Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 24 de junio de 2007 Num: 642

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

ODESSA
LEANDRO ARELLANO

Rima
YORGOS SEFERIS

El legado poético de
José Hierro

MIGUEL ANGEL MUÑOZ

El orgullo del poeta
LUIS GARCÍA MONTERO

Dos poemas

Rolando Hinojosa, candidato al Cervantes
RICARDO BADA

Saramago: la realidad
es otra

CARLOS PAYÁN Entrevista con
JOSÉ SARAMAGO

Gran Hermano en la
Triple Frontera

GABRIEL COCIMANO

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Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGUELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

Cabezalcubo
JORGE MOCH

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR


Directorio
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Jorge Moch
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Su nombre es karma

Casi todas las buenas comedias que se ven en la tele son de importación (lamentablemente mucho del chiste se pierde entre la traducción y la mojigatería de los doblajes, además de que suelen ser de distribución restringida a la televisión de paga) como los gimnásticos episodios de Míster Bean o las producciones de don Larry David. En este sentido malinchista My Name Is Earl (Mi nombre es Earl), serie norteamericana que protagoniza y produce Jason Lee –conocido por su participación en varias películas como Mallrats, Chasing Amy y Almost Famous, pero también porque fue patinetero, que no patinador, profesional, y es dueño de su propia marca de patinetas, Stereo Skateboards– no es una excepción. Es en cambio poco común el tratamiento desenfadado que la serie obsequia a un sector de la población estadunidense de suyo retardatario: caucásico, pobre, muchas veces protestante, consumidor de chatarra y mentiras patrioteras que es profundamente ignorante de todo lo que no concierne a la guerra de moda, al último disco de su banda favorita o la vida sexual de cualquier quimera de silicón y lip gloss como Paris Hilton o Pamela Sue, es decir, el white trash, la basura blanca, que es como los mismos gringos llaman a ese determinado y siempre perdedor estrato de su propia población presuntamente eterna triunfadora... Este sano pero también algo esquizoide comportamiento de pararse frente al espejo televisivo y reírse de la insensatez de la propia sociedad lo hacen otras series, pero otra vez son pocas, como Los Simpson, Malcolm in the Middle o King of the Hill (además se enfocan más bien a ese amplio sector social que es la clase media) y resulta interesante la paradoja de que todas estas series sean emitidas o distribuidas por las cadenas norteamericanas más refractarias a cualquier manifestación de auténtico pensamiento liberal, como la National Broadcasting Company (nbc) o Twentieth Century Fox Television.

Earl Hickey (Lee mismo) es un treintañero blanco, ignorante, apático –pero no del todo apátrida–, infeliz ladronzuelo mediocre que un día obtiene, oh sueño mexicano, un premio en el equivalente gringo de nuestro Melate. Pero precisamente cuando sale pegando brincos de felicidad del estanquillo donde revisó su premio, una anciana lo atropella con su auto. Hickey entonces, sometido a una especie de introspectiva epifanía por influencia de toda la parafernalia metafísica que caracteriza a la sociedades occidentales de hoy, determina que el karma de su vida le está cobrando tanta sinvergüencería cometida y que es hora de enmendar el camino (imagina, lector, lo bueno que sería repartir atropellamientos automovilísticos entre nuestra fauna política). Así que decide elaborar una larga lista de todas las fechorías perpetradas desde su niñez y reparar uno por uno todos los daños cometidos en perjuicio del prójimo. Allí reside cómo se solventa la secuencia de los episodios: cada renglón de la lista de Earl es un capítulo de la serie, y lleva implícita la elipse de una historia concéntrica con nuevos personajes –y viejas fechorías– para cada ocasión. La lista resulta interminable como tantos fueron víctimas de sus guarradas. Acompañan a Earl en su gesta ácida pero redentora varios personajes bien configurados, extraídos del mismo entorno jodido-primer-mundo: su hermano, Randy (Ethan Suplee), un tipo subnormal y limítrofe, baboso pero bonachón, gordo y enorme; la ex mujer de Earl, Joy (Jaime Pressly), sureña díscola y avariciosa que se resiste a brindar ningún tipo de ayuda a menos que en ello lleve alguna ganancia, de preferencia en efectivo; el actual marido de ésta (viven, desde luego, en un remolque), Crabman, un tipo cándido, y la actual cuasi pareja de Hickey, una camarera que es un bombón. Estos últimos dos personajes dan puntilla étnicamente correcta a una serie que suele ser harto irreverente, porque uno es afroamericano y la otra latina.

My Name Is Earl –recientemente en televisión abierta mexicana al aire por Canal 5 de Televisa, adobado con mal doblaje y obliteradoras sesiones de anuncioterapia– no tiene grandes atributos, pero es una serie que entretiene con saludable insolencia y se da el lujo de revisar, con ojo gástrico, los matices de la sociedad norteamericana de hoy, tan lejana de sus vecinos y tan cercana a los grandes mitos que las grandes corporaciones inoculan todos los días, a la hora de la merienda frente al televisor, en su bandeja rebosante de papas fritas, hamburguesas, cerveza y pastelillos. Buen provecho.