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Martin Amis: la más cruda perspectiva
Jorge Gudiño
Ilustración de Juan Gabriel Puga |
Es una serie de prejuicios la que hace que un lector de novelas o espectador de otros medios narrativos identifique a los protagonistas con los “buenos”. No es difícil elaborar un listado de obras en las que se cumpla dicha premisa. Además de ser bueno, de estar definido a partir de los más elevados valores y ser consecuente con ellos, el personaje consigue triunfar frente a las adversidades. Mejor aún, dadas sus probas características, es capaz de derrotar al mal encarnado en cada uno de sus enemigos. Incluso, si llegara a ser vencido, la empatía del público le bastaría como consuelo. Esa es una visión maniquea de cómo debe operar la narrativa. A la hora de las definiciones, el personaje principal se encuentra despojado de cualquier virtud moral o de cualquier otra índole, lo que importa es que se está contando su historia, sólo eso.
Crear un protagonista que se aparte del canon es un arma de doble filo. Por un lado, alejará a los lectores tradicionales que sueñan con seguir leyendo historias de princesas, cuentos de hadas en los que todos obtengan lo que merecen a partir de la justicia que sólo opera dentro de esos relatos. En el lado opuesto encontrará a quienes buscan nuevas experiencias, que saben que los personajes, en tanto representación de las personas, requieren de matices, de elementos que los vuelvan más verosímiles. Para estos últimos, hay un autor que satisfará sus expectativas.
Nacido en Oxford en 1949, Martin Amis es el enfant terrible de las letras inglesas. Desde la aparición en 1973 de El libro de Rachel, su primera novela, se ha destacado por crear personajes poco convencionales. Al menos para las costumbres literarias más usuales. No era nuevo, incluso entonces, que el protagonista fuera un adolescente, tampoco la carga sexual o el hecho de abordar los problemas que enfrentaba Charles Highway en una sociedad que no lo entendía. Lo novedoso era el tratamiento. La manera de presentar a un personaje indefinido en lo concerniente a su forma de actuar: reprobable desde cierta perspectiva, digno de aplauso desde la otra. Si a Amis El libro de Rachel le significó una entrada triunfal a la escena de las letras inglesas, sus subsecuentes trabajos lo consagraron.
Una a una sus novelas fueron profundizando en el sinsentido de la vida. A partir de personajes ora grotescos, ora caricaturas de la sociedad inglesa, fue brindando protagonistas cada vez más sórdidos. Con Niños muertos la crítica es absoluta. Todas las entidades figurales han decidido abandonarse a los placeres, encerrados en una casa de campo donde sus más profundos miedos saldrán a flote en medio de una orgía de drogas y alcohol que no les dará tregua a la hora de buscar salir.
Hay quien sostiene que la literatura desempeña un papel social que ningún otro medio consigue llevar a cabo con la misma proyección y fuerza: el de anticiparse al futuro. Cuando en Inglaterra todos buscaban hacer oídos sordos al clamor de una juventud liberada que no se conformaba con el sentido tradicional de la vida, Amis alzó la voz entregando obras cada vez menos apropiadas para las almas conservadoras que se negaban a ver la realidad que el proceso postmoderno conllevaba. Esa imperiosa necesidad por liberarse económicamente, por probar toda suerte de sustancias capaces de alterar una realidad poco grata, por establecer relaciones intercambiables y sin fuerza, no era más que un llamado de atención que muchos quisieron acallar.
No lo consiguieron. Sobre todo, porque a diferencia de otros autores que buscan escandalizar, Martin Amis sabía cómo hacerlo. Su propuesta narrativa trasciende el simple cacareo. Es un escritor con recursos probados, que no se detiene a la hora de probar una estrategia textual compleja. Campos de Londres es el mejor ejemplo de ello. En esta novela se da el lujo de plantear un tour de force combinado con un ejercicio metaficcional, en el que el autor se divide en dos entidades distintas sólo para acompañarlo a lo largo de un poderoso periplo a través de algunos de los más sórdidos pubs donde se juega a los dardos. Por si fuera poco, consigue que tanto Keith como Nicola Six (quien ha decidido que el primero terminará asesinándola justo al acabar el año) se vuelvan personajes entrañables en su labilidad.
A la hora de los tópicos, es sencillo enunciar muchos libros de Amis que se desarrollan en Londres y sirven para retratar la sociedad de esa ciudad y del país entero: Perro callejero, La información, Dinero, Tren nocturno, Mar gruesa, Koba el temible, Experiencia . Sin embargo, el acápite de su narrativa sale del contexto convencional. La casa de los encuentros se desarrolla en un campo de concentración de la Unión Soviética tras la segunda guerra mundial. Ahí se dará un complejo proceso confesional por parte del narrador y protagonista que se aleja demasiado del ideal que lo asocia con el bien. Al contrario, es su maldad la que permite crear una novela poderosa y contundente, indispensable a la hora de buscar los caminos que la literatura contemporánea está recorriendo.
Si en algún momento Amis buscó el escándalo para tener éxito, lo hizo con los recursos suficientes para volverse un referente de la narrativa actual. Si alguien quisiera juzgarlo, antes tendría que detenerse a analizar la calidad de su prosa, la manera en que tiende los entramados, la profundidad con que pinta los personajes, y todas las virtudes que definen su obra. Que haya optado por la más cruda de las perspectivas para abordar sus temas, sólo es un extra para los lectores que no se conforman. Para ellos y para los otros, el resto de los argumentos es más que suficiente a la hora de sumarlo al buró de las lecturas pendientes.
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