Farabéufica en tres amputaciones
Rodrigo Fernández de Gortari
In memoriam Salvador Elizondo
"–¿Recuerdas?"
Farabeuf
I
Elizondo no fue un gran escritor, ni siquiera fue un escritor, fue un dilettanti, un talentoso grafógrafo, un traductor de los trazos del placer que lo mismo esbozaba poligrafías cinematográficas que caligrafías orientales. Como él mismo tuvo a bien declarar acerca de alguna de las piezas fílmicas que realizó: "Cogí una cámara y me fui a Guanajuato. Estuve una semana metido dentro de la cripta ésa, filmando las momias, teniendo como base un poema de T.S Eliot, Los hombres huecos. Cada toma correspondía perfectamente a un verso del poema. ¡Se trata de un equivalente fílmico del poema!"
Elizondo fue un pintor que dejó los pinceles porque según decía: "descubrí que imitaba a Picasso", aunque es cierto que los dejó de manera aparente, ya que a lo largo de sus días de S.Nob existencia continuó esgrafiando en sus diarios, bocetos narrativos y pictóricos las imágenes que a lo largo de su vida se le presentaron.
A continuación presento un poema inédito (incluidas tachaduras) que dibujó en uno de los diarios, ahora bajo custodia de El Colegio Nacional, volúmenes que serán editados según su voluntad –veinticinco años después de su muerte–: "Para no agraviar a quienes ahí se mencione". "El espejo" proviene de uno de los tantos cuadernos-diarios que puso a mi disposición y a la del director de arte, quien diseñaría a partir de los trazos, dibujos y textos incluidos en dicho cuaderno la portada de la Narrativa completa (Alfaguara, 1999) editado por quien esto escribe bajo la supervisión del autor:
EL ESPEJO
Mírate en mí
Yo soy la forma
de tí
de tí yo
yo soy la forma soy
llévate en mí
II
Quisiera recordar una anécdota que le sucedió al diseñador (llamémosle PR), durante el proceso de edición de la Narrativa completa, de Elizondo. En el transcurso de la realización del collage para portada compuesto por párrafos y trazos pictóricos, PR me pidió la fotografía tomada para el North China Daily News del Leng Tch´e, o suplicio de los Cien Pedazos infligido al parricida del hijo del Emperador que Elizondo incluyó entre los grabados y fotos de Farabeuf.
En el momento de emplazar algunas imágenes dentro de una ventana de Photoshop, (tres para ser exactos), a manera del lanzamiento de monedas que se hace para consultar el I Ching o libro de las mutaciones, ese momento azaroso que en el aire se transforma en la imagen de una línea para crear un trigrama, la primera imagen cayó sobre unos textos y la segunda, la foto (la del Leng Tch´e), y la tercera, un retrato en la cual el grafógrafo escribe con su Mont Blanc, se sobrepusieron. Este conjunto dio como resultado un fondo donde se observaba el cuerpo del suplicio, encima de éste la palabra muerte y sobre ella la pluma horadando el cuerpo supliciado.
Al ver el resultado, PR y yo, atónitos descubrimos cómo los elementos se habían confabulado entre sí para presentarnos esta composición, y cuando finalmente reparamos en el gesto del rostro de Elizondo, descubrimos lo que nos pareció una sonrisa sarcástica que se dibujaba en la comisura del labio: un frisson recorrió mi cuerpo que placentero percibía esta extraña coincidencia. Dos líneas cerradas y una abierta. "Es preciso atravesar las grandes aguas
"
III
Al revisar la última versión de las más de mil cuartillas que conforman el volumen mencionado, y ya bajo la luz de la luna que aparecía en el jardín de Elizondo, el grafógrafo hizo una pausa reflexiva y me dijo: "Nunca me gusto el subtítulo: Crónica de un instante, ese subtítulo se lo puso Joaquín [Díez Canedo], porque decía que el título Farabeuf a secas no quería decir nada y además nadie tendría porque entenderlo. Pero como ahora Joaquín no puede decir nada, entre otras porque está muerto, –y rió sarcástica y estruendosamente–, vamos a quitárselo. Que de aquí en adelante se llame solamente Farabeuf."
Yo por mi parte, displicente como me correspondía, elaboré una minúscula nota del editor, misma que más tarde incluiría a pie de página de este título en la edición mencionada.
Cuando más tarde ultimamos los detalles de la edición y bebimos unos whiskys para concluir el trabajo iniciado meses atrás, Elizondo desapareció en la obscuridad de su casa para reaparecer unos minutos más tarde frente a mí con un libro encuadernado en piel y tela con letras grabadas en oro entre las manos, mismo que alargó hacia mí dando a su rostro un gesto de indiferencia. Tomé el libro y lo abrí en las páginas preliminares. Se trataba de la edición ilustrada del siglo xix del Manuel de Précis Opératoire, del Dr. L. H. Farabeuf, ese cirujano francés que creó los instrumentos de disección y amputación que llevan su nombre (y no el de Mademoiselle Bistouri). Los impresionantes grabados incluidos en esa edición ejemplifican las formas de uso de dichos instrumentos y son las mismas imágenes que Elizondo leyó-estudió, para escribir la pieza que ahora sólo lleva el apellido de ese cirujano.
Absorto e incómodo me senté a leer y observar los hermosos y tétricos grabados del Précis. Y en la penumbra escuché la voz de Elizondo: "Ya lo verás, es para ti", y sacó del bolsillo de su saco una pluma Mont Blanc, que esta vez horadó una página inicial del libro, donde trazó, para mi placer, unas líneas a manera de dedicatoria.
–Ahora puedes dejar de contar
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