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AMOR ES TIEMPO FUERA
ROGELIO GUEDEA
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Tiempo fuera. 1988-2005,
Jorge Valdés Díaz-Vélez,
UNAM, Col. Poemas y ensayos,
México, 2007.
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La generación de poetas mexicanos nacidos en el
cincuenta abrió y consolidó varias líneas escriturales
ahora ineludibles. Por un lado, una vertiente
popular no exenta de prohijar ironía y narratividad
(en la cual se encuentran poetas como Luis Miguel
Aguilar, Héctor Carreto o el propio Ricardo Castillo)
y, por otro, una línea neorromántica que, aun
perteneciendo a la amplia galaxia tonal del Neruda
de Residencia en la tierra o Cien sonetos de amor, ha
buscado un equilibrio entre la exaltación del sujeto
dramático que subyace en todo poema de corte
romántico y la concentración lingüística y el dominio
sensorial promovido por los conocidos poetas
del lenguaje, desde José Lezama Lima hasta Coral
Bracho. Es en la línea neorromántica o realista donde
se inscribe la poesía de Tiempo fuera. 1988-2005,
de Jorge Valdés Díaz-Vélez. Obra antológica publicada
en 2007 por la colección Poemas y ensayos de la
unam, Tiempo fuera muestra de frente y de perfil el
rostro definitivo de quien ganara en 1998 el Premio
de Poesía Aguascalientes, y quien, como bien lo
señaló Vicente Quirarte, “enfrentó la reincidente
dicotomía entre fondo y forma, entre la palabra
como testimonio inmediato de la experiencia y la
depuración metafórica que crea una realidad en sí
misma”. No por otra razón, donde se encuentra al
mejor Valdés Díaz-Vélez es entre las holandillas
del poema amoroso y erótico. Un poema íntimo y de
tono contemplativo cuyo sujeto poético parece
conversarnos y convencernos de una experiencia
vivida intensamente. Autobiográfica, testimonial
y vitalista son palabras clave para entender la estética
del también autor de Jardines sumergidos. Por
eso escribe: “En el silencio te recuerdo, muchacha,/
con las últimas brasas que se apagan/contra el pecho
del cielo, palpitando.”
La poesía de Valdés Díaz-Vélez no ganará por
su ímpetu o su arrojo. No es corredora de cortas
distancias ni es fajadora en un ring de boxeo. No la
provoca el artificio verbal o la hiperdepuración estilística.
Si el símil fuera un arroyo, el de la poesía de
Díaz-Vélez sería uno de aguas mansas, avanzando
siempre por entre piedras o dunas, dejando reflejar
en su lomo la luz brillante del sol o los ojos de una
mujer enamorada. Como lo escribió Marco Antonio
Campos: “Valdés busca que las mujeres conserven en
la forma de los versos la forma del cuerpo que
en la vida perdieron.” Más que tender un puente con
sus contemporáneos mexicanos, que los hay, las
fuentes e interlocutores con los que dialoga la poesía
de Valdés Díaz-Vélez habría que buscarlos en la
poesía española de cifrado más clásico. Nombres,
primero, como el de Jaime Gil de Biedma y Ángel
González, pertenecientes a la generación del cincuenta
y, después, Javier Egea, Álvaro Salvador o Luis
García Montero, fundadores de la llamada “poesía de
la experiencia”, cobijarían la sentimentalidad desplegada
en la estética de Tiempo fuera, obra en la que
perseveran las características más genuinas de su
poética (que se entraña desde Voz temporal (1985)
hasta Cámara negra (2005): rigor formal (incluyendo
las variantes del soneto y el haikú), intimismo,
coloquialidad, nostalgia por lo irrecuperable y
erotismo. Por encima de todo, lo he dicho: el
deseo, el amor, el erotismo. Y con ello, obviamente,
sus vías paralelas: una tristeza siempre esperanzada
y una ironía parecida, otra vez, al rasguño
de una amante. Por eso, una antología de su sola
poesía amorosa se contaría entre las más apreciables
dentro de la tradición de la poesía mexicana
contemporánea. Una antología que empezara con
el poema que, precisamente, termina esta breve
reseña: “Calculaste al detalle cada paso,/ sutil,
desde hace siglos. Finalmente/ tu esposo está de
viaje y tus pequeñas/ se fueron a dormir con sus
abuelos./ Así que ahora estás sola y con euforia/ te
has vuelto a maquillar y te has vestido/ de negro
riguroso y perfumado/ tu mínima porción de lencería./
Estás temblando, te dices, pero nada/ te hará
volver atrás. Miras tu imagen/ alzada en los tacones,
desafiante./ Tú y la noche son jóvenes y hermosas/
como una tempestad que se aproxima”
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