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Distorsiones y rezagos (I DE II)
Años hubo en que, con menos de diez títulos, la vieja Muestra de Cine Mexicano en Guadalajara pudo presentar toda o casi toda la producción cinematográfica nacional largometrajista, de tan magra que era. La innegable –aunque también relativa, tortuguesca, incierta y amenazada– mejoría de las condiciones que ha venido experimentando nuestro cine en cuanto a producción, convirtieron a Guadalajara, y recientemente también a Morelia, en vitrinas adonde llegan sendas selecciones de una producción en ascenso, misma que en los últimos dos años cuenta cerca de centena y media de largometrajes, entre ficción y documental.
Como lo demuestra elocuentemente la ausencia de casi el noventa por ciento de tanto filme en cartelera, la exhibición es otro cantar y en esa parte del proceso consiste, hoy por hoy, el mayor bache del cine mexicano, del cual no saldrá hasta que Alguien o Algunos tengan los déstos para ponerle reglas –y hacer que se cumplan– a un juego tremendamente disparejo.
Si bien ya es vieja la discusión entre quienes afirman que a nuestro cine deberían garantizársele espacios de exhibición, y quienes quieren dejar el asunto como está –es decir, teóricamente librado a las reglas de la oferta y la demanda, pero sujeto en los hechos al vaivén de los intereses económicos de Unoscuantos–, esa longevidad no le quita ni un gramo de importancia al asunto; al contrario, su envejecimiento sólo confirma cuán escasas perspectivas hay de que la situación experimente alguna mejoría.
Ramón Cervantes |
Sólo sus productores saben –o, en el peor de los casos, suponen– si falta mucho, poco o todo el tiempo para que sus esfuerzos, como si de un parto se tratara, coronen arribando a la exhibición masiva. Por lo pronto, se hace aquí una mínima relación de esos rezagos fruto de la distorsión sufrida, ya desde hace demasiados ayeres, por nuestro cine.
Con el propósito de hacer cronológicamente más mensurable la demora, el referente aquí es el Festival de Cine en Guadalajara, cuya siguiente edición dista menos de dos meses para ser celebrada.
De lo exhibido hace dos años en dicho certamen se han quedado en el tintero La vida inmune y Mujer alabastrina, ambas producidas en aquel 2006. Doce meses más tarde la cosa empeoró notablemente, pues de aquella edición continúan enlatadas Año uña, El brassier de Emma, Cementerio de papel, Llamando a un ángel (originalmente titulada De ángeles, flores y fuentes), Espérame en otro mundo, Ópera, Partes usadas y Polvo de ángel.
ANTIVENTA
Al parecer, la primera de las mencionadas tendrá muy pronto la oportunidad de cotejarse con el público, así sea de manera mínima y fugaz, habida cuenta de las dificultades que una película con sus características debe enfrentar, es decir, considerando que carece de nombres vistosos y según esto vendedores en su reparto, que su tema no es de ésos a los que se recurre cuando se trata de no pensar y no esforzarse ni un poquito en búsquedas de originalidad, y que tampoco apela a la muy limitada colección de maniqueísmos formales a la que tanto y tan deplorablemente suele recurrir ese cine nacional reciente con pretensiones hollywoodescas.
Luego de filmar en 1978 El sentido del juego (y viceversa), su debut largometrajista en 16mm y dos años más tarde, en el mismo formato, Todos los espejos llevan mi nombre, Ramón Cervantes dirige La vida inmune, de la cual también es guionista. Parte del programa de óperas primas del CUEC, el filme no escasea en virtudes. La primera consiste en llevar a cabo un plausible rescate visual de lo que era el México capitalino a principios de la segunda mitad del siglo XX. Ya el mero hecho de intentar una cinta de época –por aquellos puristas que puedan exigir sobreabundancia de referentes– es loable, si se toma en cuenta que rara vez el cine mexicano contemporáneo se atreve a no ubicar sus tramas fuera del presente inmediato.
A reserva de abordarla más ampliamente, quepa consignar por ahora la eficacia narrativa de Cervantes, sobre todo sustentada tanto en el guión como en la edición, así como en una labor de dirección artística que todo el tiempo sabe corresponder, apoyándola y confiriéndole riqueza, a la densa y compleja historia que se cuenta: la de una familia clasemediera en pleno e imparable proceso de desmembramiento. Empleando dicho vehículo argumental como una gran metáfora, Cervantes hace un interesante cuestionamiento acerca de la vigencia, según creen algunos, supuestamente inmutable de los llamados valores familiares.
(Continuará)
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