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El título es el peligro
Ricardo Bada
Ilustración de Juan Gabriel Puga |
Acaba de publicarse en España un libro del alemán Stefan Bollmann, titulado en nuestro idioma Las mujeres que escriben también son peligrosas. De este modo parece quedar completo el dúo con un título anterior del mismo autor, igualmente publicado en castellano por la misma editorial: Las mujeres que leen son peligrosas. Santo y bueno. Pero ocurre que el segundo libro (es decir, el primero de los que menciono) en alemán se titula Frauen, die schreiben, leben gefährlich. O sea, en buen cristiano: Las mujeres que escriben, viven en peligro.
Que se le cambie el título a un libro al traducirlo no es tan habitual como sucede en el mundo del cine, aunque tampoco es tan raro. Pero el cambio suele tener que ver con la intraducibilidad de la imagen contenida en el título original. Conozco un caso ejemplar, acá en Alemania. ¿Qué hacer aquí, al traducir la novela Boquitas pintadas, de Manuel Puig, con un título como ése? En Alemania, donde una traducción literal, correcta, hubiera sido echar margaritas a los cerdos, optaron por una solución tan mercadotécnica que pone la carne de gallina: Der schönste Tango der Welt (El tango más hermoso del mundo), fue la respuesta filistea y devastadora al problema que supondría la absoluta incomprensión de un literal Geschminkte Mündchen. Pero no está mal, hay una explicación plausible, sobre todo teniendo en cuenta que Boquitas pintadas ya deja de ser título inteligible a primera vista cuando abandona las fronteras del Río de la Plata.
También hay casos en que sucede todo lo contrario, y es que el título se deja tal cual era en el original. Puede que sea obvio señalarlo, pero Madame Bovary es uno que sigue sin traducirse, aun habiendo celebrado la dama sus primeros 150 años: que yo sepa, no hay ninguna edición en que la novela de Flaubert se titule La señora Bovary. Del mismo modo, y como agudamente señaló Monterroso en un ensayo dedicado a este tema, “en ningún país de lengua española habrá quien ponga por título Odiseo al Ulysses de Joyce”. Ni tampoco se ha traducido el título Fahrenheit 451, a pesar de lo que razonó e l periodista colombiano Guillermo Angulo: que si “los buenos traductores convierten las millas en kilómetros, las yardas en metros y los pies y pulgadas en centímetros, el título en español del libro de Bradbury debería ser Celsius 232” .
Un caso límite se presenta con el título de una gran novela brasileña, Don Casmurro, de Machado de Assis. Dice el autor: “Casmurro não está aqui no sentido que elhes lhe dão, mas no que lhe pôs o vulgo de homem calado e metido consigo”. Y si justamente es el propio Machado de Assis quien lo explica tan claramente, que Casmurro no aparece en su libro sino con el sentido que le da el vulgo, el de un hombre callado y ensimismado, ¿por qué en la traducción española se mantuvo el título original, que a un lector hispanoamericano que desconozca el portugués no le dice absolutamente nada? ¿por qué no Don Taciturno?
Y aquí se me ocurre otro caso límite: aquel en que el título de la traducción supera con mucho el del original. Se lo crean o no, se ha dado el caso. Cuando uno termina de leer la novela de Stefan Zweig que en nuestro idioma se titula La piedad peligrosa, en una de las primeras cosas que piensa es en la diana absoluta que supone ese título, el cual condice perfectamente con el desarrollo de la trama y los sentimientos de los personajes.
Sólo que La piedad peligrosa , originalmente, se titula Ungeduld des Herzens (Impaciencia del corazón), y como también ha sido traducida con ese título, estoy seguro de que el desconcierto de los lectores en nuestro idioma, al terminar de leerla, habrá sido inmenso. Tan inmenso que les llevaría a pensar lo mismo que pensé cuando supe alemán suficiente como para entender que La piedad peligrosa era un libro que en el original se titulaba Impaciencia del corazón: que habría que cambiar el título del original, y editarlo como Das gefährliche Mitleid. Pero lo dicho: es la excepción.
Y para cerrar el tema no quisiera dejar de mencionar el caso de absoluto disparate que fue en su día traducir The Importance of Being Earnest, de Oscar Wilde, como La importancia de llamarse Ernesto. ¡Con lo fácil que hubiera sido rebautizar al protagonista, cosa que se hacía entonces en nuestras latitudes, y titular la obra La importancia de ser Severo!
Pero el caso de Las mujeres que escriben también son peligrosas es bastante distinto porque la misma modulación gráfica del título remite conscientemente al anterior: Las mujeres que leen son peligrosas. Y eso significa al menos tres cosas, que no necesariamente se excluyen entre sí: a) que se manipuló el título a efectos de catálogo con la mirada puesta en la venta del producto; b) que los responsables del departamento de prensa y promoción de la editorial son machistas larvados y aprovechan cualquier resquicio para poner en guardia al lector varón acerca de las terribles mujeres; y/o c) que la estupidez humana no conoce fronteras (Einstein estaba mucho más convencido de ello que de la existencia del infinito).
Sea como fuere, a una pobre reseñista del libro, cuya crítica cayó en mis manos, la evidente esquizofrenia del conjunto la contagió hasta el punto de que la llevó a titular su recensión “Escribir peligrosamente”, y hablar en los dos primeros párrafos de que Heine afirmó que las mujeres son peligrosas (lo que ya es una contradicción con el título de esa recensión) y que las palabras de Heine explican el origen del título del libro (cuando en realidad lo que explican es todo lo contrario de lo que sugiere el título de la recensión). Y para rematarlo, en el último párrafo de la misma asegura muy seria: “Si regresamos al título del libro cabe preguntarse si las mujeres que escriben siguen viviendo peligrosamente.”
Yo le podría contestar a mi colega que por lo menos ella, sí. Vive en el peligro de creerse lo que le dicen los títulos y la prosa editorial, y volverse esquizofrénica, y lo que es más pior, como lo formulaba Cantinflas: sin darse cuenta.
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