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–Hacía tiempo que se sabía de un nuevo libro suyo, del que se conocía el título, pero cuya aparición se iba retrasando. ¿A qué se han debido esas sucesivas demoras? –Podría parecer que se debe a que tengo pocos poemas, pero, al contrario, tengo bastantes más de los que aparecen en De otoños y otras luces. Lo que me costaba era organizarlos, que el conjunto de textos tuviera cierta coherencia, o mejor dicho, una unidad total en el discurso. Ha pasado bastante tiempo desde mi libro anterior, y en ese tiempo se suceden los impulsos, las obsesiones, y al recopilar el material se encuentra uno con cosas muy dispares, difíciles de casar. –Hay en De otoños y otras luces una mayor inclinación por la elegía y apenas asoman los rasgos de humor tan característicos de su obra. ¿Por qué ese cambio? –En realidad no hay tal cambio; ocurre sólo que los poemas humorísticos (algunos más cercanos al chiste que al poema) se han quedado fuera de este volumen. Siempre he creído que hay que seleccionar lo que vas a publicar, y más cuando la intuición devora a la creación. Aunque en el tratamiento que hago del lenguaje tiene una gran importancia la intuición, es decir, la facilidad expresiva, por eso es necesario cuidar las traiciones del lenguaje y la estructura del texto, para no arrepentirte de lo que publicas. Siempre hay tiempo para publicar, pero no para escribir. –¿Cuál es el sentido de este nuevo libro en el conjunto de su obra? ¿Qué novedades trae? –Es un libro de un marcado tono elegíaco, un ritmo que está presente desde el inicio en mi obra, cada vez más acentuado por el paso del tiempo, claro. Ya en Muestra corregida y aumentada... hay una serie de poemas de tono similar, y en Deixis en fantasma (donde ya desde el título se dice que se habla de cosas que no existen) es el fundamental. –Se percibe también un gran homenaje a nuestro querido poeta Claudio Rodríguez. –Sí, es un poema escrito por encargo para un homenaje a Claudio. Gracias a este texto decidí publicar el libro, ya que al añadir este poema largo el libro tuvo una mayor coherencia estética. Aunque en el poema que dedico a Claudio Rodríguez lo hago con mucha admiración, pero también con mucha distancia, pues es un poeta muy poderoso. –Dos de los poetas que más admira en castellano son Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado, ¿hay algo de ambos en su nuevo libro? –Siempre hay algo de ellos en mis textos. En momentos oculto y en otros más visible. Siempre he creído que ambos son umbrales de la poesía en castellano, lo mismo que Rubén Darío lo es del modernismo. Inversamente, se puede decir que Darío está en el umbral de la poesía contemporánea pero no participa del todo en ella, o al menos no al igual que Juan Ramón Jiménez, quien se centra más en problemas que ya pertenecen a la poesía contemporánea. Darío tiene muchas voces, se bifurca en muchos poetas, y Jiménez es muy abarcador. –En estas elegías recogidas en su libro reciente, no hay referencias claras a las noches de El Paraguas, aquel mítico bar ovetense del que tanto me ha hablo en diversos encuentros. ¿Es consciente de formar parte de una leyenda cotidiana? –Bueno, no creo que sea una leyenda. Siempre que iba a Oviedo acababa en ese lugar que se volvió con los años parte de mi vida. Ahora ya no es lo mismo. Iba a ver a mi familia, primero; luego, a mis amigos, los más cercanos de los cuales ya me faltan. Y con mis amigos la convivencia era casi siempre nocturna. Así que mi presencia era, desde luego, visible, pero también invisible, pues en momentos desde lejos lo extrañaba. –Su generación hizo bandera de la buena vida entendida como la mala vida... Se lo pregunto porque fue muy diferente a la de Alberti, Juan Ramón Jiménez y Machado, pues ellos tuvieron que irse de España. ¿Cree que se vivió diferente la dictadura y la miseria de la época? –Esa época fue culpa de los años que vivimos, tan opacos... El mundo real era tan aborrecible que no nos quedaba más remedio que inventarnos otro diferente, artificial, noctámbulo... Esto tiene la importancia que tiene, que no es mucha, pero es cierto que cuando me acuerdo de mis amigos de entonces, muchos ya desaparecidos, los recuerdo con una copa en la mano, como si fuese un inútil escudo con el que defenderse del mundo, de las miserias de la dictadura. A veces, la realidad te obliga a reinventarte, a escribirte un nuevo papel en el gran teatro del mundo. Cuando empecé a descubrir a los poetas del 27, eran los representantes de un tiempo único, de la República, de la España que nos hubiera gustado vivir.
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