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Emilio, un visionario
Ocurrió a mediados de 1997 en su casa de Tacubaya. Su voz era dulce, pausada, podría decir cantarina. Entre una y otra frase, Emilio Carballido respiraba por las narinas para una lectura y discurso en voz alta perfectamente audible; al trascribirlo quedan plasmadas las comas, los puntos, los acentos, las pausas. Lo he querido escribir apenas supe de su primer adiós. Yo no fui su amiga, ni conocida, ni discípula, ni nos volvimos a ver. Pero todas las cosas que él me dijo entonces son nuestro presente, un presente que él, entonces, advertía con espanto y, viéndolo bien, en aquel entonces parecía apocalíptico.
“Es el cobro de impuestos al escritor, indigno en un país que además tiene una tradición tan excelente de protección al intelectual. Una tradición que viene desde el virreinato, por encima de los países del continente”, me dijo. “Entonces esta me parece una de las infamias que se está haciendo. Va del brazo de venta, de la entrega del petróleo otra vez al extranjero, son formas de traición a la raíz nacional.”
Aquel fue el contexto. Eran los días de transición plena al neoliberalismo, la venta de paraestatales. “Este es un momento pésimo. Yo hablo del presente. Si el futuro es hijo del presente, ¡qué espanto!”
Eran los días en que “están vendiendo al país entero. Están entregando todas las franquicias que se hicieron, todas las finalizaciones están rectificándolas, y están vendiendo todo otra vez al extranjero. Nos estamos volviendo una gran maquiladora y están cambiando la educación para que nada más tengamos el nivel de obreros y maquiladoras, y sirvamos a las industrias que vengan a dejar dinero a otros países, convenios para que puedan largarse los campesinos, en lugar de resolverse la situación de la tierra.”
Eran los días en que los mexicanos aún pensábamos “mañana se compone la cosa.” Acostumbrados a un día siguiente “más o menos normal”, emitían una ley, y al día siguiente rectificaciones, sin sobresaltos. Un día que íbamos ajustando la realidad más o menos tranquilos, con calma. De pronto, todo en desbandada se produjo en “efectos” que no cesan. El dominó, el tequila, el cucaracha… “¿Eso le parece muy bonito? -me preguntó, regañándome-. Asesinatos políticos, confusión, ineptitud del gobierno, devaluación, alza de la vida, todos los días sube, y sube, y sube…”
“La educación, a ésa no le hacen caso -me dijo, disgustado-. Hay gente que gana más que los maestros. El futuro lo hacemos nosotros.” ¿Puedes imaginar su voz al decir esto? Eran días de molestia. A “la fuerza intelectual de América Latina, que es tan grande, y a pesar de las circunstancias permaneció”, la celebró el maestro. “Está más potente que nunca… Los intelectuales somos la fuerza de la nacionalidad. Somos la cohesión del país, somos la raíz.”
Para el maestro, la posibilidad es “hacer las cosas con inteligencia, oficio y fecundidad”. Por pura cuestión de espacio, coloqué estas respuestas en el aquí y ahora, en orden distinto al de la charla, pero literales y entrecomilladas. Emilio Carballido se extrañó de la distinción entre ciudadanos comunes y literatos. “Nuestra obra es ciudadana mexicana, lo mismo que el bolillo y la tortilla.”
Aunque la crisis afecta especialmente a los literatos: “La infelicidad, las malas condiciones de vida, la exageración en el subdesarrollo y la venta de valores patrios no son estímulo, son lo contrario. Son desaliento (…) La literatura es un script de muertos de hambre que tienen que irse a trabajar a otros países y dar su talento en otros países. (…) No se disminuye el talento, se disminuye a los escritores porque los matan de hambre. Porque tienen que dedicarse a cosas que perjudiquen su trabajo, por ejemplo: se tiene que hacer subempleo, que escribir revistitas, o escribir anuncios de televisión y publicidad, cosas de ésas, para obtener un ingreso que además no deja más que como ingreso extra para un viajecito, para comprar un equipo de sonido que no se tiene, pero nada más…”
Para solucionarlo “hacen falta editoras, empresarios de teatros, más teatros, mejor distribución de los libros, un costo más bajo de los libros, porque no todo el mundo puede comprar un libro…”
Entre otras cosas, don Emilio Carballido me dijo: “Tengo sangre de gato.” Por eso, la primera vez que escribí esto, dije que este era su primer adiós. Porque los gatos, ya se sabe… |