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ANGELICA ABELLEYRA
ANA CLAVEL: FABULAR CON LA TRASGRESIÓN
Como en sus novelas, donde los personajes amanecen de pronto en un cuerpo extranjero o se invisibilizan de acuerdo a su deseo, Ana Clavel (DF, 1961), aún adolescente, se levantó de la cama con una especie de voz interior que le dictaba un cuento. Ahora, aquel misterio lo verbaliza como un llamado de las sombras, y es lo que ha escuchado y perseguido como el mundo subliminal, lunar y adyacente que busca la oportunidad de emerger en cada libro.
En su casa no había biblioteca y ni siquiera se consultaba el periódico. Su primer acercamiento a la literatura se dio en la primaria, con un intercambio escolar en el que ofrendó un volumen que había devorado en una tarde: La vuelta al mundo en ochenta días. Desde entonces, los libros no la soltaron; le regalaban un atractivo ante el acontecer cotidiano, tan pasmado, que llegó a adoptar una doble vida: la familiar, llena de convencionalismos, y esa otra con un libro bajo el brazo que le permitía desvincularse de ese mundo y evadirse a otros donde el desbordamiento de la fantasía la sacaba del marasmo para ir hacia una libertad imaginativa.
También cada libro era su escudo y recurso de escape ante la molestia de socializar. Introvertida hasta hoy, ha aprendido lo importante que es vincularse con otros. Y su forma de enlace no ha sido sólo como lectora, con un volumen de compañía; a través de la escritura deja hablar a esas otras voces que habitan cada novela, como le decía Octavio Paz, o como ella recuerda en Henry James, en el sentido de que lo definitorio en la novela es esa visión personal e intensa de la realidad.
Foto: Rogelio Cuéllar |
Así, estudió Letras hispánicas en la unam mientras mentía a sus padres diciéndoles que se formaba en periodismo. Y pese al temor de que en la universidad le violarían su virginidad literaria –como plantea Juan García Ponce en una novela– ella pensó que quizás la pérdida sería provechosa en tanto pudiera conservar cierta magia que la salvara de la aridez escritural. Se arriesgó, concluyó la carrera que sus padres desconocían y se alió a un mundo de artistas que con el tiempo le marcarían líneas de interés visual y narrativo. Fue el caso de Marco Tulio Lamoyi, un pintor fundamental en su vida que la acercó a la obra de Marcel Duchamp. Ana desconocía esa marca hasta que en su más reciente novela, Cuerpo náufrago, se interesó en los mingitorios y creó ese universo donde los dota de una carga erótica para ella –y para muchos– desconocida.
Empezó como autora de cuentos en las obras Fuera de escena (1984), Amorosos de atar (Premio Nacional de Cuento Gilberto Owen 1991) y Paraísos trémulos (2002). El género le ayudó a practicar el cuidado y el manejo justo de los elementos de ficción para cada historia. Y esa estructura la llevó a ciertos capítulos en su faceta de novelista, primero con Los deseos y su sombra (2000, finalista del Premio Internacional Alfaguara de Novela y llevada al inglés por la Aliform Publishing), y luego con Cuerpo náufrago (2005). Actualmente prepara una novela sobre un personaje del siglo xviii dedicado a retratar sombras y vislumbrar el alma de las personas.
Thomas Mann, Virginia Woolf, Italo Calvino y Julio Cortázar son sus puntos cardinales en la búsqueda de lenguaje y tratamientos literarios. Más cercanos en geografía y tiempo, la alimentan además algunos libros de Cristina Rivera Garza y Mario Bellatín, en tanto le deslumbran César Aira y Ricardo Piglia.
Becaria del Sistema Nacional de Creadores de Arte, se ufana con la broma de haber sido la primera en disfrutar la beca Octavio Paz pues le pagaban por leer su obra. Y es que ella se encargó de la corrección de las Obras completas del poeta, editadas por el Fondo de Cultura Económica (luego para el Círculo de Lectores, de España). Y, aunque lo veía poco, recuerda que el escritor fue generoso con sus comentarios no sólo del trabajo de edición, sino con su obra, como cuando le dijo lo interesante de plantear un personaje como Soledad (en Los deseos y su sombra) que no se somete a las exigencias de la tiranía de la mirada.
Apasionada por indagar en voces y emociones más que en temas, se zambulle por largo tiempo en los proyectos con la voluntad de profundizar en ellos, haciéndole caso al azar. Y, pese a su reticencia, las sombras la persiguen en cada volumen como encarnación del deseo, ése que termina por cobijarse en la individualidad que marca toda presencia literaria, como la de ella que nos ayuda a confrontarnos y a buscarnos en un mar
de fantasmas o de gente.
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