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Verónica Murguía
El vértigo y el laberinto
Cuando era adolescente y quería leer una "novela para jóvenes", casi siempre me ponía a repasar Los tres mosqueteros, con harto provecho para mi alma, o me aburría penosamente con la moralina insidiosa de Pregúntale a Alicia y los engendros que le sucedieron. En el universo peligrosísimo que pintaban estos libros, bastaba una sola copa, un toque o un beso para perderte sin remedio. Todos tenían a Linda Blair en la portada y venían repletos de anécdotas terroríficas que ocurrían en reformatorios, cárceles y hospitales, los destinos inequívocos de todas las muchachas que no obedecían en todo a sus papás.
Estos sermones disfrazados de novela han tenido descendencia en la inefable producción, no sé si literaria, de la estólida Gaby Vargas y el devoto Carlos Cuauhtémoc Sánchez, cuya inexplicable popularidad es otro de los misterios que abundan en este país. Pero a diferencia de mis épocas, además de los clásicos –a quienes no hay que abandonar jamás–, existen ahora novelistas que se dedican a escribir libros para jóvenes. Sé que clasificar a los lectores por edades es ocioso, y me consta que los autores de las novelas que voy a mencionar piensan lo mismo, pero tanto El vértigo, de Mónica Brozon, como Buscando a Alaska, de John Green, cumplen con las premisas del "género": una escritura límpida y tersa, sentido del humor, cero moralina, y personajes entrañables en secundaria o preparatoria. Como las novelas fundacionales de esta índole, Huckleberry Finn, de Mark Twain, y El guardián en el centeno, de Salinger, estos libros nos hablan a los lectores adultos con las voces recuperadas de la pureza y la ira.
En el caso de El vértigo, María Isabel, la protagonista, comprueba con desilusión que "la secundaria la había decepcionado. Desde el cuarto de primaria había pensado que el que venía por delante sería un mundo distinto, glamoroso. Que ella sería mayor cuando entrara ahí. Y no fue cierto".
María Isabel, para mayor vulnerabilidad, no sólo no se siente más adulta, tampoco pertenece a un grupo y "no la habían tratado bien las hormonas. En cuanto apareció su primera regla, con ella vinieron algunos barros y kilos extras que no necesitaba para nada".
Tiene sólo dos amigos, Esteban y Silvia. Los tres se diferencian de los nerds por un pelo de rana, y están muy lejos de ser populares-alivianados. En ocasión de la única invitación a una fiesta organizada por la tribu glamorosa, los pobres llegaron "una hora antes, confirmando su condición de nerds". Y a pesar de su premura, no se la pasaron mal.
Brozon ha tejido con el humor y la destreza que acostumbra una novela de iniciación amorosa en la que la inmovilidad a la que nos obligaba el miedo al ridículo, se contrapone a la urgencia del primer enamoramiento. Con violencia, muchas veces a su pesar, María Isabel romperá la circunspección con la que se protegía para acercarse al objeto de su interés amoroso. Con su cambio, se suscitará, sin que ella se percate, la maduración que María Isabel ansiaba.
En cambio, en Buscando a Alaska, de John Green, la historia se despliega a partir del rito de pasaje norteamericano por excelencia: el traslado a la preparatoria. En el primer párrafo, Miles, el protagonista, cuenta: "Una semana antes de que dejara a mi familia, la Florida y el resto de mi vida anterior para irme a un internado de Alabama, mi madre insistió en darme una fiesta de despedida. Decir que yo tenía pocas expectativas sería desestimar demasiado el asunto." No traiciono al lector si le adelanto que la fiesta fracasa, y que Miles lo único que quiere es dejar atrás el mundo de la secundaria.
Experto en últimas palabras (las de Rabelais: "Voy en busca de un Gran Quizá", gravitan sobre toda la novela), Miles vivirá durante su primer año en la preparatoria Culver Creek la época más intensa de su vida. Descubrirá la fuerza de los lazos de lealtad, la felicidad de la amistad, de la rebelión y de la búsqueda intelectual.
A diferencia de María Isabel, Miles se integrará a un grupo consolidado, regido con leyes estrictas y guiado por Alaska.
En esta aventura, la figura del maestro Hyde, el anciano profesor de Religiones del Mundo, funcionará como un oráculo. Será gracias a sus clases que los protagonistas podrán articular las experiencias, algunas terribles, que les esperan.
Pocas experiencias adultas se pueden comparar en intensidad con las "primeras veces" de la adolescencia. A quienes lo hayan olvidado, les recomiendo estas novelas.
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