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DESNUDAR A LA PATRIA (III Y ÚLTIMA)
Puedo decir sin ruborizarme que intuí la sexualidad a través de los libros de texto gratuitos. Mi imaginación, si hubiera tenido discurso para hacerlo, hubiera querido transformarlos en libros de sexo gratuitos. Las razones me parecen claras, pero no faltará quien diga: ¿cómo ocurrió tan inmoral acontecimiento, digno de una defenestración legislativa o de una condena púb(l)ica? Para evitar los malos entendidos y la sospecha cívica, expondré lo ocurrido en las siguientes líneas.
(Omito deliberadamente otras formas de encuentro con la patria: los viajes infantiles al Centro, las narraciones de mi padre en las sobremesas, las crónicas de su experiencia durante la Revolución, las historias de los cristianos clandestinos y del padre Pro contadas por mi madre, las jornadas de las Fiestas Patrias, un alfa y un omega amorosos en distintos 15 de septiembre, la muerte de mi padre un 16 de septiembre –hubiera sonreído, de saberlo–, la entrevisión de mi muerte un 20 de noviembre
)
Lo que me pasó fue viajar de la patria a la mujer y de la mujer a la poesía: ¿por qué la patria siempre se me hizo tan femenina? La respuesta la ofrece Ramón López Velarde, con verdadera poesía, en su "Suave Patria", pues la suya es suave e íntima, y su novedad radica en que está alejada de los clarines y la estridencia militar: tal vez eso explique la coincidencia de mi intuición previa de la sensualidad y de la mujer a través de las representaciones patrióticas. Mis paseos entre los abismales declives de las, ¡ay!, concupiscentes carnes de papel y tinta de Isela Vega sólo difieren en matices de lujuria y esencia poética de la siguiente hipálage del poeta jerezano: "Sobre tu Capital, cada hora vuela/ ojerosa y pintada, en carretela
"
Borges amplía esta explicación: la patria se puede presentir en el perfume de una flor (la suavidad lírica) y en una espada (el épico pasado). Creo haber compartido esa embriaguez patriótica al caminar de noche, después de una tormenta, por las calles del centro de Mérida. Quien lo haya hecho de la misma manera, tal vez entienda el desmayo de flotar entre el perfume de las hueledenoche: por memorable, la huella de ese olor en esas calles blancas se acomoda más fácilmente en mis entrañas que los vibrantes y viriles discursos volcados con toda su demagogia sobre las cabezas ciudadanas durante la noche del Grito. ¿Por qué? Borges también lo ha dicho: "ser argentino es un estado de ánimo". Para mi "mexicanidad" prefiero el ánimo que me acerca a un camino yucateco bordado de selva y naufragado por mariposas amarillas y blancas, o el que me lleva a la contemplación del río Grijalva desde los muros de Chiapa de Corzo, o el de los sabores de burritos y agua de lima en el mercado de Guanajuato, o el de un mercado atendido y asistido por mujeres en Teotitlán del Valle a las cuatro de la mañana, o el de la magia de aguacatales y ceibas volviéndose arquitectura en La Antigua, o el rasguido tristón de los boleros y los violines festinando un huapango
Llegado a este punto, más allá de sexo, paisajes, comida, música y palabras, quisiera agregar otras dos transgresiones que me llevan a la idea de matria.
La primera: así como hablar español significa pensar, amar, comer y morir en español, creo lo mismo de la "mexicanidad": no puedo eludir el hecho de sentir en mexicano cuando escucho el Quinteto con clarinete, de Brahms. Lo mejor es disfrutar de lo "ajeno" con los matices que imprime el hecho azaroso de haber nacido aquí. La segunda implica a José Emilio Pacheco: "No amo mi patria./ Su fulgor abstracto/ es inasible." La patria no es el resultado de una decisión política ni de un argumento, sino del acontecimiento de que mis amores, amigos, familia, afectos, muertos, la atmósfera que respiro y mis paisajes cotidianos están en México: ellos son mi matria y por ellos daría la vida.
En este momento mi matria vive aquí, en el sur, presidida por el Ajusco y su viento frío con olor a pinos que recorre los rumbos de Contreras por la noche; aquí, en esta obstinada memoria que no puede olvidar que, en 1985 –ya parecen muchos años–, la ciudad se destruyó irrevocablemente por culpa de un temblor; aquí, en la costumbre de dar algunas clases y la de escribir todos los días, indicio de dos de las querencias consuetudinarias de mi corazón; aquí, donde se arraigan los más misteriosos acontecimientos matrios porque en Ciudad de México fue concebida y nació mi hija, y porque en este lugar me pierdo, día tras día, en la luz con que me mira la mujer que amo.
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