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Eduardo Milán
Presencia de Carlos
Foto: Luis Humberto González/ archivo La Jornada |
Hombre amable, hospitalario, extremadamente inteligente y con una bondad natural, entre otras virtudes, Carlos García Tort poseía el don de la indignación, una fuerza que atraía en ciertos contextos intelectuales donde la complacencia con lo que ocurre era mayoritaria y la autocomplacencia un bien común. Carlos la controlaba con eso que, más que un don, es un talento: la paciencia, en él proveniente de una memoria antigua. Corrían los años ochentas, al principio. Era difícil soportar una realidad donde en apariencia "no pasaba nada". Y Carlos, un alérgico a toda forma de prepotencia y de injusticia, era un descontento natural. Esto es normal en un poeta con una sensibilidad agudísima y algo que no necesariamente acompaña al talento. Me refiero a la profundidad, capacidad de internarse como de caer. Y mucho más normal en Carlos que tenía un talento poético fuera de serie. Cuando leí y reseñé El efrit dentro de su botella me llamó poderosamente la atención su fuga de toda forma de retórica, su rechazo a la dicción poética opulenta y dominante. Era muy raro entre sus pares de generación. Y él lo sabía. A esta altura, cuando la perplejidad por su muerte rodea como un ánimo desolador y doloroso, no recuerdo si volví a leer unos poemas inéditos suyos que él me pasó o los estoy inventando en la memoria. Lo que sí sé es que no volví a leer un libro suyo editado. Lástima para mí y pérdida para la poesía latinoamericana.
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