Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 1 de marzo de 2009 Num: 730

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Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Manualidades
RICARDO GUZMÁN WOLFFER

Epílogo romántico
NIKOS KAROUZOS

Cosecha latina en la Berlinale
ESTHER ANDRADI

Del grito inaudible a la lucha inevitable
RITA LAURA SEGATO

Chesterton: paradojas, ortodoxia y humorismo
BERNARDO BÁTIZ V.

Galileo Galilei barroco
NORMA ÁVILA JIMÉNEZ

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Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

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Juan Domingo Argüelles

Malísimos buenos poetas

Aproximadamente a los cuarenta años de mi edad, pude entender que es mejor una buena persona que es además buen poeta, que un buen poeta que es, sin atenuantes, mala persona. Hoy, en esta disyuntiva, prefiero siempre al primero, aunque el segundo sea muy bueno, literariamente hablando. A este último, lo leo si viene al caso, pero me gusta verlo de lejos, saludarlo cordialmente y que cada quien siga su camino.

¿Lo que digo es, acaso, un asunto más moral que poético? Sí, lo es, no cabe duda. Pero pienso, también, que la poética, por naturaleza, tiene una aspiración ética: Poética. Es más que un simple e inocente jueguito de palabras.

En su conocido “Retrato”, el gran Antonio Machado dice: “Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,/ pero mi verso brota de manantial sereno;/ y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,/ soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.” Para Pablo Neruda, “conducta y poesía” son dos caras de la misma moneda, a grado tal que, entre los “deberes del poeta”, están el del compromiso ético y el de la responsabilidad moral. En otras palabras, mientras peor persona sea el poeta, menos poeta es.

Antes, cuando era irresponsablemente joven e indocumentado, estas cosas no me preocupaban, y hasta llegué a pensar que –puesto que la literatura poco o nada tiene que ver con la moral–, daba lo mismo un ser mezquino pero muy buen poeta que un ser generoso y también buen poeta. Hoy sé que no se es suficientemente buen poeta si no se es mínimamente buena persona. No quiero decir con esto que los buenos poetas deban ser santos, pero que, por lo menos, no sean unos consumados rufianes.

A mis cincuenta años, ya cumplidos, puedo decir algo, aún más extremo, que me hubiese resultado imposible formular hace tres décadas: prefiero a una buena persona inepta para la poesía que a un malísimo buen poeta; aunque sería extraordinario que un buen poeta fuese, también, una buena persona. Lo que sucede es que los ególatras leídos, los egoístas inteligentes y los bárbaros y zoquetes ilustrados nunca dejan de sorprendernos. Y hay que tratar de comprender estas incongruencias morales, como ejemplos de neurosis y esquizofrenia, para evitar que nos vuelvan locos.

Decir esto, ya lo sé, es ¡una barbaridad!, pues los esteticistas traerán a cuento y me recordarán, por enésima vez, la famosa frase de François Mauriac: “Amigo mío, si te interesa la virtud, olvídate de la literatura.” Y añadido a esto, citarán también al Wilde de El retrato de Dorian Gray: “No hay libros morales e inmorales. Los libros, o están bien escritos, o están mal escritos. Eso es todo.”

Y, sin embargo, nada de lo anterior se opone, tajantemente, al comportamiento ético del escritor y, especialmente, del poeta. Si la estética no tiene la obligación de ser siempre ética, y los autores no pueden ser mejores que sus libros, está bien, lo acepto. Acepto que así es el mundo. Acepto que la realidad, las más de las veces, no reúne el bien moral con el bien artístico. Pero ¿por qué tendría que conformarme y gustarme eso y acabar como un cínico diciendo: puesto que es así, lo que sea está bien?

Decir que entre un buen ser humano inepto y un malísimo buen poeta prefiero al primero, no significa otra cosa que uno tiene derecho a elegir. Lo otro es otra cosa: que existan los malísimos buenos poetas y que los haya incluso en abundancia no es asunto que uno pueda cambiar.

El problema de los malísimos buenos poetas entraña desde luego una contradicción que puede sintetizarse en cuatro palabras: fracaso de la cultura; porque si la poesía no mejora a las personas y, especialmente, a sus autores, entonces tendríamos que concluir, con las milongas de Borges, que “no hay cosa como la muerte/ para mejorar la gente”, por aquello de que no hay muerto malo.

Si la poesía no nos mejora, ¿entonces para qué sirve? Hace muy poco, José Emilio Pacheco dijo, para centrarnos en la realidad mexicana: “La poesía es un acto de resistencia contra el horror que nos rodea y nos llega cada vez más cerca. La poesía no puede silenciar los cuernos de chivo ni detener la quiebra de las transnacionales con el hecho brutal de que cada día se arrojan a miles de personas al desempleo y a la desesperación; lo que sí logra es darnos plena conciencia de estar vivos.”

En este sentido, la poesía es indispensable para vivir, pero sólo a condición de que la poesía nos mejores humanamente, empezando por supuesto por los propios poetas.