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Los Vinci hacen notar que Saba, sabiéndose desde el principio aconsejar por libreros y amigos, rápidamente aprendió el oficio. Hasta 1924 tuvo numerosas ayudantes que, sin embargo, le duraban lo que el vuelo de una abeja. Tres de ellas aparecen mencionadas o aludidas en sus poemas: la primera, Paolina, otra, Margherita, la tercera, una joven bella y elegante, Giulia Morpurgo, a quien le dedicó el autógrafo de La amorosa spina, de la cual muy seguramente se enamoró, pero que renunció al puesto en la librería ante el acoso del quarantenne casado. Desde 1924 prescindió de las jóvenes dependientas porque, según escribió en una carta a su amigo Aldo Fortuna de una manera no muy elegante ni amable, “era impensable dejar el negocio en manos de esas estúpidas”. En ese 1924 tomó como ayudante a Carlo Cerne, el famoso Carletto, un joven de lo más bueno y capaz, que sería su segundo casi toda la vida, después copropietario, y un año después de la muerte de Saba, propietario. Fue el hombre en quien el poeta quizá más confió, y el hombre que protegió los intereses del poeta en la librería en los años de pesadilla de 1943 a 1947 cuando estuvo fuera de Trieste. En tiempos de Saba la librería llegó a contar con 28 mil volúmenes. Funcionó la librería asimismo como pequeñísima editorial, publicando cinco libros, tres de ellos del propio Saba: Cose leggere e vaganti (1920), Il canzoniere 1900-1921 –con mucho el más importante– y Ammonizione ed altre poesie (1932). El primero tiró treinta y cinco ejemplares, del segundo quinientos y del tercero sólo se sabe que fueron muy pocos. Ahora esos libros, esas rarezas, como anota en el segundo apéndice del libro Nicoletta Trotta, se venden como objetos preciosos. A Saba no le gustaba viajar. En París sólo estuvo brevemente dos veces: una, en 1931, dos semanas, y otra en 1938. “Durante la primera estancia en la capital francesa se dedica exclusivamente –como si fuera ayudante de su propia librería– a la búsqueda de volúmenes que adquirir, mientras el segundo viaje tiene motivaciones más complejas, porque su intención era sobre todo valorar la posibilidad de transferirse a París y abrir eventualmente una librería con el fin de distanciarse de Italia a partir de la promulgación de las leyes raciales”, escriben los Vinci. En ese 1938 el viaje “se revela pronto un sufrimiento interior”. En muy poco tiempo se daría cuenta que el racismo contra los judíos no era menor en Francia que en Italia. No estaba equivocado. Resulta sorprendente cómo Saba, que dedicaba siete o más horas a la librería, con todo el desgaste físico y mental que eso significa, se haya dado tiempo para escribir una de las obras mayores de poesía en Italia del Novecento . Libro delicioso, amable, La librería del poeta está escrito con leves pinceladas que nos dan un retrato de época: cómo eran entonces la ciudad, los políticos mussolinianos, los libreros, los habitués de la librería, amistades y colegas. Los Vinci no tratan de desentrañar la compleja personalidad de Saba, sino comprenderlo. |