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Germaine Gómez Haro
La espiritualidad postmoderna de Gustavo Monroy
Desde sus inicios, Gustavo Monroy (México, DF, 1959) ha recurrido al autorretrato como una forma de exteriorizar sus tribulaciones existenciales y propiciar el contacto con el otro, con la otredad . El mundo moderno ha deshumanizado al hombre a tal grado que la compasión –el interés por el otro– es hoy en día un práctica extinta. Monroy utiliza su rostro de franco parecido a Jesucristo para establecer con el espectador un vínculo de solidaridad en el maremágnum de la incomunicación actual. Su pintura está conformada por un corpus de obsesiones que marcan su postura libre, abierta y audaz dentro de la creación postmoderna. Una pintura comprometida primero con su subjetividad, y luego con el mundo que nos rodea, con toda su carga de violencia, desesperanza, caos y decadencia. “La crisis actual no es económica sino moral” dice el artista, y a partir de esta premisa desarrolla la serie de pinturas que se exhiben en el Antiguo Palacio del Arzobispado (Moneda 4, Centro Histórico) bajo el título Polítika ficción.
En este trabajo reciente, Monroy expresa sus tribulaciones en torno a la violencia extrema que estamos viviendo en el mundo y, en particular, en nuestro país. Vemos en sus lienzos individuos que portan máscaras de personajes de la vida pública, como Carlos Salinas de Gortari, Elba Esther Gordillo, el Subcomandante Marcos, apuntando su sien con un revólver o con el dedo índice, en una expresión grotesca que recuerda los rostros desfigurados también por máscaras de James Ensor o de José Gutiérrez Solana. El artista se autorretrata en esta misma actitud, e incorpora a sus composiciones algunas de las referencias que han sido constantes a lo largo de su trabajo, como las aves, los Cristos en caída, las casas y su propia cabeza decapitada y sangrante. En comparación con su obra anterior, estas pinturas están inmersas en una atmósfera mucho más críptica que refleja la angustia y ferocidad del tema. Son pinturas que a un tiempo atraen y repelen por la ambigüedad de su realismo y teatralidad, donde el humor negro y la sátira son el punto de intersección entre la realidad y la ficción.
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A lo largo de su quehacer artístico, Monroy ha destacado como un pintor religioso postmoderno de una profunda espiritualidad. El hilo conductor que hilvana su trabajo es precisamente su cuestionamiento existencial en torno a la postura del ser humano en la modernidad: la fe o pérdida de la fe, la desolación, la incomunicación, la barbarie… En sus lienzos se palpa el desencanto por la condición humana que ha hecho hasta lo impensable para autodestruirse y acabar con el entorno natural. De ahí que desde hace muchos años uno de los temas predilectos y recurrentes en su repertorio iconográfico ha sido la representación de la Expulsión del paraíso, imagen que retoma del magnífico fresco que pintó Masaccio en 1427 en la Capilla Brancacci de la iglesia del Carmen en Florencia. Bajo este título –Expulsión del paraíso– se presenta otra exposición del artista en la Galería Luis Cardoza y Aragón de la Librería Rosario Castellanos del Fondo de Cultura Económica (Tamaulipas 202, Col. Condesa), que reúne nueve telas y una escultura fechados entre 2004 y 2005.
La Expulsión del paraíso es una metáfora de la caída del hombre ante la crisis de las religiones y de la espiritualidad, y el salvajismo que se deriva del caos provocado por el afán autodestructivo del ser humano. Señala el artista que muchas de las imágenes que aparecen en sus pinturas imbuidas de una atmósfera fantástica coinciden con la realidad que vemos reflejada cotidianamente en los periódicos. Por eso sus obras propician una doble lectura que permita interpretar el vasto y complejo repertorio de símbolos que forman parte de su estilo personal plenamente reconocible. Su creación está permeada de referencias autobiográficas a partir de las cuales teje sutilmente un lazo entre su historia personal y la de nuestro país. Las cabezas decapitadas y los cuerpos sangrantes tienen que ver con las heridas del alma y el desmembramiento moral del hombre moderno, así como con las imágenes de la realidad cotidiana con las que los medios de comunicación se han encargado de bombardearnos hasta hacernos perder la capacidad de conmoción.
En estos tiempos en los que predomina el arte banal de fácil ingestión, el trabajo de Gustavo Monroy destaca como una propuesta valiente, intensa, conmovedora. Es un arte sobrecogedor porque incita a la reflexión y sacude las fibras sensibles.
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