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JAVIER SICILIA
TOMÁS CALVILLO, EL FONDO DE LAS COSAS
La poesía es una experiencia de lo más real que hay en las cosas. Es, diría Jacques Maritain, el fruto del choque que se suscita entre el en sí del sujeto con el en sí de las cosas, un relámpago de luz que ilumina el fondo oscuro de la vida y que a través de la palabra, paradójicamente, vuelve a velarlo, lo revela mediante una nueva forma de la belleza. La experiencia de Tomás Calvillo, que recientemente nos ha entregado su libro El fondo de las cosas (fce, 2006), tiene una característica: nace no sólo de una intensa vida espiritual, sino de una práctica religiosa y milenaria: el yoga, particularmente el kundalini, que le ha dado la tradición sick.
Si antes de encontrarse con esa disciplina, la intuición de Tomás Calvillo se movía ya sobre ese centro fundamental que buscaba develar el fondo que hay en la belleza del mundo –de ello son testimonios, El ombligo del agua (1980) y Pájaro de alambre (1981)– el encuentro con el yoga le permitió no sólo afinar la mirada –Reunión (1984), 400 horas al alba (1988) y varios libros más que terminó por reunir en Poesía 1979-1993–, sino, a lo largo del tiempo, afinar su decir.
Desde aquella reunión, que concluye en 1993, Tomás casi no escribió poesía, pero ahondó en su práctica del yoga. Repentinamente, a raíz de su viaje a India y de su estancia, al lado de su hijo, en el Templo Dorado –ese sitio que llama su casa espiritual–, su decir se desató de nuevo. Quizá el contacto con la palabra del libro sagrado sick, que desde hace siglos, día y noche, ininterrumpidamente se lee en el lugar sagrado de esa tradición, permitió que el silencio de su meditación encontrara un nuevo cauce en donde lo que toda su poesía anterior no dejaba de buscar y de insinuar –ese Otro, que no tiene nombre– se dijera de manera nueva. Calvillo lo llama apofáticamente El fondo de las cosas: ese resplandor ontológico que las habita y en donde ese Él, que nunca es nombrado, está y sólo se devela por la belleza misma de las palabras que lo insinúan.
En este sentido, Clavillo no rompe ni con la tradición de su poesía, ni con la base de la tradición poética que le dio el sickismo –en donde la palabra sagrada, que no deja de decirse en el Templo Dorado, es presencia y aparición de ese Él–, sino que la continúa de manera inesperada. Calvillo podría decir junto con Basho, "no sigo el camino de los antiguos: busco lo que ellos buscaron". En El fondo de las cosas, Calvillo busca expresar, con una desnudez inusual, la misma experiencia concentrada en la gran poesía sick. Así, al abordar esos grandes temas que contienen el absoluto y en los que está dividido su libro: el mar, el tiempo, el amor, la oración, lo hace con una desnudez y una simpleza tal que lo único que queda resonando es la feliz presencia de ese Él. Su poesía se convierte así en una anotación rápida que capta un instante privilegiado, exclamación poética en donde, como en la meditación, en la retención del aliento y la exclamación del mantram, el fondo de las cosas aparece: "los vocablos interiores/ –escribe en la sección Del tiempo– en belleza emergen,/ el latido de la percepción/ nos reafirma.// Detener la respiración/ y el mundo;/ así, este infinito/ que nos integra/ reaparece".
Hija de la percepción interior, la poesía de Calvillo es un ejercicio espiritual que nos dice que, no obstante la oscuridad del mundo, hay un fondo de las cosas que no deja de estar y que si sabes callar reaparece como un relámpago de consuelo y de inmensa compasión emanando de las cosas mismas. A semejanza del mar que incesantemente vuelve en oleadas, la poesía de Calvillo es una constante aparición del Él a través de resonancias, ecos y correspondencias. Sus poemas no son sólo una percepción escrita de la mirada, son experiencia espiritual vivida, experiencia del misterio recreada.
Con la inmensa delicadeza de quien ha experimentado lo inefable, Calvillo en El fondo de las cosas no nos dice todo –sabe que eso es la pretensión inútil de Occidente–: se limita a entregarnos unos cuantos elementos, los suficientes para que podamos encender nuestra experiencia y sentir el consuelo del que habita y hace posible todo.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-cm del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro y liberar a los presos de Atenco.
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