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HUGO GUTIÉRREZ VEGA
PERSPECTIVA MEXICANA DE MAX AUB (III DE X)
Rulfo y Aub se unieron en una empresa difícil y urgentísima: La reivindicación de la obra y la persona del novelista Guadalupe de Anda, injustamente relegado por una generación que carecía de sensibilidad para aquilatar los valores de una literatura sencilla, directa, popular y, al mismo tiempo, rica en materia de testimonios morales y en rasgos personales de estilo y de manejo del lenguaje. Los lugares comunes acumulados por una crítica miope y superficial atribuían a Guadalupe de Anda el carácter de enemigo de la Revolución cristera, colocándolo así fuera de los patrones de conducta de la objetividad. Aub y Rulfo, lectores inteligentes, se dieron cuenta de la perspectiva crítica desde la cual enfocaba al movimiento cristero el novelista alteño. Aub aseguró, con marcada razón, en el ensayo que estamos comentando: "De Anda fue a la novela de la revuelta cristera lo que Mariano Azuela a la de la Revolución en general." La firme posición de respeto a la sustantividad independiente de la obra de arte que está por encima de las ideologías, caracterizó la actitud crítica de Max Aub y puso en su sitio a un buen número de comentaristas, bien intencionados, pero simplones, que lanzaban sus rayos condenatorios desde la elemental barricada del llamado realismo socialista. Los mexicanos no olvidamos esta lección moral de un hombre comprometido que supo respetar los compromisos ajenos e, inclusive, admirar el valor artístico de las obras de autores carentes de una posición comprometida. Tal vez el único escritor que escapó de la agudeza crítica de Max fue José Revueltas. Tengo la impresión de que, posteriormente, rectificó sus primeros puntos de vista, pero no lo sé a ciencia cierta. En el ensayo que nos ocupa, Max deplora la confusión y la falta de orden en la novelística de Revueltas. Tal vez tenía razón en ese momento, pero más tarde el escritor múltiple e inquieto que fue Revueltas se convirtió en el iniciador de la novela urbana, en el cronista de los bajos fondos y de las luchas políticas de una ciudad que empezaba a padecer los extremos de un crecimiento teratológico. Sin embargo, Max advirtió que la pluma de Revueltas "era una de las seguras", y encontró un aliento bíblico y un sostenido tono mayor en la novela sobre el penal de las Islas Marías, Los muros de agua.
A Max debemos algunas de las mejores páginas sobre Juan Rulfo, el más auténtico y estilizado de nuestros escritores. "En Rulfo ya no está lo visto, o lo vivido, sí su recreación: ya existe en él la distancia necesaria al arte", decía Max en el momento en que la crítica nacional no hallaba en donde ubicar o como asir al silencioso escritor jalisciense. Max logró establecer los puntos de contacto que se dan entre Azuela y Rulfo y enfatizó la voluntad de estilo, la parquedad, el cuidado, el finísimo olfato literario que caracterizan al autor de Pedro Páramo.
Además de sus trabajos de ordenación crítica de la novela de la Revolución, Max Aub se mantenía atento a todo lo que pasaba en el quehacer literario de México. Su capacidad de lectura, evaluación y síntesis era notable, sobre todo si tomamos en cuenta que él era, fundamentalmente, un creador. Sin embargo, se dio tiempo –su capacidad de trabajo y su entusiasmo nunca envejecieron, y diría que pasó la vida en un constante deslumbramiento. Se dio tiempo, decía, para opinar con tino sobre Alfonso Reyes, Villaurrutia, Usigli, los poetas mexicanos de los cincuenta y, en un pequeño y memorable artículo, publicado en 1970, despidió de la vida a uno de nuestros mejores poetas, José Carlos Becerra, muerto en Italia en un estúpido accidente de carretera. "De nada sirve clamar a los cielos. Edítese; única protesta posible contra la muerte. Tal vez no proteste lo necesario." A todos nos emocionó la protesta de Max ante la muerte de José Carlos. Yo se lo agradecí en el fondo del corazón. José Carlos fue mi hermano, mi compañero de camino por la poesía. Por otra parte, debo insistir en la honestidad crítica de Max. Nunca trató de halagar o de hundir a nadie, ni tomó partido en la lucha de las capillas o de los mandarinatos literarios. Entendía la crítica como un servicio a la literatura y a la comunidad; sabía, con Gramsci, que el arte es interesante en sí mismo, y con Marx, que es una dimensión esencial de lo humano. Por estas razones, que tan prolijamente he manejado, sus Ensayos mexicanos son un documento valioso para el conocimiento, el estudio y la evalución crítica de nuestra literatura y del entorno socio-político que la influye y sobre el cual, con frecuencia, influye.
(Continuará)
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