Ausencia
Se va de ti mi cuerpo gota a gota.
Se va mi cara en un óleo sordo;
se van mis manos en azogue suelto;
se van mis pies en dos tiempos de polvo.
¡Se te va todo! ¡Se nos va todo!
Se va mi voz, que te hacía campana
cerrada a cuanto no somos nosotros.
Se van mis gestos, que se devanaban
en lanzaderas debajo de tus ojos.
Y se te va la mirada, que entrega
cuando te mira el enebro y el olmo.
Me voy de ti con tus mismos alientos:
como humedad de tu cuerpo evaporo.
Me voy de ti con vigilia y con sueño,
y en tu recuerdo más fiel ya me borro.
Y en tu memoria me vuelvo como ésos
que no nacieron en llanos ni en sotos.
Sangre sería y me fuese en las palmas
de tu labor, y en tu boca de mosto.
Tu entraña fuese, y sería quemada
en marchas tuyas que nunca más oigo.
¡Y en tu pasión, que retumba en la noche
como demencia de mares solos!
¡Se nos va todo! ¡Se nos va todo!
Interrogaciones
¿Cómo quedan, Señor, durmiendo los suicidas?
¿Un cuajo entre la boca, las dos sienes vacías,
las lunas de los ojos albas y engrandecidas,
hacia un ancla invisible las manos orientadas?
¿O Tú llegas después que los hombres se han ido
y les bajas el párpado sobre el ojo cegado,
acomodas las vísceras sin dolor y sin ruido
y entrecruzas las manos sobre el pecho callado?
El rosal que los vivos riegan sobre su huesa,
¿no le pinta a sus rosas unas formas de heridas?
¿No tiene acre el olor, siniestra la belleza
y las frondas menguadas de serpientes tejidas?
Y responde, Señor: cuando se fuga el alma
por la mojada puerta de las largas heridas,
¿entra en la zona tuya hendiendo el aire en calma
o se oye un crepitar de alas enloquecidas?
¿Angosto cerco lívido se aprieta en torno suyo?
El éter, ¿es un campo de monstruos florecido?
En el pavor, ¿no aciertan ni con el nombre tuyo?
¿O lo gritan y sigue tu corazón dormido?
¿No hay un rayo de sol que los alcance un día?
¿No hay agua que los lave de sus estigmas rojos?
Para ellos ¿solamente queda tu entraña fría,
sordo tu oído fino y apretados tus ojos?
Tal el hombre asegura por error o malicia;
mas yo, que te he gustado como un vino, Señor,
mientras los otros siguen llamándote justicia,
no te llamaré nunca otra cosa que ¡Amor!
Yo sé que como el hombre fue siempre zarpa dura;
la catarata, vértigo; aspereza, la sierra.
Tú eres el vaso donde se esponjan de dulzura
los nectarios de todos los huertos de la tierra. |