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– ¿Cuándo comienza a llamarse Teología de la Liberación a este nuevo modo de pensar la fe desde la perspectiva del pobre y del excluido? – El 22 de julio de 1968 en Chimbote, Perú. Me pidieron hablar de “teología del desarrollo” y me negué. Les dije que hablaría de teología de la liberación, que era más pertinente a nuestro contexto. Otra cosa que estaba de moda era la “teología de la revolución”, de la cual también tomé distancia. El peligro de la misma era que pretendía cristianizar un hecho político. – A diferencia de otros, usted nunca estuvo de acuerdo con partidos o grupos como la Democracia Cristiana ni con Cristianos por el Socialismo, aunque acentuaba la dimensión política de la fe. ¿Por qué? – Nunca me gustó que se usara lo cristiano como adjetivo. Lo cristiano es un sustantivo. Siempre dije: “Soy cristiano por Cristo, no por el socialismo.” Que como cristiano alguien haga una opción por el socialismo es otra cosa, pero no puedo deducir el socialismo por el camino de la Biblia. De la Biblia deduzco la opción por la justicia, la opción por el pobre. La gente cuando no entiende esto dice: “Oye, pero tú niegas la política, estás del lado contrario.” Yo respondo que también creo en la autonomía de lo social y lo político. – ¿Cuándo comienza la idea de formar el libro que se convertirá en el texto fundacional de la teología latinoamericana contemporánea: Teología de la liberación. Perspectivas ? – En realidad no pensé escribir un libro propiamente. Uno trabaja en los temas que le interesan y poco a poco va saliendo. Al comienzo de 1969, poco después de Medellín, una comisión ecuménica sobre temas de desarrollo me invitó a Ginebra. Entonces retrabajé la ponencia que había dado en Chimbote y así lo seguí ampliando. – ¿Tuvo oferta de alguna editorial concreta? – No, pero pasó Miguel d'Escoto, de Maryknoll, que acababa de fundar Orbis Books. Vio el libro y me dijo: “Lo publico.” Fue el primer libro publicado por esta editorial. Lo hizo traducir y lo publicó en 1973, y ha sido el libro más vendido de esa editorial. Luego pasa el editor de Sígueme, de España, y lo mismo. Otro que se interesó fue Gibellini. La edición italiana es incluso anterior a la española. Ya está traducido como a diez o doce lenguas, también al vietnamés y al japonés. – ¿Cuál es la oposición principal que recibe el libro? – Yo diría que más que al libro, era ya a la Teología de la Liberación. Ya mucha gente estaba escribiendo. Se criticaba el enfoque marxista del análisis de la realidad, pero yo no me sentía aludido. Ahora bien, la oposición más fuerte que hemos tenido no ha sido dentro de la Iglesia, sino en algunos componentes de la sociedad civil, en los poderes fácticos, económicos, militares, políticos. – La discusión abierta es signo de una teología que le dice algo al hombre y a la mujer de hoy, que genera diálogo crítico no sólo al interior de la Iglesia sino con la sociedad. – Buena parte de las reacciones vienen de la acogida que tuvo. Si me hubiera quedado en un ambiente de intelectuales no hubiera tenido ese impacto. Hubo una acogida de la base, incluso con expresiones que a mí nunca me han convencido, pero que nacen de la buena voluntad, que dicen: “Yo soy de la Teología de la Liberación.” Pero la Teología de la Liberación no era ni es un club en el que uno se inscribe, ni un partido. Se cantaban miembros y luego decían lo que querían y no siempre correspondía con lo que uno pensaba. Son cosas inevitables.
– Pero también hay una necesidad de encontrar fallas a una teología que provenía del sur. – Un periodista estadunidense me preguntó: “¿Qué piensa la Teología de la Liberación de este problema mundial?” Le dije: “Usted cree que esto es un partido político y que yo soy el Secretario General. Pues no.” También le dije: “A que usted no le pregunta a Metz (Juan Bautista): ¿qué piensa la teología política europea de este problema mundial? A él no, pero a esta teología sí. Claro, porque aquello sí es teología. Metz es alemán.” Algunos reaccionaban de este modo porque piensan que algo venido de América Latina debe tener fallas grandes. Tienen que encontrarlas a como dé lugar. Si es latinoamericano tiene que haber alguna posición rara. Quieren cosificar una teología. – Si uno se deja llevar sólo por lo que está escrito en la prensa, tal parece que usted ha sido condenado por la Iglesia. Y no es cierto. – Es curioso. En mi caso nunca hubo condena, ni siquiera hubo un proceso; sí hubo un llamado diálogo, preguntas que siempre estuve dispuesto a contestar. –¿Le parece válido este tipo de diálogo? – Siempre he creído que la teología se hace al interior de la Iglesia. En la Iglesia hay carismas distintos. A uno que escribe teología le pueden preguntar que dé razón de su fe, así como damos razón de nuestra esperanza. A ese nivel de preguntas no hay que ofenderse. – ¿Cuánto duró el diálogo? – Comenzó en 1983 y concluyó de varias maneras, pero con papel oficial hace cinco años. Durante mucho tiempo todo estuvo en silencio. No hubo nada conmigo. – ¿Qué dice el texto oficial? – La expresión es que todo concluyó satisfactoriamente. – ¿Tuvo varios encuentros cara a cara con el cardenal Joseph Ratzinger? – Sí, para gran parte de ellos no fui convocado, sino que yo mismo tomé la iniciativa. Ratzinger es un hombre inteligente, educado y, dentro de su propia mentalidad, ha evolucionado, ha entendido muchas cosas. En una ocasión, en Roma, me dijo que había leído mi libro sobre Job. Yo mismo le enviaba mis libros. Siempre he creído que la distancia crea fantasmas. Me dijo que le había gustado y que los teólogos del sur teníamos poesía, que la teología europea era más fría. – Su modo de proceder ha sido siempre poco conflictivo, enormemente dialógico y carente de dramatismo. Algunos creen que corresponde a su personalidad, pero creo que hay aquí algo profundamente eclesial. – Exacto. Todo viene de que el mundo que más dice a mi vida no es el mundo intelectual. No es la defensa de mis ideas porque son mis ideas. Me interesa la vida de la Iglesia, el anuncio del Evangelio y la vida de las conferencias episcopales. – La teología carga la huella de su tiempo. Estamos claramente entrando a otro tiempo en el que no se siente la misma urgencia y se abren otras rutas a la fe. – Hasta los cuarenta años nunca hablé de la Teología de la Liberación y creo que era un cristiano de verdad. Así que seré cristiano después de la Teología de la Liberación. Cuando me hablan de que ya murió la Teología de la Liberación yo digo: “Pues mira, a mí no me invitaron al entierro y creo que tenía algún derecho.” Luego les digo: “Pues fíjate, creo que un día sí va a morir.” Entiendo por morir el hecho de que no tenga la misma urgencia que antes. Eso me parece normal, fue un aporte a la Iglesia en un determinado momento.
– Creo que se cuida bien de no convertir a la teología en un ídolo, en una ideología a la defensiva. – No hay que hacer de una teología una nueva religión. Es la tendencia de la sociedad civil. Algunos piensan que la Teología de la Liberación es una especie de cristianismo distinto, el mío. Y hasta lo dicen elogiosamente, no por criticar. No creen en el cristianismo, pero sí en la Teología de la Liberación. Pues lo siento, lo importante es el cristianismo, no la Teología de la Liberación; ésta sólo se entiende al interior del cristianismo. – ¿No cree que antes se hablaba de pluralismo teológico, pero era en realidad un pluralismo limitado, es decir, dentro de una mentalidad casi exclusivamente europea? – Sí, y todavía en la academia teológica se habla de nosotros como teología contextual, un pensar que mantiene una estrecha relación con la realidad. Cuando me dicen esto, yo les digo para molestar: “Ay, usted tiene una idea muy mala de la teología europea. Me está diciendo que no son contextuales. Me está diciendo que es una teología que no tiene relación con la realidad. Una teología en el aire. Yo no creo eso.” – ¿Ha tenido que luchar contra cierta pretensión de superioridad? – Muchísimo. Llamar contextual a una y no contextual a la otra es un ejemplo. Todo pensar corresponde a un contexto. Más que un rechazo a la Teología de la Liberación, es una comunicación con un punto menor, como si fuéramos algo subalterno. Ha habido muchas cosas por el estilo. Se aceptaban las ideas, pero se criticaba la Teología de la Liberación. ¿Qué es eso? – Estábamos acostumbrados a que la teología sólo dialogara con la filosofía y no con las ciencias sociales. Es una novedad que costó aceptar al principio. – Curioso, porque hoy las ciencias sociales están de lleno dentro de la teología. Esa crítica a la Teología de la Liberación ya prescribió. Y todo esto ocurre a pesar de que nunca dijimos que las ciencias sociales reemplazaban a la filosofía en la teología, sino que ampliábamos el abanico de luces y disciplinas humanas para trabajar el misterio cristiano. – Además toda teología verdaderamente creadora genera resistencias. Es la prueba de fuego de su valía. – Evidente. Mira la reacción ante el diálogo de Teilhard de Chardin con las ciencias naturales. Y el ejemplo clásico de Santo Tomás de Aquino. Hablo de un gigante frente a esta teología tan enana como la Teología de la Liberación. Tuvo resistencias enormes, fue condenado por la Universidad de París y tomó siglos que se le reconociera. Él incorporó una filosofía que provenía de un pagano, la repensó, la retomó, la mezcló. – ¿Cree que estamos ya en un nuevo y mejor momento? – La cosa más dura y polémica ha quedado atrás. Debe quedar para los historiadores. Y es muy bueno decir que ya pasó. Si algo ha muerto realmente es esta polémica. Yo creo que ya es tiempo de bajar el tono. – Hay un texto en el que usted se mueve reflexivamente hacia el contexto actual de la globalización y de la postmodernidad y hacia los retos que plantea a la teología. Me refiero al ensayo ¿Dónde dormirán los pobres? Allí comienza a hacer una crítica a la tentación de hacer de la teología misma un ídolo. – Cuando de alguna cosa que no sea Dios hago un absoluto, caigo en la idolatría. He oído decir: “Teología de la Liberación o nada.” Nunca he dicho: “Si usted quiere comprender a Cristo lea la Teología de la Liberación.” Ahora, si alguien me pregunta si creo que leyendo sobre Teología de la Liberación va a comprender algo importante del cristianismo, pues sí. Es provocador decirlo, pero también la justicia puede convertirse en un ídolo. He visto cómo los pobres son maltratados por personas que se creen mucho más claras políticamente que ellos. Yo estoy muy marcado por una cosa de Pascal que leí a los quince años: “El abuso de la verdad es peor que la mentira.” Uno puede tener la verdad y abusar de ella. La persona es siempre más importante. – Su reflexión más reciente ha advertido también sobre la tentación de hacer del pobre mismo un ídolo. – Eso viene del romanticismo de algunos. Hay gente que me dice: “Todo lo he aprendido del pobre, el pobre es tan bueno.” A veces, bromeando les digo: “Usted cree que todos los pobres son buenos y generosos, pues yo no les aconsejo que vayan a mi barrio a las dos de la mañana porque se quedarán como cuando nacieron, sólo que más viejitos.” Es una manera de hacer entender que la opción no se hace porque el pobre sea bueno, sino porque Dios es bueno. Si el pobre no es bueno, pues también. Mucha gente se decepcionó del compromiso porque creían que el pobre era bueno. Si hubiesen entrado porque Dios es bueno, todavía estarían comprometidos. – De hecho, en un artículo suyo titulado “San Juan de la Cruz en América Latina” deja apuntado que lo que podría ayudarnos a evitar este camino idolátrico (que aunque habla de liberación no libera) sería abrirnos a la dimensión más mística de la fe. – Si algo tiene la mística es la capacidad de ayudarnos a depurar la noción de Dios. Si vemos el dibujo de San Juan de la Cruz, hay un momento, a partir de la mitad de la falda del monte, en el que dice que a partir de ahí no hay camino. Eso es la mística. Un caminar hacia el Señor. Seguir haciendo de Él, conforme avanza nuestra vida, nuestro único absoluto. Sin esta dimensión mística no hay verdadero compromiso con los pobres. Ahora bien, hay que cambiar la noción de mística. No es como se dice por ahí: salir de este mundo. No se trata de transmitir un mensaje, sino de “transmitir lo contemplado”. A esto hay que añadir la intuición de Nadal: ser “contemplativos en la acción”. – Lo que a veces se anuncia como mística, incluso en importantes teólogos o estudiosos, todavía tiene excesivas reminiscencias neoplatónicas negadoras del cuerpo de la historia. – La mística no es un desinteresarse de este mundo. Todavía hay gente que encuentra muy místico a alguien que no pisa tierra. Si no le importa el pobre no estoy seguro de que se trate de una experiencia mística. Es interesante que una mística, Teresita de Lisieux, sea patrona de las misiones. – Progresivamente usted ha ido insistiendo en la poesía como el mejor lenguaje para hablar de Dios. – La poesía es el mejor lenguaje del amor. Y Dios es amor. El mejor lenguaje para hablar de Dios es la poesía. Un lenguaje profundo que ve el mundo y ve la relación con el otro desde una dimensión y una hondura que el concepto no ofrece. Aunque no escribamos poesía, la teología misma debe ser siempre una carta de amor a Dios, a la Iglesia y al pueblo que servimos. |