La senda del color
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Vlady
La senda del color
Vladimir Kibalchich, el gran pintor ruso conocido como Vlady, nació en Leningrado, urss en 1920, llegó a México en 1943 y adquirió la naturalización mexicana en 1949. Este texto, como muchas de sus aseveraciones inteligentes, nació de una disertación grabada en su estudio de Cuernavaca en 1997. El tema: su experiencia artística, sus búsquedas y sus hallazgos. Vale la pena mencionar que este fragmento inédito formaría parte del volumen que él pensaba titular como Libro de Isabel, un tributo a su esposa.
Ricardo Venegas
¿Por dónde empezar el libro, en la secuencia en que pinté o en la función de su temática?, porque no empecé por las figuras capitulares, por los muros, los frontispicios de la sala (la capilla). Empecé por el muro que está entre la biblioteca y la capilla. Se me antoja que fuera un muro que podría ser renacentista clásico. Murales de la escuela preparatoria, el de la sala de música es una pintura con cera. Así empezó Orozco, tratando de hacer algo que a la postre nos damos cuenta era lo más opuesto a él, una especie de botticellismo, expresionismo alemán.
Por donde empecé se me antoja hacerlo como una secuencia de cómo pinté, de cómo sentí la pintura misma, no tanto los temas. A menos que sea tal como lo quiera ver el espectador, que lo primero que mira es lo que está enfrente y luego mira a los lados, y eventualmente empieza a mirar dando vueltas de izquierda a derecha y viceversa. Sería una narración o una explicación de tipo narrativo, una temática. La temática es lo que no me toca a mí decir: "esto es ridículo, este es Edipo, estos Adán y Eva", etcétera; la gente que sabe escribir y tiene imaginación debe explicarlo; a mí no me toca eso.
La historia de la escritura o lo que los pintores han dicho de su trabajo pocas veces, o quizás ninguna lo he dicho, he leído lo que voy a decir de mi trabajo; me toca decir cómo lo pinté, acaso porque se me antoja hablar de las tareas del fresco y de los cuadros de la técnica veneciana que surgió como tarea, como quehacer de pintor. No quiero ponerme lírico con la invención de mi propia imagen y hacer literatura, no soy literato, soy pintor y como tal, en todo caso, tengo que hablar lo más pictóricamente posible. Vamos a ver, intentaremos las dos maneras. Después escogeremos. Veremos qué es lo que suena mejor, qué es lo que conviene más; es posible que lo que el pintor diga de la pintura misma no interese más que a los pintores, quizá sea lo más consustancial que el pintor pueda decir sobre la pintura, lo literario que puede ser la pintura es más bien terreno de los honorables señores poetas y escritores. A mí se me antoja hablar como pintor, amén de que después se pueden ordenar los materiales en otro orden y hablar, sí, como pintor, pero no necesariamente por donde empecé, sino en función de la anécdota.
Entrando a la sala de lecturas de la Biblioteca vemos el frontispicio, donde está Edipo rey, en realidad como un pensador de Rodin, un tanto esquemático, cuadrada su cabeza y pintado de verde; siempre hay un sentimiento de algo antisolemne en mi trabajo. Pinté a Edipo y lo senté entre nubes sobre un sillón que es su mamá; el sillón es la madre, la nube; Edipo no es Edipo, es rey. Abajo, en el orden de importancia, si queremos verlo así, en función del tamaño, la figura más grande ahí es Marx, nuestro Marx asomándose, ahí me permito el lujo de pintarlo de azul. A Freud mismo, que lo pinté en veinte minutos, de memoria, como si fuera un martillo arcaico de la Edad de Piedra; Freud es todavía un precursor o un primitivo de un conocimiento que basa en masa, como todos los conocimientos, tienen su primera fase, segunda... pueden inclusive perecer y renacer; y el cerebro colectivo, este tema que está en el psicoanálisis, es más bien de Jung, por cierto. Quiero ser muy honesto porque me decepciona siempre un poco de mí mismo que yo repita o que mis temas no sean muy particulares, así es como trabaja la mente, no siempre puede uno ser original. Joyce escribió un Ulises, que no es más que el Ulises de Homero, pero es Joyce.
Cerebro colectivo. Recuerdo que Orozco pinta con esta solemnidad, con esta obviedad en el paraninfo de la Universidad de Guadalajara una cabeza que tiene varios rostros. Aquí está mi cerebro colectivo, no me acordaba de aquello y lo hice en grabados. Todos los temas, casi todos, los de la capilla, son casi los mismos de la sala principal, los realicé en grabado, pensando que lo mismo da hacer apuntes en un cuaderno o papeles, proyectos; siempre cargo una placa y mejor improvisé sobre ésta. Estos mismos dibujos, algunos quizá serán temas de frescos y, además, tienen el encanto del grabado mismo, con la posibilidad de tirar cinco, diez, veinte, cien ejemplares, si alguien los quiere. De manera que tendríamos un grabado de Freud o de Edipo rey sentado en el regazo de su madre.
Al tener un grabado se tiene el original, no existe siquiera un boceto y apenas existen ideas por aquí y por allá. El boceto esencialmente está en un grabado, si tenemos un original, multiplicado por varios, en fin. Este frontispicio, el retrato de Edipo, el mito mayor de Freud, ¿cómo lo percibo yo mismo como espectador? Lo que más me sorprende, idealmente, y esto se extiende a la postre a todo el ambiente de los murales, de todos, es que los fondos no son oscuros y los fondos no son fondos. Si Caravaggio construyó todas sus figuras en un espacio oscuro, en donde lo positivo es la luz, estrictamente construida, admirablemente, casi inventa la fotografía en tiempos en que no se podía soñar que se hiciera. No hay color. El poco color que puede haber está sobre los termos, algunas cortinas y sobre todo unas pieles que son más bien luminosas y, generalmente, en el cuadro son las figuras lo que está trabajado y él, Fánduco, es como un mal necesario, sobre algo hay que hacerlo y se hace: gris, rojo, oscuro, un paisaje, etcétera ¿no? Lo que me llama la atención es que ahí, en todo mi trabajo, como resultado, todo está en un ámbito; inclusive hay cosas donde la figura no es tocada, es el mismo fresco blanco, y apenas con un poquito de frotado, algunos indicios de manchas de color, está la figura misma y en realidad, lo que más está trabajado, es lo que está alrededor y, a veces, portentosamente. Este muro de Freud, si bien no es el primero, lo veremos como el primero en función de la otra lectura de los cuadros, de las imágenes, murales en función del tema y de su ubicación, que es lo que me decía Raquel Tibol: "Tienes que explicar qué son los temas", y yo, siendo polémico con ella, le decía que eso le tocaba a ella, descubrir o desentrañar los temas que evidentemente pueden decir: este es Freud y este Marx. Lo interesante es cómo están pintados. Aquí es donde debe intervenir la imaginación, la interpretación de los demás; yo también tengo derecho a interpretar, con los mismos derechos y equivocaciones de los otros. Muchas veces siento que me quedo más acá de los temas. En el Freud de los muros hay amarillos, todo el fondo es el inconsciente, es el pozo del que se asoman Freud y Marx, pero ¿por qué es claro en vez de ser negro? Evidentemente porque Freud lo alumbra, Freud lo ilumina, lo muestra en su plena luz, no siempre de forma agradable para el paciente, por supuesto, porque descubre cosas que no lo son para nosotros (prejuicios morales, psicológicos). Para pintar estos amarillos, los hubiera dejado blancos con un poco de amarillo transparente como Diego Rivera lo hizo, apenas lo que se llama fresco buon, transparente y muy tranquilo, pues no. Este pintor trabajó el fondo como si fuera figura, y a veces más que la figura. En este muro hay obviamente partes apenas tocadas, se ve una imprimatura muy pobre de acuarela y de repente se va espesando; hay unos lugares donde los amarillos son tremendamente trabajados, en el sentido de que son agrisados, profundizados en oscurecimiento, encima hay otro color amarillo que, en fin, era una labor que a veces me tomaba un día entero; recuerdo que disfruté muchísimo estas partes que son, yo diría, como cáscara de huevo porque tienen muchas capas; este fue un descubrimiento que hice a cada momento, era una actitud, estaba receptivo, aprendí de lo que estaba surgiendo. Allí hice unos amarillos plateados, unos ocres grisáceos, sentí que se podía lograr hacer unos colores como los vemos en la gran pintura, la de los grandes maestros que la convirtieron en una luz, en las instancias más bellas y cualitativas del alma humana (no siempre accesible a todo el mundo), pero en fin, este es otro problema. El hecho es que trabajé los colores. Hay un mito que no nombré, además de Freud, Marx y el Cerebro Colectivo... hay bellos mitos prehispánicos; el de Quetzalcóatl reúne dragón, fiera, serpiente; es un sincretismo de un solo animal que significa muchas cosas al mismo tiempo. No me toca a mí revelar lo que ustedes saben mejor que yo o lo que otros han dicho mejor y, además, no lo he sentido así. Lo siento a partir de mí, del mismo color amarillo, el dorado, los jades, las serpentinas. Digo finalmente que lo que domina en este muro, además del obvio tema, que se puede decir por teléfono, es la representación del inconsciente dorado, luminoso, cuando debería ser negro y turbio, como El pensador, pensando un poco en Rodin, que es deserenizado, con cabeza cuadrada, en fin, el autor no es muy respetuoso de la solemnidad de estos personajes, pero sí exigente de hacer un buen color, una buena relación de colores originales, sorprendentes, y se sorprende a sí mismo todos los días. Por cierto, al lado está Adán, que es un personaje con la verga parada: el miembro es una mujer. Mentiría si le dijera que tenía una idea preconcebida, pero cuando lo hice en grabado me sorprendió un poco, me divirtió. Me dije: "si no te atreves es que eres un cobarde". Lo representé y ahí, al revés, la figura es clara como en la clásica pintura (figura central), y el fondo es oscuro; sin embargo, el fondo está enormemente elaborado como color. Yo diría que hay algo extraño en esos murales, ya tan lejos, en donde estoy reflexionando, permitiéndome hablar de esto, creo que la máxima y la permanente aventura de mi trabajo es el color mismo. Cuando yo era pintor moderno pintaba en directo de tubo, como todos los pintores del mundo, desde Van Gogh hasta nuestros días, también me exigía, quería ser original, único, tener ideas propias, una especie de lucha por la identidad.
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