Gesualdo Bufalino
El malpensante
la luce, che vuole?
Gesualdo Bufalino
A diez años de la muerte del discreto e intenso escritor siciliano Gesualdo Bufalino (1920-1996), acaso uno de los últimos grandes artistas europeos de la palabra, pienso en
Verga y Pirandello sí, claro, e incluso Quasimodo, y también Brancati, pero sobre todo en Vittorini, Lampedusa, Sciascia, Bufalino, Consolo... Mi irresistible empatía con los grandes escritores de Sicilia, que no tiene aparentemente ningún fundamento práctico o concreto en mi linaje, ¿no ha de implicar acaso una consanguinidad del espíritu con esta tierra tan bellísima como árida, de mar y roca y cielo, hija dilecta aunque violada del Mediterráneo –un poco el padre de lo mejor de nosotros–, donde los enriquecedores mestizajes siempre fecundantes, avalados y casi orgánicamente digeridos por una vitalidad indestructible y tan ávida como sabia, se han visto obligados a convivir con todas las invasiones y todos los imperios, con todas las infamias y todas las miserias, efímeros sin embargo frente a tanta desesperada, espléndidamente elemental ansia de existir?
La sal, la sangre, el sol, la savia de Sicilia se han hecho lengua viva en el claro y orgánico y hondo y musical idioma de su pueblo. Y de ese subsuelo siempre activo han surgido escritores de ley, artistas de la palabra, poetas de la inteligencia y del instinto. Aunque continúo profundamente deslumbrado por la belleza y la piedad de mi contemporáneo, Vincenzo Consolo (1935), un escritor de ley, mi otro descubrimiento relativamente cercano es el del impar Gesualdo Bufalino (1920-1996), nacido en la sicilianísima Comiso, un recoleto profesor de lenguas clásicas en localidades aisladas, descubierto en sus altos años por la generosidad de grandes colegas, Sciascia el primero, para iluminarnos con una eterna juventud, con el donaire y la madurez de un auténtico clásico.
Al igual que a otros, me lo reveló su Perorata del apestado, un libro que en estos opacos tiempos de banalidad y de estridencia no continúa sino que se mantiene magníficamente en los dominios de la escritura como arte, de la literatura como revelación. Y al cual se añadieron otros títulos, no menos significativos, tales como Argos el ciego, Las mentiras de la noche, Qui pro quo, Tomasso y el fotógrafo ciego, por citar sólo algunos, cuya calurosa recepción vino también a consolarnos con la evidencia de que la cultura europea conservaba todavía algo de su antiguo esplendor.
Aunque en 1982 él mismo reunió a sus poemas casi secretos, presentados con discretísima humildad, como pidiendo disculpas, bajo el logrado título de La amarga miel, en sí mismo un oxímoron, no resistí a la tentación de presentarlo en nuestra lengua con la cadencia no menos agridulce de sus indelebles aforismos de El malpensante, donde una tiernísima pero aguda ironía –en la que saludablemente se incluye– no consigue disfrazar del todo un lirismo esencial, humanísimo, profundo.
RODOLFO ALONSO
Nacer es humano, perseverar es diabólico.
La mitad de mí no soporta a la otra y busca aliados.
Escribo porque tengo miedo. Cavo trincheras de palabras donde esconder la cabeza.
He aprendido a no robar escuchando a Mozart.
El suicidio como autarquía, hágalo usted mismo...
"Una biblioteca –dijo Ralph Waldo Emerson–, es un harén." ¿Y si fuera un polvorín?
Muchos muertos son suicidas disfrazados.
Este luctuoso lujo de ser sicilianos.
Vivo dentro de mí como un dedo en un guante demasiado largo.
Ningún abismo de depravación existe donde no vacile en deslizarse la mente de un tímido.
"Conócete a ti mismo", dijo el filósofo. ¡Si será loco!
No esperen demasiado de la muerte. Puede ser un caballo de Troya.
Cada uno sueña los sueños que se merece.
Dios es mejor de lo que parece, la Creación no le hace justicia.
Después de la lluvia la tierra, como una muchacha un sombrero de paja azul, se ha puesto el cielo sobre la cabeza.
Escondido detrás de mi cara de viejo, con qué júbilo oculto siento dentro de mí una joven fuente cantar.
¿Todo gratis? ¿No se paga nada por mirarte?
Somos rehenes de uno que cada día aumenta el precio del rescate.
Morir es una descortesía de la cual, si pudiera, el difunto se ruborizaría.
El silencio ha sido en el fondo una inevitable profilaxis.
El traductor es evidentemente el único auténtico lector de un texto. Por cierto más que cualquier crítico, quizá más que el propio autor. Porque de un texto el crítico es solamente el cortejante ocasional, el autor el padre y el marido, mientras que el traductor es el amante.
Menos creo en Dios más hablo de él.
En un mundo de inercias contradecirse resulta el único movimiento.
No tengo certezas, la certeza es enemiga envidiosa de la verdad.
Los hombres: probablemente las lombrices solitarias de la tierra.
Todo público recitador de versos es un reo confeso.
Tu indiferencia me adula.
Hubo en un tiempo una civilización del amor de la cual el siglo xx no contempla sino las ruinas.
Dios violentó a la Eternidad: nació un fruto de la culpa y fue el Tiempo.
Otoño, estación desleal.
La agonía de un lugar, de un objeto es más triste que la de un hombre.
Usurero de mí mismo.
Como todos los arrepentidos hablo, hablo de más, no la termino nunca.
He vivido por años como un país invadido: un poco rebelándome, un poco pactando...
Vivir de incógnito, como Dios.
Dicen que el hombre de Neanderthal murió porque no sabía hablar. Nosotros moriremos por no haber sabido callar.
¿Cómo se hace para amarse viviendo con uno mismo veinticuatro horas sobre veinticuatro?
Amplias frentes deshabitadas.
¿Hacerme confesor o sacerdote de los hombres? Non sum dignus.
La ironía de Dios. Sólo a un Dios irónico sabría rezar.
La fama es la gloria vendida como saldo, con los descuentos de fin de temporada.
Grito, es verdad, pero a flor de labios.
En tiempos de la "fea" epoque nadie sabía que un día iban a llamarla "Belle". Es improbable, pero quien sabe si no deba ocurrir lo mismo con nuestro tiempo.
Como me gustaría, este libro, si no lo hubiese escrito yo.
SELECCIÓN Y TRADUCCIÓN DE RODOLFO ALONSO
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