| Portada Presentación Bazar de asombrosHUGO GUTIÉRREZ VEGA
 Antonio Machado: poesía perdurableALEJANDRO MICHELENA
 Explanations of loveNASOS VAYENÁS
 Rafael Escalona, gran maestro vallenatoentrevista de JUAN MANUEL ROCA y MARCO ANTONIO CAMPOS
 Ricardo Piglia la alegría del lenjuageRODOLFO ALONSO
 Manuel Scorza: réquiem para un hombre gentilRICARDO BADA
 Charco de tormentaSALVADOR CASTAÑEDA
 Leer Columnas:La Casa Sosegada
 JAVIER SICILIA
 Las Rayas de la Cebra
 VERÓNICA MURGUíA
 Bemol Sostenido
 ALONSO ARREOLA
 Cinexcusas
 LUIS TOVAR
 Corporal
 MANUEL STEPHENS
 El Mono de Alambre
 NOÉ MORALES MUÑOZ
 Cabezalcubo
 JORGE MOCH
 Mentiras Transparentes
 FELIPE GARRIDO
 Al Vuelo
 ROGELIO GUEDEA
 
 DirectorioNúm. anteriores
 [email protected]
 |  | 
      
 Felipe Garrido Veladoras¿Hacía cuánto? Muchos, muchos años, quién sabe cuántos. Si comenzaba a averiguarlo se perdía haciendo cuentas. ¿Había sido desde antes de que...? ¿Ya no estaba en...? ¿Todavía no había muerto...? Con lo que tenía le bastaba. No quería más, no necesitaba más. Con eso le alcanzaba para comer –muy poco, no tenía mayor necesidad; a veces un bolillo alcanzaba para dos días, siempre había sido así–, para tomar el Metro, para pagarse un baño casi cada semana –siempre había sido más bien catrín. Tenía su lugar frente a Catedral, y pasaba las cuotas que tenía que pasar sin bronquearse con nadie, sin protestas, así era la cosa; él lo entendía. No le iba mal. En lo que gastaba era en veladoras. Por todos lados las ponía; una hoguera parecía el cuarto donde lo dejaban dormir. Toda la noche encendidas. Solamente una vez se había quedado a oscuras. Y entonces clarito las oyó cómo lo llamaban, cómo le pedían, cómo se quejaban, cómo sufrían en el Purgatorio.  |