Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 10 de septiembre de 2006 Num: 601


Portada
Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
El malpensante
GESUALDO BUFALINO
Poesía joven de Perú
RICARDO VENEGAS
(selección)
Dos relatos
La Sinfonía del deshielo, un grito de libertad
NORMA ÁVILA JIMÉNEZ
Los dos rostros de Shostakovich
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR
Pickpocket ataca de nuevo
ROBERTO GARZA ITURBIDE
Entrevista con MARTÍN LASALLE
180 años de caricatura
AGUSTÍN SÁNCHEZ GONZÁLEZ
Albricias
Mentiras transparentes
FELIPE GARRIDO

Columnas:
A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Mujeres Insumisas
ANGÉLICA ABELLEYRA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Teatro
NOÉ MORALES MUÑOZ


Directorio
Núm. anteriores
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VERÓNICA MURGUÍA

CRÓNICAS COZUMELEÑAS (II Y ÚLTIMA)

Ya se sabe: los viajes ilustran. De éste regresé con tal cantidad de información que tengo una sensación rarísima, como si no tuviera espacio en la cabeza para acomodarla y hacer algo con ella.

Llegué –aunque los organizadores del xv Congreso Internacional de los Niños por el Medio Ambiente me ofrecieron alojamiento en otra parte–, a un hotel de esos todo pagado. Con barra libre nacional, harto borracho y buffet pantagruélico.

Estaba feliz porque de mi cuarto al mar eran sólo unos pasos. Ahora, después de estar con los biólogos, sé que construir sobre la playa es atentar contra el equilibrio entre el mar y la costa. La duna costera, es decir, el promontorio cubierto de matorrales y arbustos que dibuja una frágil frontera entre la vegetación de tierra adentro y la arena de la playa, debería respetarse siempre. Es la salvaguarda natural contra la erosión y los huracanes.

Claro que a los hoteleros la duna (y todo aquello que no se pueda vender) les vale. Si al hotel se lo lleva el mar, pues construyen otro. No sé si tendrá que pasar como en la playa de Phuket, en Tailandia, para que entendamos que menospreciar a la naturaleza nos puede salir muy caro. ¿Será necesario que el mar no se lleve solamente al edificio, sino también a los turistas que se hospedan en él para que las autoridades dejen de dar permisos para construir en la playa?

Esta alarmante información me fue proporcionada sin aspavientos, en medio de una conversación intermitente, pues los biólogos, encabezados por el profesor José de Jesús Benavides, estaban preparando todo para la llegada de los niños: comida, actividades, espacios. Habían planeado que los congresistas pasaran una noche en la playa, en Punta Sur. Los niños identificarían nidos de tortuga verde y participarían en una jornada de recolección e identificación de basura. Además, el profesor Benavides, con Héctor González Cortés, Rafael Chacón, Beto Zacarías y Gabriela Martínez dispusieron un juego de búsqueda de tesoros en las inmediaciones del faro Celarián. Así, mientras ellos trabajaban como locos –con buen humor y ánimo–, yo iba detrás preguntando, cayéndome, pisando cangrejos, escupiendo mosquitos que se me metían en la boca, y en general, demostrando que los chilangos no estamos hechos para la convivencia con el mundo natural.

Aunque no hace falta ser un biólogo para darse cuenta de que el huracán Wilma devastó Cozumel. Todo el ecosistema que conforma la isla fue dañado: frente a la selva, uno tiene la impresión de que una hoz descomunal cortó toda la parte superior. Imagínate lector a las aves, los reptiles, los mamíferos que murieron en los embates del huracán. Debajo del agua la cosa es igualmente triste: el caleidoscopio multicolor del arrecife ha sido sustituido por la blancura pareja de la arena que cubre las piezas deformes de concreto que el huracán desarmó. Los corales fueron barridos a la playa, dejando sin casa a peces, tortugas, langostas, caracoles y medusas. Además, para que este daño se corrija hacen falta tiempo y una política resuelta de protección. En efecto, para que el arrecife se recupere necesita sol, que la sombra de los cruceros no se proyecte sobre el coral –los pólipos necesitan luz para sobrevivir– y que los grupos de buzos que bajan a Palancar disminuyan en cantidad de personas y número de visitas.

Más tarde, Héctor González me preguntó si me gustaría ver cocodrilos. Fingí serenidad y contesté que sí. Salimos a la playa, y en lugar de ver a los cocodrilos meterse en el mar para regular la salinidad de sus cuerpos, me tocó ver desovar a una tortuga verde. Todo lo que se dice acerca de semejante esfuerzo es verdad: verlo asombra y enternece. Pero al tocar a la tortuga descubrimos que estaba enferma: un fibropapiloma sobresalía de una de sus aletas. Se cree que el fibropapiloma que afecta a la población de tortugas en el Golfo y el Caribe se debe a la contaminación. Me dio muchísima tristeza. Los biólogos, infatigables, marcaron el lugar del desove para vigilar el nido y siguieron con sus preparativos para el congreso. Tienen razón al esforzarse tanto por la educación, ya que sólo conociendo estos problemas podemos plantearnos soluciones.

Por lo pronto, mi idea de las vacaciones ideales –tumbona, alberca, vista al mar, libro policíaco y snorkel– ha sido sustituida por otra. Lo malo es que todavía no sé cuál es. Mientras, a ver si logro digerir lo que aprendí.