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Marco Antonio Campos
Alí Chumacero en Guadalajara
a María Chumacero y Gabriel Yáñez
En la ciudad de Guadalajara hubo dos mesas de homenaje para Alí Chumacero para celebrar sus noventa años. En la primera hubo una lectura a dos voces entre él y yo de poemas suyos. Leí primero cinco poemas de Alí y a su vez Alí leyó su conocido poema juvenil “Poema de amorosa raíz” y el hondo e irrepetible “Responso del peregrino”. He oído leer muchas veces a Alí, nunca como esa noche. A menudo lo hace con cierto distanciamiento o algo precipitadamente. Pese a tener problemas de la vista, que lo obligan a leer con una letra más grande, y que en momentos lo hacen interrumpir la lectura, esa noche leyó el “Responso del peregrino” como si cada línea le saliera del alma. Es sabido que el poema lo escribió de febrero a mayo de 1949 como una suerte de regalo de bodas para la que sería su esposa (María de Lourdes). El ateo Chumacero escribía un epitalamio que era a la vez una oración fúnebre, como si estuviera en la hora de la hora, y dijera al mundo que, pese a su partida, lo fundamental era la tempestad, es decir, la vida en esta tierra. Al oírlo no podía dejar de sentir que en cada línea recordaba los meses cuando escribió el poema y que recordaba a la esposa ida. Muy conmovidas por la lectura las cerca de doscientas personas que llenaban el ágora del exconvento del Carmen lo ovacionaron de pie.
Hacia el atardecer del viernes 1 de agosto nos preparábamos para ir al Colegio de Jalisco. Con perplejidad oí que el ateo Chumacero quería ir antes a la basílica de Zapopan para ver a la virgen. “Lo acompaño”, dije aún incrédulo de que eso pudiera ocurrir.
Llegamos a la basílica. Íbamos Alí, Carlos Montemayor, el asistente de Alí (Raúl Aguilar) y yo. A una pregunta, Alí me responde que de niño era alumno interno en el colegio católico Manuel López Cotilla y los traían cada semana.
Este viernes no ha llovido. Veo la plaza, el atrio y más allá el cielo inmensamente azul. Montemayor se niega entrar a la basílica. “Pero Carlos, le decimos, nadie va a convertirse por entrar unos momentos a una iglesia católica, a una protestante, a una mezquita, a una sinagoga o a un templo budista.”
Dice que nos espera.
Hay misa en la basílica. A lo largo de la nave cuelgan pendones con la figura de Cristo. Raúl y yo tratamos de acercar lo más posible a Alí al altar donde se halla la diminuta figura de la virgen de Zapopan, que, vestida de amarillo y verde, lleva sobre la cabeza una corona y una aureola. Se oyen un órgano y luego el coro. Permanecemos cosa de ocho o diez minutos. Alí tiene las manos cruzadas y la mirada empañada como si viera los lejanos días de infancia y se le viniera toda la vida en un instante.
Caminamos hacia el Colegio de Jalisco que se halla a unos doscientos metros. El auditorio está repleto. Luego de leer Jorge Esquinca un bello ensayo sobre la poesía de Alí, de hablar yo y de leer Carlos Montemayor un detallado texto con las múltiples actividades que ha tenido Chumacero a lo largo de noventa años -modera Jorge Souza-, Fernando del Paso lee tres poemas, uno, desde luego, el “Responso del peregrino”. Al final lee el poeta un texto. De pronto Del Paso sorprende y dice que compró hacía poco una serie de la lotería donde aparece el retrato de Chumacero. Esperaba ganarse el gordo y darle un millón a Alí, pero el azar se puso en su contra: no le tocó ni reintegro. Sin embargo, el mejor premio, igual o más que sacarse la lotería, es guardar la serie firmada por el propio poeta. Le acerca los billetes y Alí le hace una lenta y larga dedicatoria. Aunque Alí tiene problemas de la vista, lo ayudan a ver mejor los flashes de los fotógrafos.
Viendo el bello gesto de Fernando del Paso y la respuesta de Alí me parece que es de los momentos lúdicos de la amistad literaria que deben vivirse y recordarse.
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