Mentiras transparentes
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MENTIRAS TRANSPARENTES
Felipe Garrido
DESPERTAR
Me gusta ver la primera claridad del día al través de las cortinas que van poniendo en la oscuridad del cuarto un rectángulo de perla, de niebla, de sombra; apenas un anticipo, una promesa, una sospecha de luz. Antes se escucha por la avenida el primer camión del día. Y los pájaros. No sé cómo hay tantos, dónde anidan, cómo viven en el aire enrarecido de la ciudad. Aturden con su escándalo. Siento alivio. Parece que me ha dejado. Estiro las piernas, las manos, vuelvo la cabeza a un lado, al otro, hacia atrás. Parece que ya no está conmigo. Me levanto con ánimo, con ganas de respirar, de sentir el sol, de cantar. Y entonces, en cualquier momento, al dar un paso, al agacharme, al alargar un brazo, allí está. Viene de adentro, de no sé dónde, de no sé qué huesos, qué nervios, qué músculos y me va tomando, ganando, poseyendo hasta llegar a la cabeza. Me miro en el espejo y lo veo; me miro y sé que me va marcando. Y es sólo dolor, dolor, dolor.
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