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DE CHINITAS, NEGRITOS, BOXITOS Y PETRONAS
GABRIELA VALENZUELA NAVARRETE
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Expresiones populares y estereotipos culturales en México,
Ricardo Pérez Montfort,
Siglos XIX y XX. Diez ensayos,
Publicaciones de la Casa Chata- ciesas,
México, 2007.
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Cuando se piensa en la “típica estampa mexicana”, ¿no hay mil razones para preguntarse cómo es que la china poblana y el mariachi se consagraron como tales, y no se prefirió el blanquísimo vestido de las jarochas como imagen nacional, o en todo caso el muy colorido traje de seda y terciopelo de las tehuanas? ¿O por qué nunca se duda del origen del “Cielito lindo” y se le entona en todas partes, aun en el extranjero, sin reflexionar que la Sierra Morena a la que hace referencia está en España y no en México?
Ricardo Pérez Montfort |
En los diez ensayos que componen este libro, Ricardo Pérez Montfort hace y responde muchas preguntas como las anteriores, que abarcan no sólo cuestiones de trajes regionales o canciones en particular, sino también géneros musicales completos, como el jarabe, el corrido o el son jarocho. Alejado de todo discurso erudito e inaccesible para el lector no especialmente docto en historia, en el libro se busca participar en una discusión que interesa a muchos, ya sea como tema de estudio académico, o como simple pretexto para la plática con los amigos. Pérez Montfort plantea, en primer lugar, una cuestión cuya respuesta deja a criterio del lector: el discurso nacionalista y oficialista de finales del siglo XIX y de la primera mitad del xx es sin duda responsable de la formación de muchos de estos estereotipos, ¿pero se trataba en verdad de un nacionalismo de convicción o más bien de un nacionalismo de pacotilla?
Para muchos, la noción que se tiene de “baile regional”, como el “Jarabe tapatío” o la “Danza de los viejitos”, que siguen siendo grandes favoritos para los festivales escolares, está relacionada con preservar tradiciones antiquísimas; sin embargo, pocos saben que el famoso jarabe era un tipo de baile prohibido por el Tribunal del Santo Oficio so pena de excomunión ipso facto incurrenda a quien los bailara o tocara, y que, en realidad, las versiones actuales de ellos las inventaron o bien las hermanas Campobello, o bien Amalia Hernández y su ballet folklórico… apenas a mediados de la década de los cincuenta.
De igual forma, quizá alguien se haya preguntado el origen de esa frase muchas veces repetida de “andar de china libre”, pero no ha logrado encontrar la leyenda completa de la princesita india raptada por piratas y comprada por un virrey de la Nueva España que fue a dar a Puebla para convertirse en la “china poblana” original, apelativo que después heredarían mujeres poblanas independientes y desprejuiciadas, sin marido ni compromisos.
Estos son apenas dos ejemplos, pero estereotipos como los que analiza Pérez Montfort permean muchos de los aspectos de la vida cotidiana de nuestro país, desde el lenguaje hasta nuestra forma de vestir o la cocina… y siempre es mejor saber dónde está la contradicción en llamar “bolero ranchero” al “Te vas porque yo quiero que te vayas” antes de empezar a cantarlo.
DE LA ECLÉCTICA ZOOLOGÍA
(EN AUXILIO DEL MISÁNTROPO)
JORGE MOCH
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El reino animal,
Sergio Ramírez,
Alfaguara,
México, 2006.
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Para mejor entender la propia naturaleza échese una mirada lo más atenta posible a esos incautos compañeros de viaje sideral que son los animales. Apréndase de ellos porque siempre tendrán una lección escondida entre las uñas, alguna sabia moraleja –que lo diga Esopo– en la pelambre o un vistazo al posible futuro entre los dientes.
Sergio Ramírez (Masatepe, Nicaragua, 1942), inveterado escritor, político, maestro, ensayista, revolucionario, periodista, padre y abuelo –magnífico contertulio en las comilonas de la fil – vuelve a sus literarios orígenes (su primer libro fue Cuentos –Editorial Nicaragüense, Managua, 1963) con un espléndido volumen de relatos: El reino animal (Alfaguara, 2006).
En estos nuevos cuentos, ordenados a modo de asombroso bestiario, desde la “ a ” de araña hasta la “ z ” de zanate , Sergio ha compendiado el variopinto reflejo de la naturaleza humana, facetando lo mismo los mejores destellos de generosidad y candidez que los rincones más cutres de nuestro laberíntico espíritu, cuando halla cuerpo lo mismo en una señora de finos modales y ricas ajorcas que en el pequeño pandillero que vive en la cloaca y al que apenas algunos rasgos, el habla, un pantalón raído, la capacidad de cometer un crimen, separan de un macaco adolescente. Acompañado cada relato de la ficha enciclopédica que refiera sus principales características (en el elefante la memoria, por ejemplo, mientras que en la mosca su tozuda prolijidad), cada capítulo, cada animal, es una lente de aumento, el microscopio por el que asomarnos para conocer al detalle el virus de la especie humana.
Como ingenioso divertimento, Ramírez confecciona en su juguete literario textos breves que son además artificio periodístico, porque elabora –o simplemente reproduce– peculiares notas de prensa que emparentan de alguna manera rasgos (y riesgos) de índole humana con animales que lo mismo son fetiche que vaso comunicante. Allí, por ejemplo, el primer capítulo, dedicado a la araña, en que uno de estos animales, de ponzoñosa picadura, viaja como polizón de un continente a otro causando la muerte de varias personas en latitudes en que su existencia es prácticamente desconocida, todo ello para metaforizar, no sin humor negro, sobre esa irrespirable atmósfera que vivimos en Occidente de pavor a la otredad, sobre todo cuando llega desde países subdesarrollados, de África, del Medio Oriente, de América Latina. Así, la Telamonia festiva o Arachnius gluteus bien pudo no ser originaria de Singapur, sino sudaca .
En El reino animal Sergio Ramírez, al mismo tiempo que se reinventa como autor antisolemne, refrenda la impoluta calidad de una de las más espléndidas plumas latinoamericanas, mientras satisface la tesis de Mateo Sagasta y hace de un libro impecablemente bien escrito lo mismo fuente de información que de cultura que de entretenimiento que de tragedia, para terminar obsequiándonos con un delicioso, tragicómico ejercicio de ácida poligenia que nos conduce, indefectiblemente, a asomarnos al espejo.
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