PEMEX Y LA JUSTICIA
CARLOS PELLICER LÓPEZ
Nos han acostumbrado a aceptar la injusticia como situación normal, inevitable. Es el mal necesario, el mal que sólo los más listos saben aprovechar. La impunidad es el premio a los vivos, a los que saben aprovecharse del prójimo. Los otros... son los pobres muertos de hambre.
Cuando pienso en nuestros jueces máximos, creo que el único consuelo es imaginarlos, día tras día, enfrentando la luminosa verdad que pintó Orozco en los muros de su guarida.
En los últimos tiempos, jueces, políticos, hombres de negocios y los jerarcas de la siempre santa Iglesia, han concertado sus trabajos, han llegado a un acuerdo razonable sobre la distribución de la hacienda pública. Muy a la moda, identifican al Estado con una empresa.
Mientras más riqueza se produzca, para repartirla sólo entre el selecto grupo, se considera que el país marcha, que es útil. Algunos detalles, como la situación de pobreza en que vive más de la mitad de la población del país, son soslayados por las cadenas de televisión y radio y por la mayoría de la prensa escrita. Para opinar sobre los asuntos elementales de la nación, hay que pertenecer –curiosamente– al grupo de marras.
Ahora vuelven a hablar de PEMEX. Su director y la secretaria de Energía, nos presentan un diagnóstico sobre la empresa, lleno de medias verdades, concluyendo con una “inesperada” noticia: PEMEX agoniza. Claro, no se mencionan ni la verdaderas causas ni los culpables. Pareciera que las causas del inminente deceso son naturales, tal vez una gastritis...
El remedio y el negocio están a la vista.
Una posibilidad sería invitar a un grupo de buenos amigos que generosamente puedan echar las manos para rescatar lo que queda del agonizante: un tesorito en el fondo del mar. ¡Toda una aventura de piratas! Pero, si se prefiere no cambiar la Constitución, por motivos de ética anticuada, ya empieza a circular un rumor, un juego de palabras que deslumbra y confunde. PEMEX podría convertirse en un “or ganismo de gestión autónoma”... Y una vez converti do en “eso”, ya podría trabajar al margen de la Cons titución, sin tener que rendir cuentas al Estado, sólo a su honorabilísimo Consejo de Administración, sabia y honestamente nombrado por los hombres del dinero, a través de sus socios en las Cá maras y el equipazo que entrena en Los Pinos, capitaneados por la última ficha proveniente de las brumosas tierras de Galicia.
Pero aquí parecemos estar condenados, también, al olvido. Parece que nadie recuerda el desafuero, ni al “góber precioso”, con la elegante y pulcra absolución que dictó la Suprema Corte de Justicia; ya nadie recuerda al inefable padre Maciel y su colega Norberto, que tanto cariño han demostrado por los niños; ni la barbarie de Atenco y Oaxaca y menos el golpe de Estado apoyado por el Ejército que culminó, frente a las cámaras de televisión, en diciembre de 2006.
La impunidad es la madre de la violencia. Por eso es mejor –y más práctico– olvidar.
Robar y dilapidar la riqueza petrolera es una de las costumbres mejor guardadas por pemex y su sindicato. Después de don Lázaro Cárdenas, los presidentes se han encargado de corromperlos, de servirse sin ninguna medida de una riqueza que nunca han sabido administrar pensando en el bien común, sino en los más burdos intereses personales.
La impunidad en PEMEX es mucho mayor que las ganancias obtenidas –a trancas y barrancas– en el legendario Cantarell.
La solución para PEMEX es volver a sus principios: cuidar y explotar nuestro petróleo.
Su objetivo es, simple y sencillamente, servir a su único e indiscutible dueño : el pueblo de México.
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