Paul Schreber: en busca del lenguaje genial
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Paul Schreber: en busca del lenguaje genial
Este 2006 Wolfgang Amadeus Mozart cumpliría 250 años, y Sigmund Freud 150. El genio de la música y el de las anomalías mentales tienen poco en común, a primera vista. Lo que sí comparten es la obsesión que caracteriza a todos los genios. Lo que también comparten es haber vivido en Viena, ciudad que, como pocas otras, propicia la genialidad y la locura. Especulo maliciosamente que esta tendencia se debe a la herencia de los Habsburgo, familia necesariamente incestuosa había muy escasos pretendientes de un nivel de nobleza equivalente; y los vástagos productos del incesto, se dice, o son genios, o cretinos. De hecho, no es nada fácil decidir si Mozart fue más genio, o más cretino. Si sólo confiamos en sus cartas, documentos académicamente intachables, entonces la balanza se inclina peligrosamente hacia lo cretino: las escritas a su prima Maria Anna llenas de pido perdón, pero no es posible sustituir estas expresiones por unas más decentes mierda y pedos. Las remitidas a Constanza casi ilegibles por usar un lenguaje secreto infantil, algo como el fafafa no sé qué. Pero claro, nadie dudaría de la genialidad del músico Mozart. Me pregunto como amante de la música, aunque carente de oídos finos y con pocos conocimientos técnicos ¿qué otra cosa son una sinfonía, una canción, una ópera entera, un concierto, si no un lenguaje secreto, el intento de comunicar secretos? Realmente se trata de comunicar, no de disfrazar el secreto; en sí un procedimiento bastante absurdo. El lenguaje cotidiano no basta para ello, fracasa necesariamente. La lingüística habla del problema de la punta de la lengua. Es decir, ya está un pensamiento, pero no se puede formular (o traducir) en lenguaje. Entonces, Mozart sabe algo, pero no puede comunicarlo, posiblemente tampoco está muy consciente de su saber; recurre a la música para sí transmitirlo, recurre a la escatología para decir a su prima: Estoy cansado de los imbéciles en Salzburgo, Viena, París y Munich, literalmente me cagan, y además quiero revolcarme contigo. Me pregunto también como amante de la genialidad, sin poseerla en el grado más mínimo ¿qué otra cosa es ésta, si no la búsqueda del lenguaje secreto que pueda traducir un pensamiento revelador recibido por vías neuronales enredadas; hacerlo comunicable, aunque ya no sea mediante los alfabetos comunes y corrientes?
Hasta aquí no hay nada extraordinario. El problema aparece cuando se encuentra el lenguaje mencionado, cuando se cree haberlo encontrado. En ese momento comienza la locura. No es ninguna casualidad que el psicoanálisis pretenda ser una ciencia exacta basada en el idioma. Lo que parece contradictorio (idioma-exacto), es sólo el resultado lógico de las diversas manifestaciones de la locura. Ésta se expresa en el lenguaje. Durante siglos prácticamente no se diferenciaba entre los trastornos fisiológicos de nuestro aparato lingüístico y los trastornos mentales. Sabemos que tartamudear no afecta a las habilidades de la mente gracias a una psicología más humana que la de Charcot. Aun así, si preguntamos en ciertas regiones marginadas acerca de los tartamudos, las respuestas contendrán casi seguro la palabra mentecato, o alguna parecida.
El psicoanálisis se transforma inevitablemente en un tipo de exorcismo que, mediante el uso bien calculado de la palabra, pretende descifrar el sistema lingüístico "enajenado" extraño, no normado, sin reglas de validez general del paciente, e integrar a éste nuevamente en un sistema aceptado por una mayoría y, por ende, sin secretos. Los límites entre locura y genialidad son, como se sabe, borrosos. El diagnóstico "está loco" no sólo se basa en ciertos defectos biológicos objetivamente existentes, también depende y mucho de la convención: ¿qué sistema lingüístico ajeno (enajenado) todavía es aceptable, cuál ya no lo es? Con las palabras de E.A. Poe: "Los hombres me llamaron loco; pero la cuestión todavía no se ha aclarado si la locura no es la inteligencia más sublime, si mucho de lo que es glorioso, si todo lo profundo no surge de una enfermedad del pensamiento, de estados exaltados de la mente, a costa del intelecto general." (Eleonora). Freud, obsesionado como cualquier genio, se dio cuenta de tal arbitrariedad. En sus case-studies de paranoicos y esquizofrénicos se transmite, en ocasiones, la admiración que profesa hacia sus pacientes u objetos de estudio. Por supuesto que no los tacha de locos, mucho más le parece fascinar el rompecabezas constituido por el sistema lingüístico "enfermo". Sin embargo, a veces aplica un código obviamente erróneo que no sólo causó el rompimiento con Jung, sino también la imagen falsa del psicoanálisis como ciencia obsesionada con el sexo. En el caso Schreber, la mal-interpretación freudiana es notoria.
Como se sabe, Freud conoce a Daniel Paul Schreber sólo por los apuntes de éste, las famosas Memorias de un enfermo de nervios, publicadas originalmente en 1903, pero casi inaccesibles durante décadas a causa de los intentos de los familiares del ex juez de suprimir la edición.* Freud consigue el libro gracias a la intervención de Jung. Analiza el caso en los años 1910-11. Debido a las detalladas pesquisas de Roberto Calasso y a su transformación de las memorias en novela El loco impuro se popularizaron varios detalles del sistema paranoico schreberiano. Llamaron mucho la atención su contacto directo con Dios (mejor dicho: con las dos manifestaciones de éste), el pleito a nivel de rayos y nervios con su psiquiatra Flechsig, su creencia de ser el último sobreviviente de un mundo destruido (analizada magistralmente por Canetti), su transformación paulatina en mujer, con el objetivo de poder seducir a Dios y procrear con Él una nueva estirpe de hombres-Schreber, etcétera.
Freud reduce este complejo sistema a una distorsión sexual: el homoerotismo reprimido de Schreber. Su cadena argumentativa es relativamente simple: Flechsig sustituye al padre venerado, fallecido en la adolescencia de su hijo; Schreber ama todavía más a Flechsig porque éste lo ha curado del primer brote de su enfermedad; la conciencia masculina se rebela contra este amor prohibido; Flechsig se percibe como perseguidor y enemigo; mediante la conversión en mujer se podría "normalizar" la relación, cuyo objeto, no obstante, ya no es Flechsig sino Dios, visto, por supuesto, como macho. A la paranoia se agrega proceso normal, según Freud el delirio de grandeza.
Repito: la cadena es demasiado simple y fue interrumpida pronto por la "verdad" sobre el padre de Schreber. Daniel Gottlob Moritz Schreber (1808-1861) usó a su hijo como conejillo de Indias. Los métodos educativos del fundador de las hasta hoy popularísimas Sociedades Schreber de Jardinería y antecesor de la "higiene" racial, parecen más desquiciados que la mente del hermano mayor de Daniel Paul, quien se suicidará en un manicomio, pero armonizan con la doxa de su época y su cultura. Baños en agua casi helada para impedir erecciones y "poluciones" nocturnas, diversos aparatos de tortura que fijarían la posición erecta (¡!) del cuerpo, ataduras que impedirían que el hijo metiera mano a sí mismo, etcétera. Procedimientos, en general, muy dolorosos y denigrantes. Daniel Paul, en su subconsciente, no podía "venerar" a este padre, lo tenía que odiar y temer. Lo que se proyecta hacia Flechsig, por ende, no es ninguna atracción homosexual, sino precisamente odio y terror. La conversión en mujer no sería necesaria para justificar tal relación. La cadena lógica elaborada por Freud se rompe.
Sin embargo, hay por lo menos dos pasajes en el estudio de Freud que revelan la inseguridad del psiquiatra frente a Schreber, pasajes en los que Freud expresa abiertamente sus dudas acerca de los límites entre locura y cordura. Escribe: "Los psiquiatras deberían terminar por aprender de este enfermo, que dentro de todo su delirio se empeña por no confundir el mundo de lo inconsciente con el mundo de la realidad." Aquí Freud se deja atrapar en el sistema de Schreber quien había fundamentado la enemistad entre su familia y la de Flechsig, entre otras cosas, con el afán de los Flechsig de impedir que los Schreber sean psiquiatras, única ciencia a la altura de los que conversan libremente con Dios. El lector e intérprete Freud satisface el deseo de Schreber, nombrándolo psiquiatra honoris causa. De este modo, Freud se integra en el sistema paranoico de Schreber, hecho que, setenta años después, Calasso aprovechará para reconstruir al verdadero doble del juez, que no es Flechsig, sino Freud.
Termina el psicoanalista su estudio sobre las Memorias con unas palabras que repiten casi al pie de la letra lo establecido por Poe en Eleonora: "Queda para el futuro decidir si la teoría contiene más delirio del que yo quisiera, o el delirio, más verdad de lo que otros hallan hoy creíble." Freud se refiere a su teoría de la paranoia, aunque, al mismo tiempo, esta afirmación podría referirse al sistema de Schreber: el delirio resulta ser verdad, la lógica paranoica podría establecerse como un referente aceptado, por ende: mentalmente sano.
Schreber actúa básicamente como gnóstico, es decir, sus conocimientos trascendentales le fueron revelados: por voces, rayos, nervios, sueños. Se trata de una revelación prohibida, a cuyo comienzo se encuentra un acto violento: el deseo de Sophia de conocer al Dios verdadero, cuyo castigo último es la expulsión del paraíso. Schreber tampoco conoce al Dios escondido, mucho más tiene trato con sus manifestaciones subalternas Ormuzd y Ariman. Aun así: Schreber está convencido de que algo profundo y de suma importancia para toda la humanidad le fue revelado, que él es el escogido para ser el nuevo redentor, el nuevo Mesías. Realmente suena "loco". No obstante, si aceptamos el a priori del sistema la revelación gnóstica, el resto es absolutamente coherente. Además, no prohíbe el funcionamiento del sentido común, de la astucia, de Schreber. Hasta es capaz de convencer a una corte de justicia de que sí, ya está curado. Y nunca renuncia a su a priori
El problema reside en la comunicabilidad de lo revelado, o dizque revelado; un problema que los místicos Santa Teresa, San Juan, Santa Hildegarda y muchos poetas modernos Coleridge, Rimbaud, Mallarmé parecen compartir con el enfermo de nervios.
Entre las mil interpretaciones del caso Schreber, que pertenecen a campos tan diferentes como la teoría literaria y la robótica, se encuentran intentos de aplicar la lógica de Peirce. Según ello, Schreber distingue entre la dimensión real y la imaginaria del signo, pero el último nexo entre la imagen y el símbolo se ha cortado. En otras palabras: Schreber tiene que construirse su propia simbología para poder mantener la conversación, no con individuos, sino con el mundo como tal, como representación mediante signos. No es difícil imaginarse que esta tarea es muy compleja y dolorosa, que, en el entorno concreto del afectado, se interpreta como colapso mental. La creación de una simbología, entonces, debería posibilitar la comunicación de lo revelado. Es decir, una vez encontrada, ésta sólo afecta a un ámbito reducido, no a todos los campos sociales o individuales. Schreber puede "funcionar" como esposo, como hombre de negocios, hasta como juez, pero como redentor ha de recurrir a su nuevo código que, sobra decirlo, se percibe como enajenado. Coleridge "funcionó" como ente social de manera más o menos normal, como poeta mejor ni hablar de ello.
Un ejemplo, para no perderme en el laberinto peirceano. Las tendencias eróticas de Schreber no necesariamente son homosexuales, como lo quiere Freud. El juez "efectivamente" se transforma en mujer, sin que deje de ser hombre. Frente al espejo admira sus senos, acaricia su piel que siente suave como la de una hembra, su pene disminuye hasta que se esconde dentro de su cuerpo, pero no desaparece, se "retira" temporalmente. Tiene un orgasmo femenino (¿cómo se habrá dado cuenta?), goza la voluptuosidad de una mujer que, según él, es voluptuosidad pura. Tiene, finalmente y como verdadera apoteosis, relaciones sexuales consigo mismo, aunque, para excitarse, se imagina a mujeres desnudas; y, por supuesto, niega tajantemente que se masturbe. El sexo consigo mismo es otra cosa, pero ¿qué? Sergio González Rodríguez aprovechó estos pasajes de las Memorias para elaborar El plan Schreber, obra inclasificable y vagamente postmoderna, que interpreta tales inclinaciones como transexuales, y las conecta con una conspiración mundial. No creo que se trate de transexualidad, ya que ésta sigue siendo comunicable, descriptible. Las experiencias si de tales se puede hablar de Schreber se rehúsan a descripción y comunicación alguna. Requieren de un nuevo lenguaje que podría ser la grundsprache (lengua básica) que Schreber caracteriza como un alemán algo anticuado con muchas lagunas e incoherencias gramaticales que, en el transcurso de su enfermedad, es producido por las voces de manera cada vez más lenta hasta convertirse en un susurrar continuo sin articulación perceptible, aunque sí perceptible para Schreber.
Llega a su final la búsqueda de un idioma genial. Se acentúa el principio gnóstico: las verdades reveladas no son comunicables, permanecen prohibidas. El lenguaje que sí las podría comunicar se interpreta necesariamente como defecto mental, o en el caso de la música de Mozart, de la poesía de Coleridge o de Rimbaud, de la pintura del Greco o de Francis Bacon, de la jerga psicoanalítica de Freud (la lista de los ejemplos es interminable) como arte o ciencia.
* El original se titula Denkwürdigkeiten eines Nervenkranken. Quizás una traducción más adecuada sería Memorabilia de un enfermo de nervios. La traducción de Ramón Alcalde, con prólogo de Roberto Calasso, fue publicada en 2003, por la editorial Sexto piso. El análisis de Freud se llama "Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia descrito autobiográficamente." Se encuentra en el tomo xii de las Obras completas publicadas por Amorrortu Editores en Buenos Aires.
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