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JORGE MOCH
UN TELEVIDENTE CON LA TELE APAGADA
¿Qué huella nos dejó el 2006 a los televidentes?, ¿qué impronta en la televisión? Poca o ninguna si nos ponemos teóricos y señalamos que la televisión es uno de los medios con peor memoria. Anacoluta por antonomasia, su alimento es el vértigo, la renovación y muerte y renovación instantáneas de sucesos, noticias, escándalos o coyunturas sociales; siempre llega el triunfo deportivo, la catástrofe, el escándalo que nos haga olvidar el más reciente triunfo deportivo, la más terrible catástrofe, el más sonado, caricaturesco escándalo.
Busco el silencio. Basta de ruido, de sombrerazos, de guerra sucia y sempervirente: apago la tele y recuerdo lo poco que puedo con esta pésima memoria mía, televisiva y cómoda. El saldo no es amable. La televisión se fue de la mano de la política caminando para atrás. En un año de ebullición social que se tradujo en un encono que parece durar para rato, la televisión fue el gran portavoz de un gobierno tramposo. Por sí sola escarbó los baches en los que luego se le atoraron las patas, fracturándole una ya desde mucho antes astillada credibilidad.
La televisión mexicana se prestó al juego sucio, lo sigue haciendo y según parece se prestará siempre que el juego sucio lo orqueste la clase empresarial gobernante en su alianza con los sectores más reaccionarios de la sociedad; allí la preponderancia de buena parte del clero beligerante y sus palafreneros como el Yunque, la mayor parte del pan y del empresariado, que son la misma cosa por cierto minoritaria en este país de jodidos, nomás para machacar con aquello de la injusta distribución de la riqueza.
En un año en que debimos ver una irrecusable apertura y un empeño de equidad en la televisión, en los espacios informativos, en los programas que desmenuzaban la cuestión electoral y sus variadas resonancias sociales, lo mismo que una justa distribución del tiempo aire, en lugar de una búsqueda de los argumentos, de una exploración de las propuestas de los adversarios vimos una cerrazón perversa. Se agostaron los espacios informativos más o menos balanceados y objetivos, como el de Víctor Trujillo o el noticiero de Carmen Aristegui de w Radio en televisión. Se endurecieron las posiciones progobiernistas y derechistas de Televisa y tv Azteca minimizando las quejas de la izquierda sobre un cerco informativo y propagandístico que estranguló la aparición de candidatos y mensajes no proclives al gobierno de Fox y Salinas hasta hacerlos casi virtualmente desaparecer. Ese cerco sigue vigente: es ridículo que en noticieros españoles se hable de Andrés Manuel López Obrador y no existan menciones de Felipe Calderón, por ejemplo, y que en cambio en los principales noticieros de la televisión abierta mexicana se pase por alto al ex candidato perredista y en cambio, si se lo incluye en una frase a cuadro, sea casi siempre para una mención sardónica, con sonrisita mordaz y tonito insufriblemente despectivo.
Por eso apago la televisión, porque estoy harto de que pretende todos los días forjar la mentira sobre la que desde hace más de veinte años los tecnócratas neoliberalérrimos, obedientes alecuijes del dinero extranjero, nos quieren obligar a vivir. Porque roba respeto a la inteligencia, lo hace todos los días con emisiones pedorras como Tempranito, Viva la mañana, Venga la alegría o cualquier telenovela pensada, escrita, producida y mal actuada para forzar generaciones de mexicanos prácticamente retrasados mentales. Porque encuentro execrable la onerosa industria del futbol, el impúdico interés de empresarios y televisoras en que los varones de México –y muchas de sus mujeres, las que escapen a las telenovelas, por ejemplo– pasen el tiempo babeando por una pelotita y una veintena de simios sobrevaluados, tragando cerveza y botanas saturadas de sodio como si en este país de panzones y lonjudas nos hiciera falta la comida chatarra o el alcoholismo.
Porque cacarea confusión de valores y solamente adora el dinero. Porque si no se tiene para pagar cable o antenita parabólica, se jode uno y se pierde los pocos programas mexicanos que valen la pena –excepciones ya dichas y remachadas: lo que hacen en tv abierta Denise Maerker, Ricardo Rocha, Pablo Boullosa, Nicolás Alvarado y otros cuantos, muy pocos– como los del Once del Politécnico y los del 22 de Conaculta.
Y porque, finalmente, tiene más sustancia, más nutrimento y mejores consecuencias retomar mi libro y ponerme a leer. Feliz año.
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