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Hugo Gutiérrez Vega
ALLENDE Y LA DEMOCRACIA (I DE V)
El impacto de mayor intensidad del régimen de Salvador Allende en Iberoamérica se dio en el orden de la cultura democrática, creando inquietudes y fomentando reflexiones en todos los aspectos de la vida sociopolítica y económica de los pueblos que padecían dictaduras implacables o gobiernos corruptos que intentaban, sin lograrlo, mostrar un rostro democrático.
El ejemplo del régimen de la Unidad Popular había demostrado a los pueblos iberoamericanos que la izquierda, a pesar de todas sus debilidades y contradicciones, era capaz de establecer pactos y de gobernar de una manera unificada. Los pueblos iberoamericanos con izquierdas desunidas que vivían en perpetuo conflicto, vieron con sorpresa los logros de la Unidad Popular, empezando por la llegada al poder a través de un proceso estrictamente democrático, y de la realización de la mayor parte de las reformas prometidas durante la campaña electoral dentro del marco jurídico y con un respeto notable al imperio de la ley. Se hacía política, se negociaba, se daban pasos hacía adelante y a veces era preciso recular, pero nadie pudo señalar alguna fractura del orden legal por parte del gobierno de la izquierda coaligada que arduamente intentaba conservar sus pactos y llegar a acuerdos en distintas materias.
Los bajos niveles de las culturas democráticas de Iberoamérica no permitieron, al principio, que los partidos de la izquierda se percataran del profundo cambio que se estaba dando en Chile, y que esto redundaría en beneficio de las pautas culturales de los distintos países. Advierto que estoy hablando de la cultura como el entorno histórico genético, que la estoy tratando en su sentido más amplio.
Sabía Allende que, como afirmaba Marx, la cultura académica, la popular y la artística son “una dimensión esencial de lo humano”. Por esta razón, su gobierno creó casas editoras, abarató el precio de los libros, dio un gran impulso a la cinematografía (El chacal de Nahualtoro, de Miguel Littin, es un buen ejemplo del nuevo cine que proponía la Unidad Popular). El teatro y la música florecieron, en las Universidades y en las Casas de Cultura se formaron pequeñas bibliotecas escolares y municipales y, sobre todo, se fomentó la difusión de la cultura en un ambiente de libertad de creación y de apoyo a las minorías y de respeto al punto de vista de la oposición que, en los primeros tiempos de la Unidad Popular , todavía actuaba con una relativa limpieza. Más tarde utilizó todas las formas del chantaje, el boicot, la amenaza golpista y el control de los medios masivos de comunicación que, en su mayoría, se mantuvieron en las manos de la derecha.
Es necesario recordar que el gobierno de Allende jamás practicó la censura y fue siempre respetuoso de las libertades de prensa y de expresión. Esta actitud democrática encontró críticas en algunos sectores de la coalición gobernante, pues algunos partidos eran proclives al ejercicio de la censura y al control de los medios masivos. Necesario es reconocer que esos medios fueron elementos muy importantes en la preparación, el desarrollo y la culminación del golpe militar, pues, fieles a la empresa privada y, en particular, a las compañías transnacionales, crearon un clima de pánico, mintieron sin pudor alguno y criticaron sistemáticamente todas las acciones del gobierno popular. Mucho presionaron a Allende para que intentará controlar los medios, pero él siempre se negó a ejercer la censura o a mediatizar la información. De esta manera, se vio obligado a enfrentar a los radicales de la coalición y de su propio partido. Esta lucha desgastó de manera notable al poder ejecutivo de la coalición gobernante. Sin embargo, no todo fue silencio frente a los capitostes mediáticos del capitalismo imperial, pues se hizo la crítica de los medios a través de publicaciones que causaron un impacto considerable, sobre todo en la clase media intelectual y en el estudiantado. Ejemplo de esta crítica de los medios masivos son los libros de Mattelart y de Dorfman, así como el sistemático análisis de las campañas mediáticas promovidas por la Democracia Cristiana, la empresa privada y los monstruos transnacionales como la ITT y los monopolios erradicados por el gobierno en las explotaciones del cobre y el salitre. Como primer esfuerzo de crítica de los medios, la labor de los mencionados investigadores y de los centros de análisis tuvo algunos excesos pintorescos. Recuerdo que la crítica severa de personajes como el Pato Donald, Daisy y Rico Mac Pato, llevó a los analistas a una postura casi eclesiástica. Yo, admirador de Daisy y de Goofy, seguidor de Bugs Bunny y de Elmer Gruñón, me sentí poco cómodo ante la rigurosa e inapelable crítica mattelartiana, aunque debo reconocer que, en muchos de sus planteamientos, tenía harta razón, y que sus investigaciones fueron pioneras en el estudio de los efectos del cómic estadunidense en los jóvenes y, sobre todo, en los niños. En este momento serían más que necesarias las investigaciones de los críticos de Donald, pues la violencia obscena de algunos de los actuales cómics está pidiendo a gritos un análisis tal vez más sofisticado que el de los pioneros y, sin duda, más incisivo en el estudio de los valores artísticos y de las técnicas de impresión de esas manifestaciones de la cultura popular, mediatizadas por la llamada cultura comercial, pero, como obra de arte, dueños de una sustantividad independiente que obliga a los investigadores a evitar los análisis crudos y sin matices.
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