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Andrés Iduarte: una voz necesaria
Cuanto pensé lo dije, cuanto dije lo sostuve
Andrés Iduarte
Dice Leonardo French de su ilustre antecesor Andrés Iduarte: "Fue un mexicano más conocido y reconocido en el extranjero que en su propio país." Tiene razón mi querido amigo. Debemos preguntarnos por qué. ¿Por qué permitimos que la memoria de este gran mexicano se diluyera? ¿Fueron sus largas ausencias? ¿Fue la osadía de decir lo que pensaba y de mantener una postura independiente cuando estos eran pecados civiles? Aquí en este mismo recinto, a unos pocos pasos, tuvo lugar, en junio de 1954, uno de los tristes episodios del macartismo mexicano, cuando Andrés Iduarte fue cesado de la Dirección General del inba por "comunista". ¿Su crimen? No haber impedido que la bandera soviética fuera colocada sobre el féretro de Frida Kahlo.
Foto: Cortesía del poeta Ramón Bolívar |
El año pasado supe que Leonardo organizaba este homenaje. Platicamos. Creo que le sorprendió que yo conociera y admirara la obra de su tío. Cuando fui invitado a participar, lo primero que hice fue repasar mentalmente los textos que había leído de él. Uno de ellos, Preparatoria, lo conocí gracias al espléndido esfuerzo editorial que hace poco más de veinte años llevó a cabo la Secretaría de Educación Pública con la amorosa selección de obras que conforman la colección Lecturas Mexicanas, con algo más de doscientos títulos. También habían pasado por mis manos El mundo sonriente, que publicó el Fondo de Cultura Económica y otras ediciones.
Decidí releer a Andrés Iduarte. Y confirmé con dolor que no es un autor que esté vigente en las librerías. Los criterios que rigen el mercado editorial, como sucede con otras mercancías, determinan que también en este ámbito imperen las modas.
El tabasqueño es uno de esos escritores de quien muchos hablan, que tiene menciones en los catálogos y que es citado por la academia, pero que muy pocos han leído. El Instituto de Cultura de Tabasco publicó, en 1993, en ocho tomos, sus obras completas. Lamentablemente, en la dualidad centro-región, la segunda tiene un papel marginal. Las ediciones estatales difícilmente llegan al altiplano nacional.
Las razones pueden ser diversas, desde la falta de iniciativa para hacer una distribución más extensa e intensa, hasta las limitaciones que los circuitos comerciales e institucionales imponen a los productos editoriales. También la poca imaginación para aprovechar las llamadas nuevas tecnologías de la información. ¿No es tiempo de tener en línea ediciones electrónicas de éste y otros autores? No estoy derivando hacia temas ajenos al que nos reúne en esta ocasión. Son problemas que tienen una consecuencia directa en la falta de reconocimiento para Andrés Iduarte y otros artistas orillados a un injusto olvido. Se precisan acciones de carácter institucional y empresarial para restituir a Andrés Iduarte en el lugar que ganó con su trabajo y el que debe ocupar en las letras mexicanas. ¿Cómo? Con la difusión de su obra.
Hoy los jóvenes no sólo no leen a los escritores como Iduarte y muchos de sus contemporáneos, sino que no los conocen. No los leen, en principio, porque no saben que existen. Esta es una situación que debe corregirse.
Me refiero especialmente al desconocimiento de los jóvenes, porque la literatura de Andrés Iduarte es un espejo en el que, más allá de la época, se puede ver reflejada la juventud. Iduarte dio inicio a su producción literaria muy joven. Era profesor de la Escuela Nacional Preparatoria a los veintitrés años y por la misma época director de la Revista de la Universidad de México. Se dice fácil, pero tuvieron que ser muchas las credenciales académicas y literarias para que un joven de veintitrés años pudiera echarse a cuestas responsabilidades de esta naturaleza. Antes de los treinta años ocupó cargos públicos, encabezó la Secretaría Iberoamericana del Ateneo de Madrid y ya había escrito El libertador Simón Bolívar (1931), Homenaje a Bolívar (1931) y El problema moral de la juventud mexicana (1932).
Iduarte no sólo es un ejemplo de disciplina sino también de energía y actividad, pues las tareas de carácter público no disminuían su creatividad ni su prolijidad como escritor. Por ejemplo, Preparatoria –un libro preñado de autobiografía–, contiene textos que Iduarte escribió siendo alumno de la Escuela Nacional Preparatoria, aquel inspirador recinto de San Ildefonso en donde hoy aún escuchamos los pasos de tantas generaciones ilustres. Es decir, textos que escribió desde que tenía catorce años, pues estuvo en ella de 1921 a 1925.
La edición de 1983 de Joaquín Mortiz la debemos a la insistencia, según anota el mismo autor, de amigos como Luis Enrique Erro y Carlos Pellicer. De Erro se conoce más su faceta de astrónomo y científico, pero era también escritor y periodista, de allí que él y Pellicer supieran calibrar el valor de la escritura de Iduarte y la aportación de sus reflexiones sobre esos años de grandes cambios en la vida del país.
Durante el sepelio de Frida, el Gral. Lázaro Cárdenas, Diego Rivera y Andrés Iduarte |
Andrés Iduarte hizo literatura no gracias a los años, sino gracias a una intensa vocación para observar, para no dejar escapar el más mínimo detalle o, quizá sería mejor decir, para aprovechar muchos detalles que convertía en textos frescos y reveladores de la vida de esa época. Quizá una de las mayores virtudes de Andrés Iduarte es ese registro personal del devenir histórico, esa gran capacidad para hacernos entrar a la percepción individual de los acontecimientos macro. Me inclino a pensar que esta fructífera combinación del punto de vista personal con el análisis histórico bien conceptuado, tiene sustento en su larga trayectoria periodística.
Muchas publicaciones se beneficiaron de la pluma de Andrés Iduarte: desde periódicos estudiantiles hasta la Revista de la Universidad de México que, como ya mencioné, dirigió de 1930 a 1932; diarios de Tabasco, revistas y, de manera especial, colaboraciones en la Revista Iberoamericana, donde sus ensayos sobre literatura son también un eco de sus preocupaciones por la historia de México.
Una parte importante de la producción de Iduarte son sus escritos sobre la Revolución mexicana, etapa sobre la que queda mucho por decir, pues en esta gesta descansan buena parte de los cimientos que sostienen nuestra cultura, lo que hoy somos. Los ensayos de Iduarte no han perdido vigencia. Su manera de escudriñar en el espíritu mexicano que se construyó con la nueva idea de nación surgida de la Revolución mexicana ofrece importantes luces sobre este episodio. Así como se dice que los indígenas llevaron a cabo la Conquista y los españoles la Independencia, la Revolución mexicana es obra del mestizaje, lo cual tocó las fibras más sensibles de la nueva nación mexicana. Andrés Iduarte reflexionó ampliamente sobre el nuevo concepto de identidad que se haría presente en los distintos ámbitos de la vida mexicana, incluida por supuesto, la cultura.
Estas razones me parecen suficientes, aunque haya muchas más, para señalar que una buena manera de recordar a Andrés Iduarte en el centenario de su nacimiento es una difusión más apropiada de su obra. Es una fuente obligada en temas literarios, históricos y periodísticos. Nada más apropiado que rescatar las fuentes originales para rendir el homenaje que merece la vigencia de la obra de Andrés Iduarte. Poner en circulación su obra no sería un acto reverencial, sino una decisión a favor de las nuevas generaciones de estudiosos de la literatura que sólo tienen referencias aisladas de este importante escritor y ensayista. Pero este rescate debe sacudirse el tinte centralista que suelen tener estas medidas. A Andrés Iduarte lo deben conocer los tabasqueños, ¡cómo no!, pero cualquier estudiante o estudioso de Jalisco, Sonora, Zacatecas, Yucatán o Guerrero debería conocer y leer a este autor orgullo de las letras mexicanas. Una buena manera de empezar es hacer disponibles sus obras.
Concluyo con una cita del espléndido prólogo de Raymundo Ramos a la edición de 1968 de El mundo sonriente: "A los sesenta y un años de edad, Andrés Iduarte no es ya el héroe renacentista, violento y refinado, que pasó por la vida y por los libros con gesto imperioso y ademán gallardo, desafiando a los malvados, pero sigue siendo, en cambio, el escritor de simpatía magnética, en el pórtico de cuya obra puede inscribirse –a manera de sentencia lapidaria– este bravoso blasón: cuanto pensé lo dije, cuando dije lo sostuve."
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