Diálogo con Elizondo
Juan Carlos Domínguez
A las dos en punto de la tarde
"Nada de fotografías. Y si no llega a las dos en punto ya no lo va a recibir." Las condiciones no dejaban lugar a dudas. Había que cumplirlas después de tanta insistencia para concertar la entrevista. Los días pasaban y su esposa, la fotógrafa Paulina Lavista, muy amablemente sólo indicaba que lo consultaría con su esposo. Finalmente se dio la cita en su casa del barrio de Santa Catarina, en Coyoacán.
–¿El carácter universal de la obra de Elizondo hace que en México no sea tan popular o tan difundida como lo han podido ser otros?
–Sí, es natural, eso de la difusión es un poco mito. Yo no creo en eso, ahí está Rulfo, él no fue muy difundido en su momento, nadie le hizo caso durante años y es el más grande escritor de los mexicanos del siglo XX.
–¿Cómo era su relación con él?
–Muy buena, éramos íntimos amigos.
–Hace poco hubo mucha polémica a raíz de la declaración de Tomás Segovia, en el sentido de que Rulfo era un caso milagroso, que no era una persona preparada académicamente.
–Las opiniones de Tomás no me interesan y ni quiero comentarlas. Su actitud al recibir el Premio Juan Rulfo me pareció poco diplomática y un poco estúpida. Y como poeta... daría cualquier cosa Segovia por llegarle siquiera a los talones a Juan Rulfo.
–¿Considera que hay otros autores sobrevalorados que tal vez no son tan buenos?
–Así es, siempre ha sido así.
–¿Siente usted que su obra sí fue valorada?
–Estoy muy satisfecho con lo que hice. No creo poder haber hecho más, y no me interesaba tampoco. Hice lo que pude.
–¿Está atento a lo que pasa actualmente en la literatura?
–A grosso modo. Últimamente he hecho un descubrimiento portentoso que es un autor del siglo pasado que se llama Efrén Hernández, ¿lo conoce?
–No.
–No, nadie lo conoce, es equiparable a Rulfo; otro género, pero es un gran escritor. Y últimamente leí un libro maravilloso de Alejandro Toledo sobre París, ya no me acuerdo cómo se llama, pero es un libro sobre París, escrito por un mexicano, y muy interesante, muy interesante, hacía mucho que no leía yo nada sobre París como ese libro de Toledo que escribía relativamente poco.
–¿Ha leído a los autores jóvenes?
–No los conozco, para que más que la verdad. –¿Y cómo ve la generación de Arreola y Rulfo, que se está perdiendo? –Bueno, pues la veo... yo creo que el siglo xx mexicano fue un siglo de oro. Ya se darán cuenta más adelante. Y esos son los escritores que constituyen el meollo. –¿No será insuperable toda esa generación? –Ah, pues no sé, eso depende del tiempo, pero el siglo pasado desde que empezó hasta que terminó tuvo buenas cosas. –¿Lo visitan amigos o colegas? –A veces. No soporto mucho las visitas. Ya llegué a un momento en que me gusta la soledad, ya mis hijos ya se fueron todos, no me queda más que mi esposa. De todas maneras no me considero un hombre desgraciado. Últimamente pues estoy físicamente jodido, pero pues yo me lo busqué y ya sabía que iba a venir. Desde que tenía yo como quince años mi mamá me lo dijo, fumaba yo pipa, mi mamá me dijo: hay una enfermedad característica de los ingleses que fuman pipa, que es el tumor en la boca, y me acabó saliendo el tumor. Se me fue haciendo poco a poco hasta que hubo que quitármelo. Y con todo y mandíbula, y me hicieron la mandíbula con un hueso del peroné, quedó mal naturalmente pero... –Además del tabaco, ¿tuvo otros excesos? –No. Bueno, bebía yo, fumaba marihuana. Todavía fumo marihuana, sólo que ahora lo hago por prescripción médica. –¿Mujeres? –No me han interesado nunca. –Pero me imagino que llegaban solas. –Pues alguna. No tuve importantes en mi vida, más bien me han quitado mucho tiempo. La única mujer que he tenido es la que es mi esposa actualmente. Bueno, y a mi madre, y a mi abuela que adoraba yo. –¿Qué le ha dejado la literatura en lo personal? –La satisfacción de haber conseguido algo, menos o más de lo que yo me proponía, pero no, no me lamento de mi carrera. –¿Sigue leyendo? –No. Ya me cuesta trabajo leer, lo que más hago es escribir, pero ya no escribo libros, escribo en mis cuadernos lo que se me ocurre. –¿Piensa publicarlo? –¡No! Eso no me interesa. Ya está todo publicado, todo lo que he escrito está publicado. No hay una sola página inédita. –Seguramente en algún momento habrá interés en lo que ahora escribe. –Sí, porque tengo como cien cuadernos así de gruesos donde tengo mis diarios y mis apuntes cotidianos, que esos no están publicados todavía. A ver, ésos ya los dejo para después, porque ahorita ya no me puedo poner a corregir. –¿Tiene nostalgia? –Sí, pura nostalgia. Ya como que siento que me he sobrevivido, que los buenos tiempos quedaron atrás. Pero creo que es una cosa natural. Cualquier tiempo pasado fue mejor, dice el poeta. –¿Cuál es la etapa de su vida que considera la mejor? –La actual, porque ya entiendo muchas cosas que antes no entendía. Entiendo la importancia de la temperatura, por ejemplo, que es una cosa muy relativa. No es cierto nada de eso que dicen los termómetros. Es una cosa más profunda. –¿Más allá de lo físico? –Sí. –¿Es algo más espiritual? –Pues yo supongo que sí. Más intelectual, más espiritual. –¿Y cómo ve la muerte ahora, cómo la piensa? –¡Ah! Pienso constantemente en ella, pero ya la experimenté. Cuando me operaron estuve diez horas anestesiado, como si estuviera muerto. Tampoco no me... es una cosa que no me da mucho miedo. No hay nada. –¿La inconsciencia total? –Nada. La nada. Es difícil llegar a ese concepto por experiencia, creo que yo ya tuve la experiencia, no estoy seguro, vamos a ver cuando venga la definitiva. –¿Y su fe, su concepto de Dios? –Muy sencillo, yo creo que es lo mismo Dios, el centro, eso es lo que marca todo el destino, no creo en un Dios así con barbas y con túnica. –¿Siempre pensó así? –No, de chico tenía yo fe en ciertas imágenes y cosas de ésas. –¿Recuerda lo primero que leyó? –Supongo que Corazón diario de un niño. –¿Usted fue muy protegido en la niñez? –Pues normalmente; me querían mucho mis papás, mi abuela, mi nana. Me han protegido toda la vida, he estado muy protegido, nunca he tenido hambre ni pobreza. –Su esposa también tiene mucho de maternal, ¿no? –Pues ha tenido que tenerlo conmigo porque ya es lo único que me queda; ya también se está cansando, es muy cansado vivir con un enfermo como yo. –¿Qué es lo que espera ahora de la vida, en lo inmediato? –Que ya se acabe la cosa. –¿Hay cansancio? –No, no mucho. Aburrimiento más que cansancio, me aburre mucho la política mexicana. Bueno, en general en todo el mundo; no creo que se componga en mucho tiempo. Quién sabe quién vaya a salir como presidente en México. –¿No cree que el pueblo tiene mucha culpa de este tipo de política? –Somos un pueblo ya muy viejo, estamos cansados, agotados. –¿Usted se involucró en la política? –No. Fui comunista, partidario, comunista funcionalmente. Y he sido admirador del orden. Y viví en Alemania durante mi infancia en tiempos de Hitler. Es una de las etapas felices de mi vida, por el orden que había. –¿Entonces usted tiene una visión de Hitler diferente a la generalidad? –La generali
Nomás le estoy diciendo que yo tuve la experiencia de vivir en ese régimen y fue feliz porque tenía orden, ahora no hay orden. Yo no sabía nada, yo era muy chico, yo no sabía de los judíos ni eso. –¿Y qué opina de los intelectuales que siempre han ido como de la mano del sistema? –Bueno, pues no hay más remedio. Yo voy de la mano del sistema, como miembro del Colegio Nacional, y es un poco difícil porque en México las cosas fallan.
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