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Dos rutas dos (I de IV)
A mediados de la semana recién concluida, en la sala Julio Bracho del Centro Cultural Universitario de la UNAM se exhibió, en calidad de premiere, el debut largometrajista del mexicano Juan Patricio Riveroll, titulado Opera . Antes de dicha ocasión y hasta donde se sabe, la cinta sólo había sido sometida a los públicos absoluta o medianamente restringidos de alguna función: para la prensa, en el primer caso, y el que acudió a verla a mediados del mes de marzo en Guadalajara, durante el más reciente Festival de Cine ahí celebrado.
No es improbable que la relativamente pequeña cifra de espectadores –dado que la Julio Bracho tiene menos de quinientas butacas– coincida, si por acaso le fuera solicitada una opinión sumaria, en la manifestación de un comentario semejante o muy parecido al que, de manera generalizada, concitó Opera luego de sus escasas exhibiciones previas; a saber, que se trata de una película “estilo Reygadas”.
Desde luego, a dicho aserto abona bastante el hecho de que la casa productora Mantarraya –origen de Japón , de Reygadas, y Sangre , de Amat Escalante, más un breve pero sustancioso etcétera– sea la responsable en este rubro de la ópera prima de Riveroll. Y si el nombre de la compañía productora lo abona, gran cantidad de los elementos que dan cuerpo la cinta lo confirma, verbigracia la inclusión, en un papel menor, de Magdalena Flores, quien encarnara a la imborrable anciana coprotagonista en el primer largometraje de Reygadas.
Más allá de ése y otros componentes menores, para cuya identificación no hace falta una mirada excesivamente rigurosa sino sólo una bien dispuesta –además, claro, de haber visto completo el opus reygadesco–, las connivencias de Opera con los filmes ya mencionados incluyen sobre todo aspectos de orden tanto formal como estético. Tal vez, y así sea de manera tentativa, dichas constantes en este puñado de filmes puedan resumirse, por lo que hace a la primera instancia –el aspecto formal– como el aprovechamiento al máximo de un minimalismo cuyo primer cometido no es tanto la economía de recursos, de cualquier modo relevante, como la obtención de pulcritud iconográfica. En la segunda instancia, es decir en el plano estético, pareciera tratarse de la búsqueda, precisamente valiéndose del recurso formal antes mencionado, de una belleza y una plasticidad ejecutadas bajo el signo de lo sobrio.
Escena de Ópera |
Respecto de todo lo anterior y en términos generales, a Opera no le duele mayor cosa, puesto que el resultado, considerado en conjunto, de componentes como a) la fotografía –a cargo de Jorge Senyal–, b) la edición –responsabilidad de Alejandro Molina y Roberto Garza–, c) el diseño de producción –autoría de Anna Couchonnal–, así como d) la música –firmada por un tal Carusso– y e) el diseño de sonido –de Enrique Escamilla–, parecen estar guiados por un espíritu de contención.
Póngase por caso a), donde es evidente el cuidado que Senyal puso en des-saturar –si se acepta el término– la imagen, haciendo un uso bastante mesurado de los encuadres y el manejo de cámara habituales del género, mismos que, a estas alturas y tratándose de una road movie , tan pronto se abusa de ellos, lejos de conferir frescura y como bien puede apreciarse en bodrios inenarrables contemporáneos tipo Un viaje de aquellos, llegan a hacer que equis filme se vea no sólo terriblemente anquilosado, sino definitivamente chapucero.
Por el contrario, apoyado de manera fundamental en b), la edición, Senyal consiguió un equilibrio sutil entre la exposición –lógica y necesariamente– privilegiada de los protagonistas obvios de la historia, y los protagonistas no obvios, comenzando por el paisaje más el vehículo utilizado por aquellos. Ciertamente es de Perogrullo esto último, es decir, la igualdad semántica en una road movie entre el o los protagonistas convencionales de la historia que se cuente, y el marco en el que dicha historia, por ello trashumante, transcurre. Si se hace hincapié en dicho aspecto es debido a que dicha empatía, tan bien alcanzada en este filme, no se detuvo en el feliz cumplimiento de su cometido sino que, de seguro involuntariamente, en más de una escena acabó por atenuar la preponderancia de esto –un personaje– o de aquello –una acontecimiento– al grado de haber agrisado el conjunto, y no sólo en una ocasión o dos. En otras palabras y para decirlo metafóricamente, hay demasiados momentos de Opera en los que uno siente que fue al bosque, donde sabe que hay árboles y de hecho los está viendo, pero tiene la clara certidumbre de estar mirando un extrañísimo bosque sin árboles.
(Continuará) |