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Comunicación incomunicante
Los teléfonos son aparatos que sirven para meterse de sopetón
en la vida privada de alguien que está muy lejos.
Jorge Ibargüengoitia.
Es muy extraño enterarse de que en el siglo xvii, cuando el padre Eusebio Francisco Kino se dedicó a fundar misiones en el norte de México, en Baja y Alta California, él sostuviera una respetable correspondencia con su hermano durante esa peregrinación misional que realizó a pie, no obstante que su corresponsal viviera en Suiza. Hasta donde se sabe, las cartas siempre llegaron al destino, no obstante el despoblamiento del norte mexicano en ese siglo y no obstante que las cartas debían salir del norte, llegar a la capital del virreinato y seguir camino hasta Veracruz, de donde se embarcarían a Europa (sin contar con que el hermano de Kino cambió una o dos veces de domicilio). Las cartas eran muy extensas y poco abundantes en detalles circunstanciales (¿qué platicar acerca de los asuntos del día si, tal vez, la siguiente carta se recibiera dos años después?), estaban escritas en latín y, en general, su temática era más abstracta y general que pormenorizada y trivial.
De pensar en otros corresponsales famosos, durante tiempos en que las comunicaciones no tenían la velocidad prodigiosa de hoy, podría mencionarse a Sor Juana, mujer que supo hacer de las cartas un instrumento para romper el enclaustramiento conventual y estar al día, tanto con sus admiradores peruanos como con la duquesa de Mancera, en España. Uno o dos siglos más atrás, sigue pareciendo cosa de prodigio el volumen de cartas que Erasmo fue capaz de cruzar con todos sus corresponsales europeos: Tomás Moro, Martín Lutero, Melanchton, Juan Luis Vives, Juan de Valdés
En toda esa correspondencia, cualquier lector puede apreciar poco chisme y mucha sustancia, intercambio de ideas, argumentaciones para llegar al fondo de los asuntos que competían a todos los implicados.
Las cosas iban más despacio, pero existía una lentitud que se ha perdido: la velocidad de los viajes era más humana (al paso del hombre o del de un caballo), había un contacto más "personal" con las cosas y el entorno, y aún no se imaginaba que la Revolución industrial haría posible la realización de viajes casi instantáneos mediante artefactos como el avión supersónico: de Nueva York a París, sólo cinco horas, con jet lag pero sin la percepción humana del viaje: ¿dónde quedan el camino y los paisajes que tendrían que haberse contemplado? En ningún lado, salvo los residuos de la transferencia entre dos no-lugares casi idénticos, es decir, los aeropuertos.
Entre los siglos xv y xxi ya logramos habitar la aldea global preconizada por MacLuhan en los años sesenta del siglo pasado. Desde la segunda mitad del xix, comenzaron a aparecer invenciones tendientes a mejorar la comunicación y la traslación de los seres humanos: telegrafía, telefonía, automóviles, aviones, radio y televisión, computadoras, internet
¿Cómo criticar tanta cosa buena que pareciera acercar a cada uno con su prójimo, de manera casi instantánea? Y, sin embargo, después del teléfono, el sistema de correos comenzó a ser saturado por correspondencia repleta de publicidad y estados de cuenta, en reemplazo de las antiguas epístolas y cartas de amigos. Después, el teléfono adquirió ese uso (con notable indiscreción de los sistemas bancarios, lo cual atenta contra el derecho a la privacidad de la gente) y por cada diez llamadas ocho ocurren para ofrecer tarjetas, viajes, promociones o ejecutar cobranzas de las tarjetas primero ofrecidas.
¿Y ese sistema de parloteo telefónico trasladado a la cibernética, mejor conocido como chat? Bien pensado, el sistema del correo electrónico mejora la rapidez del correo tradicional y del fax por su capacidad para enviar mensajes de texto e imagen; pero el ahora llamado chat, que podría ser una forma conversacional casi instantánea y personal, ha terminado por volverse un medio enajenante que aísla al usuario de su entorno al ser capturado por una máquina proveedora de anonimato. Ah, los espejismos tecnológicos
En lugar de encontrarnos mejor comunicados, ahora las personas se encuentran sumergidas entre basura provista por la tecnología: voces de desconocidos incitándonos a adquirir productos por teléfono y palabras sin rostro desplegadas dentro de una pantalla de cristal líquido.
Parafraseando a los autores anónimos que ayudaron a componer el Cantar de Mío Cid: qué buena cosa sería el teléfono (y los celulares, las cartas, la radio, la televisión, internet y el chat) si tuviera buen señor.
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