Imperio estadunidense: quiénes y por qué
ROSA MIRIAM ELIZALDE Entrevista con GORE VIDAL
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Rosa Miriam Elizalde
Entrevista con Gore Vidal
Imperio estadunidense: quiénes y por qué
El domingo 17 de diciembre de 2006, La Jornada publicó parte de una amplia entrevista que Gore Vidal concedió a Rosa Miriam Elizalde, de Juventud Rebelde, cuando el prolífico y crítico autor estadunidense visitó Cuba. En este complemento, Vidal vuelve a revelarse como uno de los más profundos conocedores no sólo de la historia y la política de su país, sino también de las consecuencias que, a nivel global, ha tenido el devenir estadunidense.
En La invención de una nación: Washington, Adams y Jefferson usted se detiene en la primera guerra imperialista de la historia moderna, con la intervención de Estados Unidos en Cuba. ¿Era la Isla el botín codiciado?
–La historia imperial norteamericana comenzó mucho antes. Era inevitable que los peregrinos ingleses originales, igual que los holandeses y los franceses que ocupaban la costa oriental de Estados Unidos, le echaran la vista al Occidente donde había más riquezas. Es curioso que el único presidente norteamericano al que le gustaba la democracia, Thomas Jefferson, fue el primero que hizo saltar los límites de la Constitución. Hay que reconocer que nuestros próceres de independencia detestaban tanto la democracia como la tiranía. Con ellos no tuvimos nunca a un Hitler, pero tampoco un "caos", que era como llamaban a la Atenas de Pericles. Irónicamente, el tercer presidente, Thomas Jefferson, el que nos dio nuestra identidad, junto con la Declaración de Independencia, hizo también un llamado a las armas. Él nos dijo no solamente que "todos los hombres han sido creados iguales e independientes", sino que tienen derechos inalienables: a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad. Jamás un gobierno se había expresado así. Sin embargo, también gracias a Jefferson, esta maravilla no llegó lejos. Él compró los veinte estados e hizo la famosa transacción para adquirir Louisiana a los franceses. Gracias a las vastas cantidades de territorio que él compró, ilegalmente, se añadieron millones de personas a Estados Unidos. Esta disposición nos lanzó hacia Occidente, después de apoderarnos de lo que tenían nuestros vecinos. Inevitablemente nos íbamos a convertir en una nación imperial. El primer vecino que atacamos fue México, en 1846, en el camino de lo que verdaderamente queríamos: California. En esta época, el más agresivo de nuestros expansionistas fue el presidente James Polk.
–Hasta entonces habían sido furiosos conquistadores de tierras, pero sólo en su propio continente. –Nuestro primer presidente deliberadamente imperial –comparado con él Jefferson era un hombre muy moderado– fue Theodore (Teddy) Roosevelt. Él ambicionaba más y más propiedades que añadirle a Estados Unidos. Ahí es donde entra Cuba en nuestra historia. En esa época, por una misteriosa carambola, hundieron un buque de la armada de Estados Unidos, el Maine, frente a las costas de Cuba. La prensa amarillista de William Randolph Hearst culpó de ese desastre a los cubanos y, después de ellos, al imperio español, que era en realidad nuestro verdadero blanco. Cuba fue utilizada para inspirar el sentimiento antiespañol que justificara la entrada de eu en la guerra. Hearst reivindicó que era él quien la había inventado, pero en realidad fue Teddy Roosevelt quien movió los hilos de aquellos sucesos. Primero, como vicepresidente de William McKinley, y cuando éste fue asesinado, como presidente. Él y varios de sus amigos, uno de ellos, el senador Henry Cabot Lodge, quien era muy poderoso, y nuestro "gran filósofo" de la historia de Estados Unidos, Henry Adams, querían ampliar el patio a como diera lugar. Adams se inspiró y dijo: "El que controle la provincia Shanxi de China –ahora Manchuria y parte de Corea–, controlará el mundo." Sabían que esa era la zona más rica en minerales y energía, y que el imperio chino estaba desplomándose. Toda Europa estaba tratando de llevarse una tajada de China, y nosotros decidimos llevarnos nuestro pedazo también.
–¿Cuba fue, simplemente, el estribo para saltar sobre Filipinas? –Sí. Ahí fue cuando hicimos una alianza con los insurgentes filipinos, los revolucionarios que querían separarse de España para tener su propia República. Les prometimos que los ayudaríamos, los convencimos de que ellos formarían parte de ese "noble" movimiento en Estados Unidos que llamábamos Cuba Libre, que era el lema oficial de la guerra hispano-norteamericana. Por supuesto, eso tenía tanto que ver con los deseos de una Cuba libre como con el trago desagradable de ron y Coca Cola que también se conoce con ese nombre.
–Y Mambrú se fue a la guerra
–Así fuimos a la guerra. Lo primero que hizo Roosevelt –McKinley estaba fuera de Washington– fue enviar nuestra flota a Manila, para "ayudar" a los insurgentes. Los engañó. Les hizo pensar que íbamos a establecer un gobierno filipino, cosa que se cuidó muy bien de no hacer. España se desvaneció como gobierno imperial y Estados Unidos, con McKinley y Teddy, inauguraron una nueva etapa de expansión imperial norteamericana y continuaron la gran comedia de nuestra historia. La hipocresía siempre es muy cómica. McKinley escribe: "Me arrodillé y le recé a Dios. Luego que salvemos a Filipinas, ¿qué haremos con esta gente, con esta pobre gente? ¿Qué haremos por ellos?" Y a continuación, dice: "Dios habló." ¿No le suena conocido, como algo que se dice hoy día? Pues sí, Dios le habló al mismísimo McKinley y hasta le exige: "Tenemos que ayudar a esta gente y cristianizarlos." Pero cuando está contando esta revelación, el secretario de Estado, tímidamente, le advierte: "Señor presidente, ellos ya son católicos romanos." Y McKinley replica: "Eso es lo que yo quiero decir." Entonces nos fuimos en misión religiosa a Filipinas, un costado en la sección más rica de la geografía China, y esa fue la primera gran aventura imperial en el medio de la cual Cuba ya no era libre. Estados Unidos había ocupado la Isla, y también Puerto Rico. Usurpamos gran parte del Caribe, y lo mantuvimos todo el tiempo posible bajo mandatos especiales y cosas por el estilo.
-¿Cuándo despierta la conciencia antiimperialista de Gore Vidal? –Francamente, yo creía que nuestro esfuerzo expansionista había terminado en 1898. Que era apenas un paréntesis entre 1846 y 1898, cuando destrozamos al imperio español y tomamos el Caribe y Filipinas, que era lo que verdaderamente queríamos. Habíamos terminado vencedores en la segunda guerra mundial. Conquistamos a Alemania y a Japón. Ocupamos ambos países –cada uno un mundo y no simplemente una nación. Éramos los dueños del primer imperio global y se lo debíamos también a otro Roosevelt imperial, Franklin Delano, que sabía muy bien lo que hacía. Quería destruir al colonialismo europeo donde estuviera, y en compensación a sus "esfuerzos", Estados Unidos recibía el mandato de "cuidar" a los países "liberados", como a él le encantaba decir. Eso nos metió formalmente en el negocio de imperio. En Guatemala tuve una gran amistad con Mario Monteforte Toledo, escritor, vicepresidente de la nación y presidente del Parlamento de su país durante el gobierno de Juan José Arévalo. Yo vivía en Antigua y él venía de vez en cuando a verme, a mi casa. Un día me dijo: "No nos queda mucho, ¿sabes?" "¿De qué me hablas?", le respondí. "Tu gobierno ha decidido intervenir en Guatemala." Y yo no daba crédito: "Oh, mira, acabamos de derrocar y tomar a Alemania y a Japón, ¿qué vamos a hacer con Guatemala? No tiene sentido. No vale la pena." Respondió: "Sí vale la pena para la United Fruit Company, que no quiere pagar un mínimo impuesto por nuestros plátanos que venden en el mundo entero, mientras nosotros no ganamos nada. Ella es la que controla las relaciones entre los dos países." Fue mi primera lección de política hemisférica. Sabía del imperialismo yanqui, pero creí que esto era una exageración de mi amigo. Mientras tenía lugar esa conversación con Mario, Henry Cabot Lodge Jr. –el hijo de Henry Cabot Lodge que había sido senador por Massachussets y uno de los más entusiastas partidarios de la conquista de Filipinas–, llamaba al presidente [Dwight David] Eisenhower para soplarle al oído las palabras mágicas: Arévalo y su grupo en Guatemala son "comunistas" y van a ocupar las tierras de la United Fruit. La historia posterior es conocida: forzaron a Arévalo a irse y luego intervinieron, en 1954. El gobierno electo de Jacobo Arbenz, elegido por voto popular, fue derrocado por el embajador norteamericano John Peurifoy, e impusieron al general Carlos Castillo Armas. De ahí en adelante, Estados Unidos aseguró a sus guerreros en el gobierno y un baño de sangre a los ciudadanos guatemaltecos. Mark Twain tenía toda la razón cuando dijo, después de la intervención de Estados Unidos en Filipinas: "Las barras y las estrellas de la bandera norteamericana deberían ser reemplazadas por el símbolo de Jolly Roger, la calavera sobre dos tibias cruzadas. Llevamos la muerte a donde quiera que vamos."
REPÚBLICA BANANERA
–En su novela La Edad Oro, usted asegura que Franklin Delano Roosevelt pudo haber evitado el ataque a Pearl Harbor, que sacó a los norteamericanos de su pacífico aislacionismo y decidió la entrada de eu en la guerra. ¿Hasta qué punto eso fue así?
Collages de Francisco Garcia Noriega |
–Las naciones, como los individuos, tienden a seguir determinadas recetas. Si un plan que tienen en la cabeza funcionó una vez, quizás funcione de nuevo. Cada vez que un presidente es asesinado, la primera conclusión es que lo hizo un "asesino enloquecido y solitario", por pura maldad. Jamás se ofrece un porqué, una razón, un motivo. Y no lo hacen, porque quizás pudiéramos enterarnos entonces de los oscuros entretelones de la política, y al pueblo estadunidense nunca se le habla nada de política. Roosevelt, probablemente con la mejor voluntad del mundo, vio que Hitler era peligroso no solamente para Europa, sino a largo plazo también para Estados Unidos. Éramos, al fin y al cabo, un poder mercantil. Comerciábamos. Con Hitler encargado de Europa, la vida sería muy difícil para nosotros. En 1940, el ochenta por ciento de los estadunidenses, entre ellos yo, nos oponíamos a que nuestro país se involucrara en la guerra en Europa. Pero Roosevelt tomó la ofensiva. Él fue nuestro gran Maquiavelo. Sabía, mejor que cualquier otro presidente anterior, cómo funcionaba el mundo. Estaba plenamente consciente de que el hundimiento de nuestros barcos nos había empujado a la guerra contra Alemania en 1917, pero eso no sería suficiente en 1941. Necesitaba un trauma de importancia que decidiera a los norteamericanos por la guerra. Por tanto, provocó deliberadamente a los japoneses para que nos atacaran el 7 de diciembre de 1941, en Pearl Harbor. Fue un plan brillante y funcionó. Los japoneses acababan de firmar un acuerdo con Alemania e Italia, la Alianza Tripartita. Si alguien atacaba a uno de los tres, los otros dos vendrían a su defensa. No era una alianza que garantizara apoyo ante planes de agresión, y Roosevelt tenía bajo cerco a los japoneses, que habían ocupado la Manchuria después de históricos intentos de ocupar China. Desde 4 mil millas de distancia, el presidente norteamericano dio un ultimátum a los japoneses: salgan de China. "Si no se van de ahí, no les vendemos más chatarra y les cortamos la bencina", en particular el combustible que Japón necesitaba para sus aviones y sus buques de guerra. La reacción de Japón fue lógica, dar un gran golpe que pusiera a los norteamericanos a pensar por un rato en otra cosa que no fuera China. Atacarían y hundirían la flota estadunidense en Pearl Harbor. Creían que Estados Unidos tardaría más de un año en construir otra flotilla. Ellos podrían entonces ir hacia el sur, a Java y a Sumatra, y tomar los campos petroleros holandeses, Singapur, Malasia y todo lo que apareciera por el camino. Japón no tenía idea de la velocidad con que podíamos rearmarnos. Roosevelt sí lo sabía. Fuimos una gran potencia industrial –cosa que ya no somos. Las primeras señales de ese poder habían sido los automóviles ensamblados en línea y las plantas de acero. Podíamos hacerlo todo muy rápido. Sacamos miles de bombarderos b-17, verdaderas fortalezas volantes que ganaron la segunda guerra mundial para Estados Unidos.
–Usted fue un observador privilegiado de ese período previo a la guerra. –Yo me crié en Washington dc en la época del gobierno de Roosevelt, que salió elegido cuatro veces como presidente –toda una marca. Recuerdo los largos recesos del verano en esa edad dorada. El calor era tan grande que el gobierno entero se iba de la ciudad. No hemos tenido tanta paz y prosperidad desde que el gobierno de Estados Unidos se iba de vacaciones. En los años cuarenta el desempleo se acabó. Franklin Delano Roosevelt era ambicioso e imperial, pero sacó al país de la depresión económica. Todos estaban contentos por primera vez en años, y el Presidente aprovechó la coyuntura para invertir 8 mil millones de dólares en el rearme de Estados Unidos. Nos pusimos directamente en el camino de construir la más grande máquina de guerra del planeta, que luego se convirtió en nuestra maldición.
[...]
Pero fíjese qué ironías tiene la historia norteamericana. El hombre que debió haber tomado la presidencia en 1945 era Henry Wallace, un hombre opuesto a la Guerra fría, que fue vicepresidente con Roosevelt. Sin embargo, éste sustituyó a Wallace en la vicepresidencia por Harry Truman, un hombre salido de la nada, un derechista sureño de Missouri que tomaría finalmente el poder, cuando murió Roosevelt el 12 de abril de 1945. De modo que terminamos con un terrible presidente al frente del gobierno.
–"El atentado terrorista ocurrido en Oklahoma en 1995 se explica según leyes de la física: no hay acción sin reacción." Son sus palabras. Aludía al odio que ha sembrado Estados Unidos en el mundo y en su propio país. ¿Era una profecía? –No conectaría este hecho con lo que ocurrió el 11 de septiembre, al menos no directamente. Sabemos ahora que Timothy McVeigh no estaba solo, que había más gente involucrada. La administración Clinton –un gobierno muy norteamericano en el mejor sentido de la palabra– redactó regulaciones dacronianas sobre el terrorismo, simplemente para exorcizar el fantasma de Timothy McVeigh. Cuando ocurrió el atentado del 11 de septiembre, sacaron de la gaveta estos papeles y los activaron todos. Esa es la Ley Patriota, que prácticamente ha anulado todas nuestras sagradas libertades.
–El índice de aceptación del presidente ha bajado a niveles históricos. ¿Será Bush el mandatario más odiado de la historia de Estados Unidos? –Cuando dije que no era profeta, no quiere decir que no puedo de vez en cuando adivinar lo que va a suceder. Los neoconservadores –la palabra que se utilizaba antes para referirse a ellos era fascista– querían todo el poder para que la Junta de Gas y Petróleo tuviera las manos libres y así enriquecer más a sus corporaciones y manipular la Constitución, a tal punto que ésta no tenga sentido. Querían el poder supremo y lo tuvieron, con otra circunstancia a su favor: nosotros elegimos un presidente inofensivo para ellos; un verdadero tonto, literalmente un tonto.
TENEMOS UNA CRISIS DE DERECHO –En sus memorias ha contado que John Kennedy le habló de los planes de la cia para asesinar a Fidel y que la relación con los cubanos extremistas se convirtió en una pesadilla para él y para su hermano Robert. ¿Están vinculados estos grupos en la muerte de los dos hermanos? –Jack Kennedy perdió la vida por eso. Hay evidencias de que el asesinato de Kennedy lo cometió la mafia de Nueva Orleans y que en el crimen de Dallas estuvo involucrado un hombre llamado Carlos Marcello, que también trató de matar a Bobby Kennedy. Marcello fue un capo de los casinos en La Habana, amigo de Meyer Lansky y Santos Trafficante, que manejaba la mafia en Tampa, Florida. En una grabación del fbi, Trafficante dice: "Tenemos que deshacernos de Bobby." Marcello le dijo, en septiembre de 1962, al investigador privado Edward Becker, que un perro continuaría mordiéndote si le cortas la cola (refiriéndose al procurador general de la República, Robert Kennedy), mientras que si le cortas la cabeza al perro (el presidente John Kennedy) dejaría inmediatamente de molestar. Fue la sentencia de muerte para Jack. Robert Kennedy nunca investigó la muerte de su hermano por temor a verse involucrado en turbios asuntos en los que estaban entrelazados los cubanos de Batista y la mafia.
-¿Qué influencia cree que han tenido los cubano-americanos de Miami en las decisiones del gobierno norteamericano en los últimos cuarenta años? –Ellos llegaron a tener una enorme influencia en el país, y creo que ésta es mucho menor ahora. Desde el principio, la Florida ha sido muy corrupta, desde los días de la Confederación. Si a eso le añades un montón de enojados seguidores de Batista, la situación allá empeoró con gente que tenía mucho dinero o se hicieron de muchísimo dinero. Se podía contar con ellos para apoyar cualquier cosa que sirviera para odiar más al presidente Castro y para odiar lo que se estaba haciendo en la Cuba moderna. La Florida es un lugar perfectamente situado para que recale ahí cualquier demagogo que busque el apoyo de gente con mentalidad batistiana, o de cualquiera que quiera luchar contra el comunismo. Los norteamericanos no están preparados para entender que han recibido por décadas una información distorsionada de su propio gobierno y de los medios que trabajan con el gobierno. Por eso, la Florida es uno de los primeros lugares a donde van los candidatos a buscar votos. Es menor ahora la influencia de estos grupos extremistas, pero los neoconservadores saben que pueden contar con ellos. La Florida es un estado grande, un estado clave, con colegio electoral, que a veces decide las elecciones. A eso se suma la complicada maquinaria del siglo XVIII, que nos impide tener una democracia. A nuestros próceres no les gustaba la democracia. No me canso de repetir eso, y nadie me escucha, porque la prioridad es que le llevemos la "democracia" a Irak y a todos los pobres países que la añoran.
Transcripción del inglés de Margarita Alarcón
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