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El muy extraño caso de los sobres con ántrax que sacudieron a eu (I DE II)
EL EMPLEADO EXCEPCIONAL
Bruce Edwards Ivins, un biólogo educado en la Universidad de Cincinnati, originario de Lebanon, Ohio, trabajó durante veintiocho años en el laboratorio de investigación de biodefensa en Fort Detrick, Maryland, la institución donde se han desarrollado la mayoría de las armas biológicas de Estados Unidos. Ivins era considerado como un investigador en microbiología competente y confiable, aunque algo excéntrico. Ivins había trabajado en el desarrollo de vacunas contra el ántrax y en la preparación de compuestos con ántrax, para ser usados en experimentos con animales. Durante más de una década, este científico trabajó en un tipo de vacuna que era efectiva aun en casos de contaminación con varios tipos diferentes de ántrax mezclados (las vacuna existentes no funcionaban en casos como éste). En 2003 Ivins recibió la Condecoración por Servicio Civil Excepcional, el más alto reconocimiento que otorga el Departamento de la Defensa a sus empleados civiles. El 24 de julio de 2008, Ivins fue hospitalizado para ser tratado por depresión, y el 29 de julio, a los sesenta y dos años, se quitó la vida al ingerir una dosis masiva de tylenol de prescripción mezclado con codeína. Hasta ese día Ivins seguía siendo empleado del Instituto Médico del Ejército de eu para la Investigación de Enfermedades Infecciosas.
LA SEGUNDA OLEADA
A partir del 18 de septiembre de 2001, una semana después de los ataques a las Torres Gemelas y el Pentágono, una serie de sobres misteriosos cargados de ántrax fueron enviados a varias direcciones y causaron cinco muertes: Robert Stevens (de sesenta y tres años), un editor de fotografía del tabloide The Sun; Thomas Morris Jr. (de cincuenta y cinco) y Joseph Cursee (de cuarenta y siete), ambos empleados postales del área de Washington, dc; Kathy Nguyen (de sesenta y uno), una inmigrante vietnamita que vivía en el Bronx y trabajaba en un almacén del hospital Manhattan Eye, Ear & Throat, y Ottilie Lundgren (de noventa y cuatro) que vivía en Oxford, Connecticut. Este ataque provocó numerosas lesiones, desarticuló el servicio postal del país por varios días (algunas subestaciones principales debieron permanecer cerradas por años), obligó al Senado a cerrar sus puertas y creó una atmósfera de inseguridad y temor. Algunas cartas contenían billones de esporas de ántrax por gramo, una concentración tan alta que sólo puede obtenerse al convertir esta sustancia en arma. Esto sólo puede lograrse en cuatro laboratorios (tres de ellos militares y el cuarto de una empresa contratista privada), todos ellos en Estados Unidos. La Casa Blanca trató inmediatamente de vincular estos ataques con Al Qaeda y con Irak, sin contar con prueba alguna.
LA PERSONA DE INTERÉS
El panorama cambió cuando, en 2002, el gobierno estadunidense señaló como “persona de interés” al científico Steven Hatfill. Pero el sospechoso no fue arrestado ni se presentaron pruebas en su contra. Uno de los elementos que el gobierno señaló como indicadores de la posible responsabilidad de Hatfill era que había escrito una novela acerca de un ataque con armas biológicas. La vida y carrera de Hatfill fueron destruidas, hasta que el 27 de junio de 2008 el gobierno le ofreció 5.82 millones de dólares como indemnización y lo declararon inocente. De acuerdo con varios testimonios recogidos por el New York Times, Ivins comenzó a mostrar señales de estrés a partir del 27 de junio, cuando Hatfield dejó de ser sospechoso y el FBI comenzó a enfocarse en él. Según el diario, le preocupaba que fuera obligado a retirarse prematuramente y que no podría pagar los costos de una defensa legal. De acuerdo con el abogado de Ivins, Paul F. Kemp, quien sigue manteniendo la inocencia de su cliente, Ivins llevaba más de un año cooperando con el FBI, por lo que su suicidio difícilmente podría ser resultado de una sorpresa o de un giro inesperado de los acontecimientos.
LA EVIDENCIA
Uno de los elementos que convirtieron a Ivins en el principal sospechoso del caso, fue que no reportó una contaminación con ántrax en el laboratorio, entre diciembre de 2001 y abril de 2002. Supuestamente no había querido causar pánico y alarmar a sus colegas. Él mismo se encargó de realizar una limpieza exhaustiva. El ejército decidió no castigarlo por “temor a desalentar a otros a reportar casos semejantes”. Esta justificación parece absurda, ya que premiaba a alguien por no reportar una contaminación. Además, no parecieron preocuparse por la aún más seria omisión u olvido de Ivins: la de volver a tomar muestras tras limpiar, que dijo no recordar si lo había hecho. Si bien es poco verosímil un olvido semejante, es poco creíble que esta sea la principal prueba en su contra.
(Continuará)
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