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MINEROS DEL ALMA
Para Heriberto Yépez, contertulio en
una cantina vociferante de Los Mochis
Proclive que es este quejicoso
aporreateclas a los berrinches y las pataletas, valga un respiro para ponderar
un esfuerzo colectivo de buena televisión empleada finalmente, vaya, para
servir a la gente y no al revés, como resulta patente cada que uno busca el
control remoto queriendo ver la tele y termina tragando anuncios de tinte para
el cabello o, peor, paporretas propagandísticas para convencernos de que vivimos
en ese país de las maravillas en que el papanatas presidencial en turno nos
convirtió el México de a pie. El programa en cuestión no es precisamente nuevo,
así que omitamos asombros isagógicos y catedralicios maitines. No podremos
cantar alabanzas a lo complejo de su producción, a su departamento de efectos
especiales o a lo novedoso de su utilería, porque tampoco requieren de boato
sus escenografías, ni temerarios encuadres con paneo de videoclip roquero, ni
brutales acercamientos con los que en los reality shows la cámara casi
absorbe lágrima y mocos de quien llora a cuadro. Se trata de un panel de
discusión –y aquí ya se dispara la alarma de abúlicos aficionados al fútbol,
las telenovelas o las películas de Zwarschernazi contra el chupacabras: ¡panel
de discusión!, ¡los paneles de discusión son programas aburridos, para
viejitas, politicastros y periodistas! Pues no. Y encima de todo es un programa
que en verdad aporta cosas interesantes y propositivas para aligerar el mecapal
de las patologías sociales y emocionales.
Se trata de Diálogos en
confianza, programa transmitido todas las mañanas (de 9:00 a 10:30 horas)
en la barra de Canal Once, del Instituto Politécnico Nacional. Bajo la
dirección y producción de Tere Costa, actualmente alternan la conducción
Fernanda Tapia, Julieta Lujambio y Sylvia Covián, presentando consejeros
invitados: psicólogos, médicos, nutriólogos, trabajadores sociales y hasta
superpolicías entregados a tratar de sacar adelante una verdadera terapia de
grupo, como pudimos ver hace poco en un capítulo dedicado a víctimas de ataques
violentos.
Como dice su sitio de internet
(http://oncetv-ipn/dialogos), este “es uno
de los pocos espacios de servicio social que tiene la televisión mexicana”. Diálogos
en confianza suma virtudes. Una de las más plausibles es que sin
estridentismos efectistas, sin el amarillismo histérico que rezuma cualquier
foro más o menos parecido que pretendan montar las televisoras privadas, no
tiene pelos en la lengua y sus conductoras jamás se permiten facilitones
eufemismos: le dicen al pan, pan, al pene, pene y al estupro, estupro. Otra de
las muchas sustancias de gran valía de este programa es, aunque los machitos
pendejos digamos qué programa tan tendencioso, su irrecusable defensa de esa
víctima histórica de la opresión que en este país es la mujer, sin ser
solamente un bastión del feminismo. En Diálogos en confianza exponen sus
auténticas, silentes tragedias, muchas personas: jóvenes homosexuales
rechazados en la familia, la escuela o el trabajo; mujeres violadas por sus
maridos mazacotes y alcohólicos; hombres maduros sometidos a la humillación por
padecer una disfunción eréctil; niños vejados, maltratados, golpeados. Suben al
estrado muchos de nuestros abandonados para atreverse a mostrar sus heridas
emocionales pero sin hacer de todo esto un lamentable espectáculo, sino un
vehículo terapéutico. Es, si el equipo de productores, técnicos y conductoras
me permiten el sentido lapidario, casi (o sin casi) una exposición clínica
de casos, un catálogo terapéutico de consejas y posibles soluciones a multitud
de personales infiernos.
En una sociedad plagada de
adicciones y reyertas, de atavismos fundamentalistas y de prejuicios estúpidos
basados siempre en el fondo resbaloso de la ignorancia, Diálogos... abre
un espacio de discusión no solamente sano sino urgente de multiplicar con
tintes de emergencia nacional. Un programa que en un país con tanta enfermedad,
tanta hambre, tanta marginación, tanta cotidiana corruptela y tanto machismo
estúpido, se hace cargo de escarbar en las recónditas galerías del sufrimiento
humano, o menos dramáticamente, de explicar con perspicuidad técnicas de
contracepción, de terapia familiar o de integración social, obsequia un sentido
humano, amable, útil y digno a la sola presencia de un aparato de televisión, a
falta de vocho y changarro, en cada hogar mexicano.
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