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Hugo Gutiérrez Vega
LA MADRE ÁFRICA
Un carnaval en Salvador de Bahía me obligó (gustoso, por cierto) a escribir un breve poema: “Aquí el blanco está hecho para enmarcar lo negro.” A muchos años de distancia, sigo pensando que lo esencial de la gracia cultural brasileña viene de la raza negra y de su inigualable mulatería.
En la Iglesia de los Santos negros, situada en el barrio alto de Bahía (subimos por el portentoso elevador Lacerda), entre los dorados barrocos, el esplendor de las flores y de las velas, mostraban su sonrisa plena y ostentosa los santos negros que no temían emparentarse con los orixás venidos de las inmensas planicies africanas. En el Museo del Templo del Carmen, la Iglesia católica brasileña, más tolerante que sus hermanas latinoamericanas, exhibe, en una sección especial, algunos aspectos del culto a los orixás y, en particular, los relacionados con ese sincretismo que caracteriza a la religiosidad brasileña (en este aspecto los mexicanos tenemos mucho que decir, pero, salvo algunos estudios aparecidos hace muchos años, nos quedamos callados y soslayamos los rasgos poderosos del sincretismo que permean nuestros cultos más entrañables).
Asistimos al lavagen del atrio del Señor del bonfin. Bahianas de todos las edades, vestidas con las hermosas rendas de origen portugués (ropa blanca y rostros negros), lavaban con entusiasmo el enorme atrio y desfilaban por las calles de la ciudad cantando y bailando. En las aceras humeaban las enormes sartenes en las que se freían el carurú y el vatapá (deliciosas frituras enriquecidas por el polvo que levantaban las bailadoras) y en las fondas del mercado brillaban las moquecas de camarón y otras maravillas de esa cocina mestiza que reúne a Portugal, África y los grupos indígenas en su amplio repertorio. Los africanos aportaron su aceite de dendé y sus prodigiosas raíces (los puertorriqueños las llaman viandas): malanga, yuca, yautía, batata, ñame y otras más.
Brasil es la más grande de las islas del Caribe. Este despropósito geográfico tiene su base en las similitudes culturales que unen a todos los países de estirpe africana. Recordemos a Gilberto Freyre y a su hermoso libro de poesía antropológica Casa grande y senzala. La casa de los amos y el corral de los esclavos fueron la unidad de producción, ferozmente injusta, que se extendió de las tierras brasileñas hasta el confederado sur de Estados Unidos.
Mucho nos ha dado la madre África. Pienso en el poema de Palés Matos sobre la “mulata-antilla” y siento a los orixás recorriendo los caminos tropicales de América, llorando en los cañaverales y danzando sin fin en el carnaval.
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