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Manuel Stephens
Bailar en el desierto
El título de esta nota alude a dos circunstancias: a la celebración por una labor dancística continua y al reclamo por las condiciones en las que sobrevive, contra toda expectativa, la danza en México.
Sonora es medular en el quehacer dancístico. Derrumbando la máxima de José Vasconcelos, originalmente dedicada a la Huasteca potosina y después relacionada popularmente con el norte de la república, de que es la región donde "termina la cultura y comienza la carne asada", los sonorenses, siguiendo los pasos de Lila López –nada menos que en San Luis Potosí– quien fundó el primer festival dancístico a nivel latinoamericano en 1981, crearon Un desierto para la danza, que este año llega a su xv edición. El "Desierto", como se le nombra coloquialmente, inició en 1993, contando ya con representantes fundamentales del arte coreográfico, como Adriana Castaños y Miguel Mancillas, y tuvo entre sus invitados a Benito González y Evoé Sotelo, directores también sonorenses de Quiatora Monorriel, cuatro personalidades que han incidido rotundamente en la composición dancística. Castaños, en alguna ocasión, mencionó que la relevancia de la obra de Antares, compañía que dirigió y que ahora está bajo la batuta de Mancillas, sólo pudo haberse generado por el entorno desértico de Hermosillo. La geografía del lugar hace que lo íntimo se vuelva universal. La aridez del paisaje determina la conformación de obras en que la introspección renueva lo seco y lo vuelve fecundo. Generalizando, la producción sonorense va de lo onírico a la visión ácida de la sociedad, mediada por un individuo acosado por el inclemente sol de su hábitat –una metáfora vivencial de la condición del ser humano de hoy.
Antares Danza Contemporánea |
El festival ha presentado regularmente a las agrupaciones estatales y cuenta con participación de compañías extranjeras. Entre sus grandes aciertos está el que grupos locales se alternen como anfitriones e influyan en la programación y en las actividades académicas, así como la publicación de Un fanzine para la danza ("Fanzine", que no aparece en el Diccionario de la Real Academia Española– se compone de la combinación de las palabras en inglés fanatic y magazine, y se refiere a una publicación que no responde a intereses institucionales ni económicos), que se inserta en los programas de mano con reflexiones sobre la función del día anterior. Con estrategias como ésta, el Desierto ha logrado forjar un público ávido y generoso para la danza, que llenó el Teatro de la Ciudad y que afortunadamente sigue disfrutando de la carne asada, circunstancias ambas de las que no es posible vanagloriarse en cualquier parte.
Una crítica surge a este respecto; con la instauración de lo que ahora se conoce como Red Nacional de Festivales se impulsó la descentralización pero, a la distancia, se han creado nuevos "centros" de difusión que frenan la circulación de la obra dancística fuera de su región. Ahora se tiene que viajar para conocer lo que se hace en el Golfo, en el Pacífico o en el suroeste. Hablo desde mi posición en el centro del país, pero esto nos aísla a todos. Hace tiempo que no vemos en el DF a compañías tan importantes como Antares, Delfos o La Lágrima –como sucedió en el Desierto–, y lo mismo se aplica para otras zonas del país. La coreógrafa y bailarina Claudia Lavista comentó que ya es más fácil presentarse en Europa que en alguna ciudad mexicana.
Fotos: Edith Reyes |
Lo anterior se conecta con el reclamo al que hago referencia al inicio. Estrategias de difusión como es un festival –del cual carecemos en el DF– deben ser renovadas en aras de que no se queden en un paliativo y generen una comunicación real entre público y compañías mexicanas. Es demoledor ver cómo el Día Internacional de la Danza, con el que coinciden los festivales que constituyen el corredor del norte, sirve de justificación para los funcionarios de que las cosas se están haciendo bien, pues cuentan con una participación masiva de agrupaciones y público en cualquiera de sus sedes –entre ellas el cna–, cuando el resto del año las compañías tienen vacías sus agendas. A esto se suma el gravísimo problema de la seguridad social de que carecen bailarines y coreógrafos, los paupérrimos sueldos dentro de una disciplina tan demandante, y la indiferencia de funcionarios que sólo cumplen con horas de oficina sin interés por actualizar mecanismos para dignificar la danza.
El desierto es fértil en Sonora y seguirá siendo así, pero ¿cuánto más será a costa de "yo que bailo", de "yo que compongo", de nosotros mismos?
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