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Angélica Abelleyra
Blanca Luz Pulido: transitar mundos con poesía
Su relación con la palabra ha estado allí, sin titubeos. Desde que veía a su abuela materna copiar citas de poemas de Amado Nervo y Rubén Darío, hasta cuando sus maestros en la universidad le inocularon el amor por la lectura y los libros, Blanca Luz Pulido (Estado de México, 1956) ha transitado entre sorpresas por el terreno de una poesía de prodigios externos y mundos interiores que generan espacios de epifanía y descubrimiento.
“Escribo para viajar,/ para llegar a territorios que no existen,/ para que al salir de mí/ no regrese jamás al mismo sitio,/ para fundirme en el arco del presente/ mientras su marea me abraza,/ me ciñe y me abandona en otras playas.”
Más allá de la escuela y los libros de texto, se acercó a Ramón López Velarde y a Pedro Salinas. Esa articulación del lenguaje le atraía más que la narrativa de los novelistas. Por eso, cuando estuvo en la Preparatoria 6 (UNAM) y se alió a compañeros apasionados por las letras, sabía que más adelante ni pestañearía al decidirse por la carrera de Lengua y Literatura Hispánicas. Además su maestra de griego, María Eugenia Pastrana, ya le había sembrado una semilla de inquietud por otros idiomas que le abrirían su espectro mental para acercarse de manera profunda a los fenómenos culturales.
“Porque nada importa sino viajar:/ de todas formas/ nunca estamos aquí completamente,/ nunca en el espejo arderá/ la imagen última.”
Recuerda que cuando entró a la universidad, otra maestra, Cristina Barros, advertía a los alumnos que en el aula no aprenderían a escribir, circunstancia que a fin de cuentas no le importaba demasiado, sino absorber como esponja todas las enseñanzas e incrementar en ella su amor por la lectura y el conocimiento, como aprendió de otros profesores, como Margarita Peña, Luis Rius, Sergio Fernández, Antonio Alatorre y José Pascual Buxó.
Luego vinieron los talleres literarios que afinaron su lenguaje para enfocarlo en la poesía. En un taller de narrativa con Miguel Donoso Pareja, aprendió la cualidad implacable del análisis y la crítica de textos. Pero fue el mismo tallerista quien le recomendó acudir a un espacio dedicado a la poesía, pues sus textos eran cada vez menos narrativos; había un énfasis en la creación de atmósferas más que en el ímpetu por el diálogo y las historias.
“Así, llegar al puerto/ jamás sorprendido por los mapas:/ viajar para saber/ qué memorias despierta la distancia,/ qué islas elegirán mis ojos sin saberlo/ y otras preguntas que rondan los sentidos/ e inundan las palabras/ cuando la realidad como siempre me desborda,/ se cierran las puertas del poema/ y se abren las del viaje.” (“Viaje inmóvil”, incluido en el libro Los días, Editorial Colibrí, 2003.)
Con formas de escritura más sutiles y no menos certeras, se alió a talleres con Germán Dehesa, Raúl Renán y Hugo Hiriat, quienes le afianzaron su amor por la lectura, la autocrítica y la vocación por el universo poético.
Su poemario Fundaciones recibió una mención honorífica en el concurso Francisco Gutiérrez León, y a partir de allí comenzó su periplo por publicaciones, primero con ese libro homónimo (1980), y han continuado Ensayo de un árbol (1982), Raíz de sombras (1988), Estación del alba (1992), Reino del sueño (1996) y Cambiar de cielo (1998).
En este amplio trayecto, la autora se observa en un tránsito hacia una poesía más luminosa, con enigmas entorno de la cotidianidad y las formas de la naturaleza. Su estancia de dos años en Mérida trastocó sus intereses, y aquel prodigio exterior la dotó de material para dos libros: Pájaros (2005) y Al vuelo (2006): poesía muy íntima sobre la observación del mundo, con una carga de transparencia y mesura.
Ensayista y traductora del inglés, francés y portugués, ha publicado además Amor al arte, una selección de aforismos y textos breves extraídos de la correspondencia de Gustave Flaubert. Asimismo, su estancia en la Universidad Clásica de Lisboa le proporcionó el nexo con los escritores Fiama Hasse Pais Brandao y Nuno Júdice, de quienes tradujo Sumario lírico y Teoría general del sentimiento, respectivamente.
Eterna viajera, luego de Lisboa y Mérida se ha instalado en Puebla y ahora en el DF, para afianzarse en el mundo de la academia a través de seminarios de poesía y talleres de lectura donde se enfoque el placer por recorrer con la mirada las páginas de los libros. Porque, según la poeta, hacen falta más lectores que escritores, así como contagiar al mayor número de personas posible de un amor por el conocimiento.
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