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ROGELIO GUEDEA
"EL HOMBRE QUE SOÑABA SU RÍO"
El hombre estaba dividido por un río profundo de dos aguas, una que subía y una que bajaba. Él mismo, en sus aguas, no sabía a veces si ascender para alcanzar la naciente de un manantial o descender para llegar a la desembocadura de otro río o mar que atisbaba detrás del horizonte. Los ríos le cruzaban el cuerpo, como el amor o el odio. Lo hacían girar en un compás de viento, tal como hacen las palomas extraviadas o las hojas de los árboles al ser arrasados por el otoño. Como su voluntad era líquida, siempre se regodeaba en un cauce o una hendidura de dos piedras. Nunca iba más allá de esa avanzada, prisionero como estaba en sus orillas. Sin embargo, en los días de sol o tardes de lluvia, cuando los niños lo cruzaban a brazadas ceñidas de un linde a otro, el hombre (en sus aguas que lo cercaban) se sentía cómplice y compañero, amigo y confidente (siempre) de lo insondable.
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