Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 14 de enero de 2007 Num: 619


Portada
Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
Muro, pobreza y discriminación
GABRIEL COCIMANO
La TV: estética y manipulación
ALEJANDRO MICHELENA
Imperio estadunidense: quiénes y por qué
ROSA MIRIAM ELIZALDE
Entrevista con GORE VIDAL
Poema
ODYSSEAS ELYTIS

Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

Corporal
MANUEL STEPHENS

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Bemolsostenido
ALONSO ARREOLA

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Reseña de Enrique Héctor González sobre Finjamos que soy feliz


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LUIS TOVAR
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EN EL VIEJO MOVIELAND

Movido fundamentalmente por el gusto, Antonio Avitia publicó recientemente el volumen La leyenda de Movieland. Historia del cine en el estado de Durango (1897-2004). Lo hizo por iniciativa propia, sin recurrir a ninguna instancia oficial ni entidad editora particular. Es, en otras palabras, una edición de autor que al obviar, prescindiendo de ellos, los canales de distribución de los que habitualmente sí goza un libro producido por alguna editorial, posiblemente vea dificultado su arribo a las manos del lector. Empero, si éste finalmente se hace con un ejemplar –propósito al cual desean abonar estas líneas--, verá retribuidos los esfuerzos de su búsqueda con un hallazgo meritorio.

LAS DE VAQUEROS

En el transcurso de algunos años, ahora idos, los grandes estudios cinematográficos estadunidenses tuvieron en Durango uno de sus sitios predilectos para filmar una gran cantidad de westerns, género ahora también reducido a una discreta orilla filmográfica pero que tuvo un esplendor bien conocido, sin el cual sería inexplicable buena parte del desarrollo industrial de un cine –el norteamericano--, tan hegemónico entonces como lo es hoy. Pero eso no sería lo único incompleto si se soslayara el decurso mostrado por las "películas de vaqueros": también lo sería en medida importante el imaginario y los referentes de dos o más generaciones cinéfilas, alimentadas regular y generosamente con los iconos emanados de un salvaje oeste cuya ficción tomó prestados, una y otra y otra vez, los paisajes y el entorno duranguenses.

Todavía más allá, la historia misma del estado de Durango, la real que sus habitantes vivieron, sobre todo en las décadas de los años cincuenta, sesenta y setenta del siglo pasado, también habría sido muy otra sin ese cine de pistolas humeantes, sheriffs justicieros, cuatreros tramposos, indios pieles roja irreductibles, bellas y defendibles hijas del hacendado, abigeos escurridizos, bandidos taimados, revolucionarios a la fuerza, asaltabancos despiadados, insensibles matones a sueldo… Entre otras cosas, porque entonces nunca hubieran pisado aquellas tierras John Wayne, John Huston, Sam Peckinpah, Burt Lancaster, Ben Johnson, Jerry Goldsmith, entre los nombres más conspicuos del género, e inclusive ocasionales inesperados o atípicos, tan interesantes como Jack Nicholson, Rita Hayworth, Audrey Hepburn y una larga lista que Antonio Avitia ha incluido en su libro para conocimiento colectivo, así como para regocijo individual de quienes, por una razón u otra, se sienten halagados con el hecho de que alguna celebridad haya puesto sus reales en una parte del mundo en la que uno mismo vive, ha estado o puede estar.

PAISANOS Y FUEREÑOS

De mucha mayor utilidad que lo anterior, por los alcances que ha tenido y sigue teniendo, la presencia de tanto moviemaker en Durango es asimismo causa directa del interés y la pasión por el cine que muchos duranguenses han experimentado desde aquellos tiempos. Avitia realiza un recuento con visos de exhaustividad en torno a quienes, originarios de ese estado de la República, se relacionaron con o se dedicaron de lleno al cine, así como quienes, fuereños en Durango, filmaron ahí alguna o muchas ocasiones: Julio Bracho, Luis Buñuel, Pedro Armendáriz, Ringo Starr –protagonista de la entonces y actualmente bisoñísima El cavernícola, ejemplo de que en Durango no sólo se filmaron westerns--, el pionero Rafael Bermúdez, los inefables hermanos Almada, el múltiple Carlos Cardán, el Indio Fernández, Piporro, Alejandro Jodorowski –que hizo la mítica El topo en Durango--, Carlos López Chaflán, el prolífico Humberto Martínez Mijares, y un etcétera tan largo como la filmografía incluida también por el autor, que alcanza casi las tres centenas de películas, considerando las realizadas por extranjeros, por nacionales en general y por duranguenses en particular, comenzando por las vistas obtenidas en 1897 por los enviados de Thomas Alva Edison, hasta concluir con las Bandidas encarnadas por ese par de muy elevadas muestras de que es posible cobrar sueldo de actriz sin actuar: Penélope Cruz y Salma Hayek.

A pesar de lo que pueda suponerse, aún está por escribirse la historia completa del cine, tanto el mexicano como el que siendo extranjero se ha hecho en México. En este sentido cobra más valor la contribución de Antonio Avitia, que con su entusiasta y cálido libro La leyenda de Movieland. Historia del cine en el estado de Durango (1897-2004) aporta un capítulo muy necesario.