirán en América.
Otro de los entusiasmos de don Miguel es el poema de Zorrilla de San Martín, "Tabaré", pues encontraba en él los temas principales del mestizaje y de la desaparición, a través de la mezcla o de las crueldades colonialistas, de algunos pueblos indígenas. Muestra su mal humor ante la puerilidad de los mexicanos que escriben México con x y nos conmina a ponerle otra x a Guadalajara. Ahora, discutir esto es aún más pueril (ya ni la Academia se ocupa del asunto), pues cada quien puede llamarse como le dé su real gana y, además, tuvimos y tenemos buenas razones para seguir "con la x en la frente" sin que esto sea necesariamente una manifestación de indigenismo rampante o de reprobación a los españoles actuales, menos culpables que nosotros de las atrocidades coloniales y de los excesos integristas, y digo menos porque nosotros descendemos directamente de los conquistadores, mientras que los antepasados de los peninsulares de hoy, salvo excepciones por supuesto, no anduvieron marcando indios con fuego o quemando herejes e indígenas remisos en las hogueras purificadoras.
(Continuará)
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