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Un toque literario que no parece menor si se piensa que el protagonista, que encarna un impulsivo policía de la Interpol, se llama Salinger. Coincidencias de esta Berlinale, donde un número importante de estrenos tiene como antecedente un libro de éxito. Es el caso de El lector, basada en el bestseller de Bernhard Schlink, nominada para cinco Óscares. O el estreno mundial de Effie Briest, cinta basada en la novela del mismo nombre del siglo XIX del alemán Theodor Fontane, cuya protagonista es una mujer que transgrede las convenciones de la sociedad de su época, y filmada numerosas veces en Alemania, entre ellas por Rainer W. Fassbinder con Hanna Schygulla en 1974. Además tuvo lugar la presentación en el mercado de la película El mundo es grande y la salvación acecha por todas partes, sobre la novela del escritor IlijaTrojanow, sin olvidar el filme de la argentina Lucía Puenzo El niño pez -como su novela-, que abrió la sección Panorama del Festival con grandes aplausos. LA TETA ASUSTADA “Quise hacer una película sobre la sanación”, dice Claudia Llosa, cuyo filme La teta asustada, la primera película peruana que participa en la competencia en la historia de la Berlinale, fue galardonada con el Oso de Oro. “En mi país hay muchas heridas abiertas y traté de proyectar mi historia hacia la luz. La autoestima en un país es como en un ser humano.” Llosa, cineasta peruana de treinta y tres años, eligió trabajar las secuelas de la violación en mujeres embarazadas, quienes, según la sabiduría popular, traspasarían el trauma a su descendencia través de la leche materna. “La teta asustada”, como le llaman en la cultura andina.
“Recibí testimonios de mujeres víctimas de la guerra recogidos por una investigación de una universidad de Estados Unidos. Los testimonios estaban en quechua, y de pronto aparecía “la teta asustada”... me pareció tan gráfico, tan lleno de poesía y al mismo tiempo me impactó tanto, que decidí trabajar este trauma”, cuenta Llosa. La película, una coproducción hispano-peruana, hablada en quechua y español, incide en la recuperación de la memoria y la lucha contra la impunidad de alrededor de 70 mil víctimas de la guerra y el terrorismo en el Perú durante las décadas de los ochenta y los noventa. “Tratamos de ocultar permanentemente aquello que duele, olvidarlo, pero el dolor está ahí. Y tarde o temprano sale, enferma, traumatiza. Fausta, mi protagonista, quiere dar un entierro digno a su madre. Pero ello no es posible si se le niega la posibilidad de recuperar su recuerdo, si se pretende ignorar la existencia de esas víctimas. Me interesaba rescatar además que, en el mundo andino, la muerte es parte de la vida, es también la transformación. “Malki” quiere decir semilla en quechua y también significa momia. Es el yin y el yang de la cultura de los Andes.” La actriz Magali Solier, protagonista de La teta asustada , quien ya había actuado en Madeinusa, el primer largometraje de Llosa, saludó la entrega del Oso de Oro cantando en quechua. Se premió el exotismo, dijeron los medios alemanes, aunque Llosa afirma que “todos los elementos que relatan la historia han sido tomados de la vida. Parecen detalles mágicos porque cuando lo real supera la imaginación se habla de mágico.” Fausta, traumatizada por la historia de su madre, se introduce una papa en la vagina para evitar la violación . “ La papa”, dice Llosa, “es nuestra raíz, es la tierra, la fertilidad, pero al mismo tiempo es el órgano sexual femenino en la jerga popular; en este caso la papa es la forma de no perecer frente a la modernidad, pero también de poner un tapón, de negar aquello que nos aplasta. Es la fuerza de la memoria que pugna por salir.” La teta asustada explora la relación con el otro, con el diferente. “La época del terrorismo tocó mucho a la Sierra antes de llegar a Lima. Me interesaba hablar de este distanciamiento, de conectar con el otro, de admitirlo, de no esconder la herida, no ocultar el tumor. Hay como una esclavitud de ambos lados, ambos se necesitan. En el intercambio es donde ganan, donde se curan... sólo cuando alguien escucha su propia voz, cuando alguien puede articular su propio decir, crea el movimiento que transforma. La película aplaude el intercambio, el movimiento, apuesta por la innovación, quisiera que se diera en todas partes ese intercambio, porque el acto creativo se produce cuando se presta atención hacia el otro...” GIGANTE
Gigante es una bella historia sobre la pequeña gente. Su director, Adrián Biniez, de treinta y cinco años, argentino emigrado a Uruguay, se llevó tres premios: el Oso de Plata a la mejor película, compartido con la alemana Todos los otros, el premio del Jurado a la Opera Prima y el prestigioso Alfred Bauer por la renovación del lenguaje cinematográfico, compartido nada menos que con el cineasta polaco Andrew Wajda. El jurado internacional, dirigido esta vez por la enigmática y talentosa actriz Tilda Swinton, decidió unánimemente premiar a ambos directores, justificándolo así: “Uno, el viejo maestro que con más de sesenta años de experiencia, ha mantenido un espíritu joven y valiente en la búsqueda de nuevas formas de expresión del cine. El otro, un joven director que llega a Berlín con su primera película. A ambos los anima la apasionada voluntad de desarrollar el lenguaje cinematográfico para contar las historias de nuestro tiempo.” ¡Chapeau! Estuve con Adrián Biniez en el café Billie Wilder de la Potsdamer Platz unas horas antes la ceremonia de entrega de los Osos. Cuando le pregunté si esperaba algún premio me dijo: “¿Premio? ¡El premio es estar aquí...! Acabamos esta película hace quince días, todavía estoy como en una nube”, e inmediatamente pasó a comentar que estaba contentísimo porque existían posibilidades de vender Gigante a Corea. Y habló de su pasión por el cine, que cuando tenía ocho años vio un reportaje en la tele acerca de cómo se hacía un director de cine, y decidió que iba a hacer esa carrera. Claro que vivía en Remedios de Escalada, un barrio en el Gran Buenos Aires, y como hijo de familia de trabajadores no fue fácil el camino, sin conocer a nadie y sin dinero para comprar siquiera una cámara de video. En algún momento hasta pensó que era una locura y estuvo a punto de desistir. Entretanto, hacía música y el destino lo llevó a Montevideo, donde vive desde hace un lustro. Allí se conectó con gente de “Z”, los productores de la exitosa cinta Whisky , donde Adrián Biniez actúa como músico de Karaoke. Entonces ya tenía escrito el guión de Gigante. “Quería contar la historia de amor de un agente de seguridad privada con la empleada de limpieza de un supermercado, y las cámaras de seguridad estaban desde el principio. El problema es que cuando la gente leía el guión se imaginaba una película de terror, y yo quería hacer una historia luminosa. Los ambientes laborales son claustrofóbicos, no son una cárcel, pero las personas están siempre bajo vigilancia, encerradas, aisladas. Y me gustaba la idea de alguien a quien su timidez le impidiera acercarse a la chica, expresarle su deseo.” Los diálogos son escasos en Gigante, la relación entre las personas aparece casi siempre mediatizada por la televisión en el bar, el video en la casa, por internet, y la omnipresencia de la cámara de vigilancia durante el trabajo. Los medios electrónicos son el personaje adicional, la intermediación. Hasta que la realidad se impone a lo virtual. Biniez habló de las formas de producción globalizadas: “Parecemos el grupo F del mundial de futbol en Sudáfrica: Uruguay, Argentina, Holanda, Alemania... muchas cajas para una sola película; en Uruguay sólo es posible trabajar de esta forma. Recién ahora acaba de promulgarse el Estatuto del Cine, para promover la realización cinematográfica.” RABIOSO SOL El cineasta mexicano Julián Hernández, un viejo conocido del Festival, arribó esta vez con Rabioso sol, rabioso cielo, la épica de una relación en una humanidad inmersa en el caos, tres horas a pura imagen y sin diálogo que se alzó con el Teddy. Es la segunda vez que Hernández obtiene el premio máximo en esta categoría y que se entrega a lo mejor del cine con contenido lésbico y homosexual. Tiempo atrás lo había conseguido con Mil nubes de paz cercan el cielo amor, jamás acabarás de ser amor.
Jose Padilha, el ganador del Oso de Oro el año pasado con su polémica Tropa de élite, estrenó su documental Garapa en la sección Panorama. El hambre en Brasil, con el seguimiento de tres familias en el nordeste por parte de la cámara y el equipo cinematográfico. Tres familias compuestas por tres generaciones: abuelas, madres y numerosas criaturas. También hay tres hombres, acostados, o fumando o bebiendo, uno de ellos campesino, tratando de sacarle a la tierra algún frijol. Imposible, todo está seco. ¿Y las mujeres? ¡Cómo trabajan estas mujeres...! Difícil detallar el dolor y la frustración que expresa esa cámara, mostrando las manos que lavan los trapos con que se visten los adultos, las manos que cocinan aquello que apenas hay -agua y azúcar: “garapa”, para que las criaturas no lloren de hambre- en cacharros; qué desafío cocinar sin utensilios de ningún tipo, en la mera tierra, y cuando reciben leche, si están de suerte, deben consumirla toda en el día porque no tienen ningún medio de conservación... Cuando el cineasta pregunta la edad a una de las mujeres ella dice: “No sé, no tengo idea, no tengo papeles. No existo, por eso no recibo ayuda de ninguna clase... debo tener unos treinta...” “¿Y cuántos hijos tienes?” “Once.” “¿Sabes que hay formas de controlar tus embarazos?” “Alguna forma debe haber pero desconozco, nadie me ha dicho jamás nada...” La cámara relata minuciosamente la cotidianidad de la pobreza más extrema, en blanco y negro y sin ningún atenuante estético. La única bondad de la naturaleza parece ser el calor. Desde esa perspectiva, y más allá del “rol”, los trabajos de las mujeres son sobrevivencia. Entre las dieciocho películas de factura latinoamericana presentadas, se cuentan el corto cubano La ilusión, de Susana Barriga, que obtuvo una mención, y el documental mexicano Los herederos, dirigido por Eugenio Polgovsky, acerca del trabajo infantil en el campo y proyectado en la Sección Juvenil. En la sección work in progress, el realizador argentino Fernando Postiglione presentó diez minutos de Días de mayo, su próxima película, una historia de amor con el trasfondo de la insurrección de mayo de 1969 en la ciudad argentina de Rosario, que cambió la visión del mundo de los jóvenes de entonces, y minó la dictadura de Onganía, el militar de turno. |