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HUGO GUTIÉRREZ VEGA
EL INCA GARCILASO DE LA VEGA (III Y ÚLTIMO)
Su conocimiento del toscano lo facultó para traducir los Diálogos de amor, de León Hebreo. Interesado en el tema de la traducción tuvo varias reuniones con Don Luis de Góngora y Argote. Por esos años se trasladó a Córdoba y alquiló una buena casa gracias al dinero que le heredó su tía, la viuda de Alonso de Vargas. La muerte de su madre, la hermosa ñusta, lo deprime, pero sale de su angustia gracias a la lectura de las aventuras de Hernando de Soto, a la escritura de ese prodigio de imaginación y de belleza formal que es La Florida del Inca.
En Córdoba entra en relación con un grupo de jesuitas cultos y en 1597 recibe las órdenes menores. Desde ese momento, lo religioso ocupa una parte esencial de su vida, pero no le impide vivir con intensidad loable una aventura con su sirvienta Beatriz Vega. Fruto de esos amores fue Diego de Vargas. El Inca nunca habló de su hijo, pero le dejó una pequeña herencia. Todo indica que, a pesar de su ortodoxia, nunca vivió como pecado su trance amoroso con Beatriz Vega. No olvidemos que los pecadores más perfectos son los católicos.
En 1605 apareció La Florida del Inca, en 1609 se publicaron en Lisboa sus Comentarios reales y en 1612 su segunda parte, la Historia general del Perú. Una de sus obras menos conocidas es la Genealogía de los Garci Pérez de Vargas, texto en el que analiza algunos acontecimientos ligados a su árbol familiar.
Fue el Inca reconocido y festejado en vida, pues Aldrete y Fernández de Córdoba publicaron comentarios sobre los trabajos del maestro renacentista. En 1615 enfermó y heredó a sus sirvientas y a sus hijo Diego. Murió en Córdoba entre el 22 y el 24 de abril de 1616 (ese mismo año murieron Cervantes y Shakespeare).
Mercedes López-Baralt afirma que la segunda parte de los Comentarios reales salió a la venta después de la muerte del Inca. Tal vez por esta razón, los editores, casi siempre prepotentes (los del que esto escribe son justificadamente despectivos), le dieron el nombre, más comercial por supuesto, de Historia general del Perú. Esta obra, modelo de la unión armoniosa entre la historia y la literatura, tiene tres partes esenciales: La prisión y muerte de Atahualpa, el levantamiento de Manco Inca y la muerte de Túpac Amaru. Estos acontecimientos significan el fin del Incario y el principio de un mestizaje difícil y marcado por la injusticia, el racismo y la crueldad sin límites de las autoridades virreinales. En esta historia de humillaciones y de ofensas es necesario recordar a los misioneros de los distintas órdenes que defendieron a los indígenas y se enfrentaron a los excesos del sistema de la encomienda, que fue especialmente sangriento en Perú (La Nueva Castilla) y en México (La Nueva España). El levantamiento de Manco Inca no fue una simple protesta o una reacción iracunda ante tantas y tan violentas vejaciones. Manco hizo la crítica del sistema, propuso un sencillo programa en el que hablaba de libertad, igualdad y justicia, y propuso el retorno de una serie de costumbres y de formas de convivencia socioeconómica que funcionaron satisfactoriamente en los tiempos del Incario (esto me recuerda alguno de los planteamientos del presidente Evo Morales).
El Inca da a la muerte de Atahualpa todo su valor simbólico. Con ella mueren una cultura, una visión del mundo y un pueblo orgulloso de sus tradiciones. Lo que viene después es la violencia y el prurito de borrar todos los vestigios de la cultura derrotada. Los bárbaros conquistadores hablaban del fin de la idolatría y de la instauración de la fe cristiana. Perú y México son buenas muestras de esa destrucción y de la imposición de pautas culturales nuevas que, entre otras cosas, establecían la esclavitud como sistema de explotación de los recursos naturales y de producción de los metales que llenaban las arcas de la corona.
Veo juntos al gran renacentista, el Inca Garcilaso de la Vega, y a la barroca por excelencia, Sor Juana Inés de la Cruz. No sólo representan el mestizaje y la perfección de la lengua de Castilla, sino que en sus obras y en su visión del mundo laten nuestras viejas culturas, la armonía del Mayab, la belleza de Tenochtitlan, las vertiginosas pirámides, las cabezas de piedra, las alturas de Machu Pichu, más tarde cantadas por Neruda, las tradiciones del Incario y los poemas de "flor y canto" con su idea de la precariedad de la vida humana y de la misteriosa permanecía de las obras de los hombres.
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