Mentiras transparentes
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MENTIRAS TRANSPARENTES
Felipe Garrido
ESTELLAS
Marita salió a la terraza y se apoyó en el barandal, de espaldas a la cañada por la que habíamos llegado. Me miró en silencio, contra las copas negras de los pinos. Me acodé a su lado. Sentí su perfume, mezclado con el rumor del bosque. Una tras otra siete cadenas de montañas iban bajando hasta el final del mundo, pero en la noche sus cumbres se confundían. Alguien había puesto música en la casa, y se oían risas. La muchacha tenía la mirada tierna y encendida, pero se desprendió de mi abrazo. Yo quería besarla. Alguien se asomó a la puerta y preguntó a gritos si ya había comenzado.
–No entiendes –me dijo, en un susurro, y se abrazó a uno de mis brazos, con frío, no con deseo–. Ya te lo dije: un día dejas de ser lo que vives y empiezas a volverte lo que amas.
Y luego, cuando incontables, de un lado a otro del cielo, comenzaron a caer las estrellas, antes de palmotear, de llamar a los que estaban en la casa:
–Dichosamente entre sus lumbres arden.
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