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La farsa
El miércoles 26 de noviembre de este año que agoniza –agoniza, sí, con estertores, echando sangre y espuma por la boca, con dos balazos en la panza y el tiro de gracia por todos lados– a las siete y media de la mañana el empresario y ex funcionario Nelson Vargas apareció en la tele. Daba una conferencia de prensa que más bien era un alarido de desesperación, y exigió, porque dijo estar cansado de pedir, de suplicar, de implorar, que quienes se suponen a cargo de la seguridad y justicia para nosotros, los ciudadanos a los que nos deben sus sueldazos (eso no lo dijo Vargas pero todos lo sabemos) se pusieran a trabajar en lugar de hacer como que trabajan: que resolvieran ya el caso tristísimo de su hija secuestrada. Que rompieran el oprobioso cerco de complicidades inmundas que todos intuimos y no pocos ciudadanos lamentan conocer de cerca. Que funcionen de una buena vez las instituciones que deberían velar por la gente en lugar de albergar criminales de la peor catadura.
El señor Vargas tiene el dinero y el poder de convocatoria para reunir a los medios nacionales, y tiene todo el derecho de hacerlo y causar una fuerte impresión en la sociedad, porque le fue secuestrada una hija hace más de un año y, en un país donde cualquiera sabe que la policía, cuando quiere, siempre encuentra a su perseguido, nadie le ha ofrecido resultados. Nadie le dice ya los agarramos a los infelices. Nadie hace nada. No cuesta trabajo imaginar a los gorilas con placa que, ante la exigencia del padre iracundo, suplicante, destrozado, se limitan a alzar las cejas y los hombros, mirar hacia otro lado, escurrir el bulto o sonreír veladamente, de espaldas al dolor de esa familia, porque tal vez están involucrados con la mafia y son parte de la misma banda de perversos. Eso sucedió con los secuestradores del hijo de otro empresario, cuando hace poco, también jugosamente explotada la noticia por los medios masivos, fue asesinado, y ese padre juntó templanza para decir de frente al presidente de la República y sus alecuijes aquello de que si no pueden con la chamba mejor se larguen. Pero ahí siguen.
Inmediatamente después de la declaración de Vargas, el noticiero en cuestión, Primero Noticias que conduce Carlos Loret de Mola, fue a corte comercial. El primer corte, la primera escena, el primer parlamento fue un anuncio (¡anuncio, carajo, como si no fuera trabajar su única obligación!) del grupo parlamentario del pri . La figura era la de Francisco Labastida, hoy senador, ayer frustrado candidato priísta a la Presidencia , antier cuestionado gobernador priísta de Sinaloa, uno de los estados más violentos del país, con el mayor índice de actividades delictivas asociadas a la delincuencia organizada como, precisamente, el secuestro, el narcotráfico y toda la secuela brutal de la rivalidad entre grupos y clanes del ambiente. La frase, la primera que dijo en su anuncio el elegante y risueño señor Labastida iba por el rumbo de “nosotros, los legisladores del PRI, hemos…” pero no lo soporté. Me enfureció el cinismo, la indiferencia, la tantísima mierda acumulada en todo el país y tragada por todos nosotros, los que ni vela tenemos en el entierro de la mafia, y apagué la televisión: hay días en que ante tanto cinismo, ante tanta porquería, es mejor no saber qué dijo quién. Qué rápido pretenden pasar por agua los parásitos como el del anuncio que ellos, su régimen maldito, fue el caldo de cultivo y buena parte del andamiaje actual de toda la violencia, la suciedad y la mentira que padecemos los mexicanos.
La imagen de un padre al que le arrancaron a su hija adolescente contrastada con la de un tipo que ha pasado años mamando del presupuesto público (además bajo sospecha, como muchos de sus correligionarios, de participar en el rejuego turbio de los dineros que suben desde la cloaca hasta los capitolios) causa rabia, melancolía, desánimo. Los presupuestos más gordos de publicidad en televisión son posiblemente del gobierno. Un gobierno que cacarea legitimidad, pero que en los hechos sigue cobijando asesinos, rateros, secuestradores y violadores en sus propias filas. Un gobierno que presumía de manos limpias, pero chapotea en la mierda de la corrupción, el nepotismo, el tráfico de influencias. Un gobierno espurio, ilegítimo, moralmente reprobado, que sin la muleta cómplice de la televisión apenas podría seguirse sosteniendo, porque ya somos demasiados los que estamos hartos de su estupidez y su ineptitud. Ojalá, como se apaga la televisión, pudiéramos a veces apagar al gobierno.
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