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HUGO GUTIÉRREZ VEGA
Para verte en silencio
FEDERICO DE LA VEGA
El ángel y el pegaso
FRANCISCO JOSÉ CRUZ GONZÁLEZ
Me acuesto con mi ego, bien a solas
DANTE MEDINA
Fuego a la carta
JESÚS VICENTE GARCÍA
Miniserie Scherezada
JAIRO ISRAEL MORENO
El acompañante
GUSTAVO OGARRIO
Vivir en silencio
SIHARA NUÑO
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ROBERTO GARZA ITURBIDE
El atentado
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Vivir en silencio
Sihara Nuño
Los años marchitan las ganas, secan el cuerpo, las formas del agua son simples siluetas en el tiempo. Aunque sea mi confidente, mi peor enemigo es el espejo, que sigue reflejando las cicatrices en mi menguada anatomía. Estoy llena de celulitis, tengo el trasero caído y las tetas necesitan un doble tirante para mantenerse a flote (el problema viene cuando mi bolsillo dice que no hay dinero para un nuevo brasier, el que llevo puesto es de hace tres años). Siempre temo cuando las agujas marcan las 7 pm. Me planto firme ante mi reflejo, tomo la brocha, me empalizo las añadas, se me olvida que soy trajinera y no payaso.
Los que me conocen me llaman Sikaria. Son los mismos que de vez en cuando buscan mis favores, más como compañera de penas y soledad que de placeres corpóreos. A veces cae uno que otro pasado de copas o ahogado en los tragos; es entonces que no se dan cuanta de mi vejez y pagan un poco más.
Mientras tengo a un tipo montado en mis caderas me gusta recordar mi época de joven, en la que de cuando en cuando me daba el gusto de no trabajar e irme a recorrer las calles donde vivían los señorones con los que me acostaba (o paraba, o me ponía como chivito al precipicio, la pose era lo de menos); lo que más extraño de aquellos días es la humedad de Florencia (así me relamía llamarla, y es que siempre estaba abierta al sexo de un macho, que como con mantequilla se deslizaba hacia dentro). Ahora necesito de los lubricantes o, si escasea el dinero, que es seguido, un poco de saliva y ya está.
El agua es mi mejor espejo. Acostumbro bañarme cada que puedo, cuando me llevan a un motel que tiene un baño limpio. El agua caliente no importa, la acostumbro fría para las arrugas. Ahí bajo el chorro de agua, en silencio, escuchando el sonido de las gotas al caer, sé que valió la pena el manco, el borracho, el negro –¡el negro!–, al que tuve que chupársela para aprender a hacerlo bien y me sigan buscando porque soy la mejor en eso. Entonces, mi premio es un remojón en el motel en turno.
Qué mas da. Me tocó vivir en silencio. Soy de las que nadie escucha aunque todos nos quieren con la boca abierta. De las olvidadas. Nosotras mismas olvidamos quienes éramos.
Sé que me llamo Sikaria, pero bien me pude llamar Martha, Hortensia o Lulú, qué sé yo de nombres si me quedé seca.
¿Necesitas hablar conmigo? ¿Quieres que toque al capitán? ¿Se te antoja un caprichito que no te animas a pedir a tu esposa? Haremos lo que quieras. Al fin ya lo probé todo. Creo que hasta te puedo enseñar algo, sólo humedécete los dedos con la lengua y acaricia a Florencia.
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