Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 24 de junio de 2007 Num: 642

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

ODESSA
LEANDRO ARELLANO

Rima
YORGOS SEFERIS

El legado poético de
José Hierro

MIGUEL ANGEL MUÑOZ

El orgullo del poeta
LUIS GARCÍA MONTERO

Dos poemas

Rolando Hinojosa, candidato al Cervantes
RICARDO BADA

Saramago: la realidad
es otra

CARLOS PAYÁN Entrevista con
JOSÉ SARAMAGO

Gran Hermano en la
Triple Frontera

GABRIEL COCIMANO

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGUELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

Cabezalcubo
JORGE MOCH

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Dos poemas

AQUEL AHORA

Jorge Valdés Díaz-Vélez

Las posibilidades de volverte a encontrar
eran remotas. Una entre un billón. Y habiendo
infinitos lugares dispersos por los números
de un cálculo improbable, quién imaginaría
que te iba a ver en esa cantina, transformándote
en luz de aquel entonces feliz, o eso quisieron
creer años atrás aquellos dos que fuimos.

Estabas allí, tú de pronto y sin aviso
previo, con una tímida sonrisa, recargada
en el hombro de un tipo de aspecto deleznable
que podría haber sido yo. No reconociste
mi rostro entre la gente del bar. Aunque tal vez,
supongo, pretendías saber adónde y cuándo
miraste mis facciones, en qué sitio más joven
hiciste un alto, bajo qué extrañas circunstancias
coincidiste con alguien que se me parecía
de lejos. Pero no recordaste, si acaso
lo intentabas, a quien le prometiste un sueño
que no ibas a cumplir, cuando nos despedimos
tras una ventanilla. De vuelta en este ahora,
tu cara era la misma donde vi el resplandor
del ángelus y el tacto de un crepúsculo gris
y hermético. Llevabas rubor en las mejillas
y el cabello más negro que alguna vez tocaron
mis manos por el valle lunar de tu cintura.

La bienaventuranza fue nuestra compañera
de viaje a las estrellas tan próximas al hambre
de nuestros corazones y su dolor difuso.
Era la edad del bronce pulido de tus pechos.
Las noches fueron lentas palabras inaudibles
del mundo que brotaba sin encajes. Bebíamos
la vida entre los versos de una poeta árabe
y bailaba desnuda la luz en la terraza.

Tú entonces te encendías y el viento iba contigo
por algún callejón a sórdidas tabernas,
levantando tu falda minúscula, mostrándome
las rutas que de súbito me alzaban al misterio.
Sin duda eras feliz de forma ingobernable.
También lo fui. Lo fuimos. Te dije, lo recuerdo
como si fuera ayer, que un dios haría suyos
los rasgos de tu nombre y el vino tu sabor
de almendra y paraíso. Sigues igual, incluso
me has parecido más hermosa, quizá menos
alegre que la imagen que de ti conservé
todo este tiempo en vano. Detrás de tu mirada
no encontré el resplandor de aquella chica insomne,
sino una palidez ceniza de rescoldos
que aún parecen guardar el vértigo del fuego.
No puedo asegurarlo. Y ya tan poco importa.

(de Los Alebrijes, Hiperión, 2007)


FERNAND LÉGER
DANZA Y BAILA

Guillermo Landa

Nunca se explicará satisfactoria
la historia de Léger el carnerero:
del campo a la ciudad cambiar de oficio,
rebaños trajinar a la matanza,
estiércol oliscar y cagarrutas
en aguarrás y aceites transmudando
perfumes que sahuman bastidores,
telas, muros de fábricas, inmuebles.
Dejar el río Touqués, llegar al Sena,
en la isla de Francia avecindarse
donde el genial pintor alumbrará;
París de cagafierros deglutorio
con su rastro para el degollamiento
de carneros, caballos y terneras
con que hipofágicos y carniceros
cocinan escalopes y gigotes.

Vendrá Fernand Léger con dulzaina
vendrá légère para bailar la java*
en el bal musette de la Rue de Lappe
y se echará con Aragon un trago
al son del acordeón y sus compases:
medidos tres con rapidez los pasos
corredores, los pasos en desliz,
del valsar la mudanza giratoria.

Con las ruedas dentadas, las poleas,
los patines del diablo en los pinceles
la rotación despierta a los colores
ruborosos, al gríseo azul, al verde,
el amarillo, el bermellón contrastan
como una flor y cubos de un biciclo
el movimiento y la quietud abrazan;

Emanuel Rabinovitch barnizando
con colodión el industrial apremio;
George Antheil con su estruendo mecánico
de pianolas, de timbres, de bocinas,
hélices, que la escena sonoriza:
todo Léger-Le Ballet mecanique.

* El autor recuerda La Java de Cezigue de
Ebinger Groffe que canta Edith Piaff