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Angélica Abelleyra
Sonia Riquer: con placer, desde las entrañas
Le gustan las exploradoras. Y de hecho pertenece a ese grupo tal vez sin imaginarlo. No escala montañas ni surca ríos bravos, ni penetra cuevas ni se sumerge entre corales marinos. Pero Sonia Riquer (Veracruz, 1955) sí explora desde las entrañas sus múltiples emociones y placeres, ésos que le representan los inabarcables universos del cine, la radio y el feminismo.
A todos ellos los conoce desde los cimientos: estudió cine y sabe cómo se construye una película; ejercita cada uno de los procesos creativos que conforman un programa radiofónico y anima discusiones sobre equidad y género.
Nació en Poza Rica, pero su desarrollo se dio en Ciudad de México desde niña. Aquí no convivió con su padre, así que decidió usar más el apellido materno Riquer que el Zamudio de la vena masculina. Su madre modista fue entonces una presencia fundamental al alentarle el gusto por el cine en aquellas casonas con enormes pantallas, fachadas como de palacio y techos colmados de estrellas. Así, entre el cine Gloria y el Lido empezó a vivir las historias de risas, llantos y baile que transcurrían en pantalla. Gracias a su mamá también disfrutó de la lectura. Tumbarse todo un domingo a dejarse imbuir por una novela fue entonces, como ahora, uno de sus mayores placeres de fin de semana hasta que lo combinó con su primer trabajo como taquillera en el Centro Universitario Cultural donde el pago era ver las películas gratis.
Estudiar cine era aún un horizonte lejano, así que optó por la sociología impartida en la unam, tiempo en que se ligó a Radio Educación (re), cuando empezó a ordenar la biblioteca de la estación, luego pasó a las áreas de continuidad y finalmente a la producción que le sumará ya treinta años en el 2008. Por eso dice que re ha sido su relación más estable en la vida, ese amante complaciente que le da al unísono estabilidad y libertad de crecimiento en múltiples áreas. Una de ellas fue su estadía por dos años en Pátzcuaro y la radio nicolaíta, donde produjo la serie Por nosotras mismas, junto a un grupo de michoacanas. Era algo así como la incursión en las ondas hertzianas de aquél impulso que en 1976 le hizo vincularse con el movimiento feminista junto a cierta pasión trotskista.
De retorno a Ciudad de México, continuó vinculándose con los universos de Buñuel y Bergman, Bresson y Tarkovski, hasta que decidió estudiar cine. Primero la rechazaron en el CCC y tras un año de decepción hizo el intento en el CUEC: la admitieron. Formó parte de una generación en la que desfilaron Pablo Boullosa, Emmanuel Lubezki, Marisa Pecanins, Salvador de la Fuente y otros. Como casi todos, ella tampoco terminó la tesis, pero hizo los filmes en 16 milímetros (Desalojo, 1984, Entreaguas, 1986 y A la intemperie) además que permanecieron las marcas de sus dos maestros imprescindibles: Jorge Ayala Blanco y Juan Mora.
El trauma de haber salido de la carrera sin acabarla la alejó del cine por un tiempo y se alió al teatro. Produjo espectáculos de Astrid Hadad y obras de Francisco Franco hasta que se reconcilió de nuevo con el cine como script girl en cintas como Sexo, pudor y lágrimas. Conocer las vísceras de esos universos no le ha restado su condición de espectadora que se maravilla. Ve las historias en pantalla, pero también puede advertir el tejido fino o grotesco de cada cinta que le refrenda su idea de que no hay invisibilidad en el arte.
Por lo pronto se mantiene con dos largometrajes inconclusos, pero su pasión por el cine la canaliza en pensarlo, discutirlo y promoverlo a través de su programa Gente de cine que se transmite desde hace diez años por re todos los viernes. Su vena feminista la alienta con series que se sumarán a su larga lista anterior, como la exitosa La causa de las mujeres y otras. Y ese espíritu la alienta cuando refrenda su vida con libertad y desapego a casarse y tener hijos a cambio de lo que ha escogido: vincularse con personas y lugares sin carga de obligatoriedad.
Ahora, entre sus amores por Fassbinder y Kusturica; Fernando Eimbcke y Marisa Sistach, tiene a su Felipe y ni falta que le hace ser Letizia. Aquél no es príncipe pero sí su gato que le ronronea junto a otra minina, Micha. Ambos son su compañía, junto con la película que ve a diario como cuota mínima, sus clases de alemán y su práctica de yoga y meditación budista en espera de realizar más series radiofónicas con mujeres exploradoras, o para hablarles al oído a las personas a fin de contagiarles el amor a la lectura y la escritura.
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